El afán de perfección
Numerosos escritores sucumben a la tentación de corregir una y otra vez sus manuscritos
Cuentan de un poeta que recorría las casas de amigos y conocidos, buscando ejemplares de sus obras para corregir a mano versos de los que nunca se sentía satisfecho del todo; hay quien le echa un pulso a su editor y, en pruebas o incluso en sucesivas ediciones (si es el caso), corrige una y otra vez; hay, en fin, escritor joven, como Juan Bonilla, que guarda en sitio seguro un ejemplar de cada uno de los libros publicados con borrones posteriores que pretenden, en vano, mejorar lo que ya no tiene remedio. Lo que pudo ser.Y es que, pese a esa paráfrasis de no la toques más, así es la rosa", pocos escritores hay que no sucumben a esa tentación de corregir una y otra vez un texto en pruebas de imprenta. Un puñado de escritores, con libros recién aparecidos o que aparecerán en breve, hace recuento de sus obsesiones y de sus manías: unos, orgullosos, relatan su sistema para no sucumbir; otros, vencidos, confiesan su obsesión, su tentación permanente.
De los entrevistados, el único que no tiene novela en librería, o a punto de tenerla, es Justo Navarro, y es que, aclara, "estoy escribiendo una novela que todavía está en la fase mejor: la fase en que la novela es un sueño, una mezcla de imaginación y cuadernos de apuntes, carpetas de borradores, libros de historia, recortes de periódico, fotografías y conversaciones recogidas aquí y allí". Navarro está en esa fase tan dulce de levantar algo que luego será; así que deja el problema para los que han estado este verano corrigiendo galeradas.
Un problema, de entrada, que no lo ha vivido como tal Felipe Benítez Reyes, último premio Ateneo de Sevilla, con Humo (Planeta), desde septiembre en la calle, "El verano es bastante bueno para corregir cosas. Como el calor baja un poco la tensión, uno está menos brioso y consigue que el estilo no se engalle demasiado".
Y así Suso de Toro, que saca dentro de unos días Sombra cazadora (Ediciones B), antes escrita en gallego, no ha podido evitar entrar a saco en su novela: "Con motivo de la edición en castellano aproveché para revisar todo el libro, que aumentó unas 20 páginas".
"La tentación de corregir" opina Vicente Molina Foix, " sólo se resiste con el libro en la calle, y no siempre: ahí está el caso de aquel poeta que corregía a mano nuevos versos en los ejemplares de las casas que visitaba". Molina Foix, sin llegar a los extremos de Valéry o de Juan Ramón, puntualiza, se considera un "correccionista" nato. Y buen ejemplo es la lata que le ha dado su última novela, La misa de Baroja (Anagrama), que él creía lista (y su editor, por cierto, también) hace un año, con una tercera parte que "me pidió durar más". (El libro, por fin, salió el pasado mes de septiembre).
Pero no todos son, tan correccionistas como Molina Foix: Eduardo Mendicutti o Juan Bnilla, por ejemplo. El primero es tan meticuloso con su manuscrito que cuando lo envía al editor ya está definitivamente a punto; las manías las tiene, pues, antes: escribe con máquina eléctrica, nunca con ordenador, y si tiene que corregir una frase, rompe el folio y vuelve a escribirlo de nuevo. Mendicutti tiene al caer, y sin corregir en pruebas una coma, quede claro, Fuego de marzo (Tusquets), una colección de cuentos, de la memoria de la infancia, y anda abrillantando los últimos folios de una novela, de las suyas, con título (provisional): Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy (a Mendicutti como a Almodóvar les pierde un buen título: "El título", se disculpa", es la columna vertebral").
El navarro Miguel Sánchez Ostiz lleva meses, por si acaso, emboscado en un kasherio del valle del Baztán y allí este verano corrigió pruebas de Un infierno con jardín (Anagrama) - a punto ya de salir a tomar el aire, y ha acabado una nueva novela, La flecha del miedo. Sánchez-Ostiz cruza los dedos hablando de Un infierno con jardín, y confía no tenerse que arrepentir de ."ningún retratillo ni de ninguna otra consideración ociosa".
Con José María Merino, en cambio, el que se, suele rebelar es el editor, pues confiesa que en galeradas (e incluso en posteriores ediciones) corrige una y otra vez hasta que el editor dice basta, lo que en sus palabras significa que "intento ser razonable y sólo modifico cosas que mi editor me tolera". Se comprobará en unos meses, cuando Alfaguara le publique Las visiones de Lucrecia.
Babelia
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