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Enroque o muerte

El arte de gobernar es política, pero para ejercerlo hay que alcanzar el lugar adecuado, que es eso que llamamos el poder; de ahí que también sea política alcanzar el poder y conservarlo, pues es el medio imprescindible para gobernar. Así, la política es el arte del gobierno y el arte del :poder; según la racional ordenación de medios y fines, el poder es un medio, y el gobierno un fin para el buen- gobernante, y para los ciudadanos, que de mejor o peor grado acceden a que alguien tenga poder sobre ellos con tal de que gobierne, de que real¡ ce, bajo su responsabilidad, tareas que cada sujeto, por sí, o en grupos privados, no puede realizar. Ésta es, sin embargo, una explicación bondadosa de lo que pasa, y más bien aspiración a que las cosas sean así, porque resulta que el poder es apetecible por si mismo, a pesar de las cargas que comporta, para mucha gente y, también da ventajas, incluso económicas; el poder es, históricamente, un medio para enriquecerse, incluida la historia más contemporánea; ese afán, personal o de grupo, de detentarlo, siempre encuentra coberturas mentales, pudorosas o expresadas con descaro, porque, al fin, en la lucha por el poder siempre aparece la, más cruda verdad: quiero el poder porque lo ejerceré mejor que: los otros aspirantes, lo que comporta un alto grado de complacencia en uno mismo y no poca desfachatez. A pesar de ello siempre hay más aspirantes que puestos en esta lucha por cada bastón o bastoncillo de mando; en una democracia, además, afortunadamente, se abre la veda para la caza del puesto, y todos pueden aspirar a todo, lo que es justo, y por ejemplo la Constitución no exige alfabetización para ser diputado; como, además, la democracia somete el poder a limitaciones o convalidaciones temporales, la lucha por el mantenimiento o conquista del poder es permanente, absorbente y dramática.Tan absorbente que muchos políticos viene a dar en la reducción de la política a la conquista y mantenimiento, del poder, por lo que se termina en una suplantación del fin, gobernar, por el medio, el poder, y esto no es sólo cuestión de los que se meten en la batalla, !¡no de todos, que se apasionan mucho más por el quién que por el cómo y, sobre todo, por el para qué. Pero cuando la lucha por el poder es extenuante, se merman fuerzas para gobernar, trabajo muy cansado y agotador por sí solo. Si la lucha por el poder produce excesivos destrozos la gobernación se resiente.La democracia que tenemos está pensada para que los tránsitos se produzcan suavemente, con fluidez, y no para héroes numantinos o saguntinos, que aquí, en este sistema, están, digamos, fuera de contexto; porque los héroes no son ni convenientes en la ordinaria administración; menos heroismo y más sentido de la democracia; más conciencia y conveniencia de la fugacidad; enrocarse bajo la protección del voto de censura contructivo, jugada que se ha puesto de moda hasta hacer furor, inventarse conspiraciones ri dículas de los oponentes para garantizar la permanencia futura de los que están, poner a. prueba la capacidad de aguante de instituciones, judiciales o no, que constituyen el entramado imprescindible para la pacífica convivencia, transformar la competición entre aspiranites a lo Sansón, .son excesos de la política, mal servicio público. La idea de que aguantar la victoria final, o sea, la pervivencia en el poder, o aquélla de Andreotti, tan celebrada, de que lo que desgasta es la oposición, hacen mala democracia. Eso no lo arregla ninguna ley, sólo el sentido de la conservación de la convivencia; son inútiles leyes sabias para gente insensa ta. Pero la insensatez tiene muchos admiradores; la pasión por el poder personificado atrae mucho, sobre todo, qué cosas, a gente intelectual; sucede con todas las grandes pa siones, que proporcionan material literario excelente a la vez que pésimos ejemplos. Pero es que, además, en las cosas que nos ocupan, ni siquiera hay rasgos de grandeza, sino más bien mezquindad ventajista. La alternativa del enroque no es la muerte, sino el fluir de la vida, y, por tan to, del poder, cuyos titulares, loado sea el Señor, son constitucionalmente transitorios.

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