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Quitarle el camisón

Juan José Millás

Elcartero suplente de Robledo de Chavela no repartía las cartas porque no lograba encontrar las calles, ni los números, ni nada, hombre, no encontraba nada. Así que se desesperaba y volvía a casa con la saca a cuestas. Dejó de repartir 5.000 cartas, ninguna de amor, creo yo, que me desmientan. Ahora los únicos que escriben son los bancos y siempre te dicen lo mismo: saldo a su favor, saldo a nuestro favor. Los bancos no le quieren a uno nada más que por su dinero o por su deuda, pero son unos corresponsales inagotables. ¿Qué les costaría incluir un poema junto a los movimientos registrados en tu cuenta? O una canción desesperada.Si los bancos nos enviaran canciones desesperadas, palpitaríamos de emoción antes de abrir el sobre, o de rasgarlo. Yo tengo un abrecartas, pero las sigo abriendo con el dedo porque me excita dejar heridas en las que luego introduzco el índice. Me gusta meter el dedo en la llaga, qué le vamos a hacer.

Mi correspondencia bancaria parece una masacre. Por eso, cuando pienso en esas 5.000 cartas sin abrir, y ninguna de amor, se me pone el dolo en erección y daría cualquier cosa por que me permitieran ir a destriparlas. 5.000 sobres cerrados son 5.000 ataúdes clausurados: la carta es un féretro al revés. Ya sé que todas estas confesiones pueden parecer enfermizas, pero fíjense en los que las abren a estilete, con la pulcritud del que realiza una autopsia liso si que es estar mal. Luego, en lugar de leer un informe bancario, leen una biopsia. ¿Quién está más loco? O sea, que no tienes salida, lo mejor es no repartirlas y es que otras veces abrir una carta es como quitarle el camisón a una dama. Ahora las hacen de colores; he visto folios con puntillas y sobres que excitan más que un pase de modelos. Y les han puesto olor. Si volviera la correspondencia en plan antiguo, con los materiales que hay, sería un espanto. No pensaríamos en otra cosa.

Y hay otras cosas, claro. Fíjense: un incendio en Euroconfort, una mujer norteafricana degollada por su antiguo novio, una madre estrangulada con unas medias. Además, me parece que venden el INI, o su sede, es decir, las joyas de la abuela. Y la policía incautó 30.000 dosis de éxtasis. Y cierran Pachá. Vaya por Dios, nunca fui a Pachá. Me dan claustrofobia esos lugares. Y no hablamos de las presentaciones de libros porque no interesan, aunque esta semana, en Madrid, se han presentado varios. Pero, sobre todo" ha llovido.

Antes nos enterábamos de la lluvia porque nada más salir a la calle percibíamos el fulgor de la tierra mojada: una especie de fogonazo en las glándulas olfativas, quizá en la pituitaria, que anda por ahí. Además de eso, la atmósfera se llenaba de iones positivos o negativos, no me acuerdo, pero en todo caso eran unos iones que al respirarlos te llenaban de paz, como si te hubieras pasado la noche leyendo libros de autoayuda y te los hubieras creído. De súbito, notabas que los pulmones servían para algo más que para el cáncer, y percibías la alegría de sus alveolos al penetrar en ellos el aire húmedo que traía mensajes del mar y de los ríos y de las hojas que empezaban a otoñarse con una lujuria de colores tostados.

Perdonen que me ponga así, pero es que soy muy partidario de los iones. Por si fuera poco, la lluvia abría dentro de uno habitaciones clausuradas desde antes del verano: recintos empapados por las goteras de la tristeza y las humedades propias del corazón. Así que un día de lluvia era un regreso a la adolescencia, que siempre está bien, no para quedarse ahí, pero sí para recordar de dónde venimos que es el único modo de saber a dónde vamos.

Pues ahora no. Ahora la lluvia ya no se nota en todo eso tan irremediablemente cursi y necesario. Ahora se nota en que un camión ha volcado en la M-30 y ha destrozado el caos circulatorio habitual. A dónde vamos a llegar. No nos merecemos que nos escriban ni los bancos.

Por mi parte, queda absuelto, con todos los pronunciamientos favorables, el cartero suplente de Robledo de Chavela. Hasta otro día.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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