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29 heridos por otra bomba en el metro de París

Enric González

"Ahí abajo está el infierno", dijo un bombero que emergía a la superficie, el rostro negro y los ojos enrojecidos. En el túnel, entre el humo y los gritos, hubo que instalar un pequeño hospital de campaña, en el que llegó a practicarse una amputación. La bomba que estalló ayer en el metro de París hirió a 29 personas, de ellas tres muy graves y dos en situación crítica, y agudizó un poco más el miedo que desde julio padece la capital francesa. Fue, como en anteriores ocasiones, una pequeña bombona de butano rellena de explosivo y metralla la que causó estragos entre los usuarios del metro.

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Todos los indicios apuntan a que fueron otra vez tos franco-argelinos de suburbio captados por el fanatismo islámico del Grupo Islámico Armado (GIA). La bomba había sido depositada bajo un asiento del segundo vagón de un convoy del RER, el tren de cercanías cuyas líneas cruzan el subsuelo de París. El convoy había partido de la estación de Musée d'Orsay y se dirigía a la de Saint Michel, donde otro atentado mató a siete personas e hirió a 84 el pasado 25 de julio, cuando estalló el artefacto.Pasaban unos minutos de las siete de la mañana. "Un ruido, un intenso olor a azufre, mucho humo y muchos gritos", explicó un viajero ileso. La explosión había hecho desaparecer todo un lateral del coche y gran parte del suelo. El conductor del tren, herido, fue quien organizó la evacuación. Pidió calma y que todo el mundo permaneciera donde estaba mientras llegaba auxilio.

La policía y las primeras ambulancias tardaron menos de cinco minutos en llegar a la estación de Musée d'Orsay, pero el acceso al lugar del accidente presentó grandes dificultades. Quienes podían andar fueron conducidos por el túnel hacia la estación, en una penosa marcha de más de un kilómetro dificultada por la espesa humareda y las crisis de pánico. Los heridos más graves tuvieron que ser asistidos en el mismo túnel.

Testimonios

Fuera, la policía acordonó un amplio perímetro y empezó a recoger testimonios. Un hombre de aspecto magrebí que había abandonado la estación segundos después de la explosión fue detenido e interrogado, y se dio orden de buscar un BMW azul oscuro con tres ocupantes. Pero las dos pistas resultaron erradas. La asistencia médica convirtió el vestíbulo del Museo de Orsay, catedral del impresionismo, en un hospital improvisado. La mayoría de los heridos sufría conmociones o lesiones pulmonares causadas por el humo.

El primer ministro, Alain Juppé, acudió al lugar con el responsable de Interior, Jean-Louis Debré, un hombre que habló en exceso después de que la policía matara a tiros al presunto terrorista Jaled Kelkal. Debré atribuyó a Kelkal demasiadas fechorías y le dio demasiada importancia. El propio Debré anunció ayer un plan de emergencia antiatentados en el que tomarán parte, en labores de vigilancia, efectivos militares.

Las redes terroristas franco-argelinas siguen operativas, como se comprobó ayer. "Francia no se dejará intimidar ni capitulará ante la barbarie", proclamó Alain Juppé ante la Asamblea Nacional. Más tarde, el primer ministro recibió a los jefes de los grupos parlamentarios para exponerles, en privado, las líneas de investigación que seguía la policía. El presidente Jacques Chirac visitó a su vez a los heridos hospitalizados.

El atentado podía haber causado una matanza, dado que la línea C del RER, utilizada cada día por unas 400.000 personas, suele estar saturada a primera hora de la mañana. Inusualmente para una hora punta, el vagón en que estalló la bomba estaba ocupado por una veintena de personas, muy por debajo de la media de 80.

Desde que el 11 lde julio empezó la ola de atentados con el asesinato del jeque Abdelbaki Sahraoui, cofundador del Frente Islámico de Salvación (FIS) y contrario a la violencia, ocho personas han resultado muertas y 132 han sufrido heridas.

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