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Crítica:JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nostalgias de futuro

Tras años de colaboración codo con codo en proyectos definidos por el afán de búsqueda -no tanto de la consolidación del hallazgo- Joey Baron se ha desgajado de uno de los colectivos más audaces e inclasificables de la música global. Pero el distanciamiento del batería con Bill Frisell parece cauteloso y, de momento, todavía le permite prologar los conciertos de su antiguo patrón con un espectáculo único, de obligado conocimiento y goce seguro.A ras de suelo, en contacto íntimo con el público y con la única ayuda de un micrófono de ambiente, Baron extrajo con exquisitos modales toda la esencia melódica que eran capaces de entregar los cuatro tambores y los tres platos que componían su escueta batería. Su matizadísimo percutir parecía gobernado por dos hemisferios cerebrales absolutamente independientes, pero por un solo y enorme corazón. Entre la culta exactitud matemática de Max Roach y el desdoblamiento visceral característico de Elvin Jones, las escobillas, las baquetas y las manos desnudas de Baron tendieron un puente de oro entre el refinamiento tímbrico de compositores clásicos como Varese y el expresionismo de los Jazzman más apasionados. El perfectamente reconocible Our delight, deliciosa composición del inolvidable Tadd Damer, con el que cerró el primer pase, concentró todo el irresistible atractivo de su percusión concertante.

Joey Baron 'Solo drums' y Bill Frisell Quartet

Joey Baron (batería), Bill Frisell (guitarra), Eyv Kang (violín), Ron Miles (trompeta) y Curtis Fowlkes (trombón), Círculo de Bellas Artes. Madrid. 3 de noviembre. Precio 2.000 pesetas.

Frisell pareció decidido a sintetizarlo todo en su proyecto más reciente: las influencias del pasado con las intuiciones de futuro, la ingenuidad campestre de ciertas músicas folclóricas con las técnicas seriales, la música alemana de teatro con el rock, el encantador primitivismo de Bob Dylan con la ácida psicodelia de Jimi Hendrix. Había cierto tono de disculpa por algunos desajustes evidentes, pero también satisfacción esperanzada por una idea que merece un desarrollo pausado y profundo.

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