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MARCHA SOBRE WASHINGTON

Cientos de miles de hombres exigen dignidad en la mayor manifestación negra de la historia

Antonio Caño

Cientos de miles de hombres negros marcharon ayer sobre Washington por el rescate de su dignidad, y la nación entera enmudeció, confundida. Creía Estados Unidos haber borrado la línea racial que dividió a este país durante dos siglos. Pero ha bastado la llamada de Louis Farrakhan, un clérigo demagogo que ha pintado de negro el Corán, para que se levanten de nuevo en el explanada del Capitolio puños que exigen justicia y voces prudentes que reclaman, a blancos y negros, paz, igualdad y responsabilidad. Hoy, unos negros regresarán al gueto; otros, a sus ocupaciones, y los blancos de traje gris volverán a ocupar las calles de esta ciudad, pero para todos ésta habrá sido una jornada inolvidable.

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"Regresen a sus casas y hagan sus comunidades productivas... Intégrense en cualquier organización que trabaje por la liberación de nuestro pueblo... Únanse a una iglesia, templo o mezquita que los guíe espiritualmente... Vayan y regístrense para votar por aquellos políticos que defiendan nuestros intereses... La supremacía blanca tiene que morir". Con ese mensaje, el organizador de la marcha, Louis Farrakhan, líder de la Nación del Islam, despidió a la multitud agrupada en el Mall para reunir la mayor manifestación negra de la historia de Estados Unidos.En un discurso de más de dos horas en el que recordó el pasado esclavista de los padres de la patria y en el que apeló frecuentemente a Alá como el motor de la liberación negra, Farrakhan aseguró que "todavía hay dos Américas, una blanca y otra negra, separadas y desiguales".

Un musulmán visionario

Muchos se habían quejado en días anteriores de que los negros atendiesen dócilmente la convocatoria de un musulmán visionario que con frecuencia recurre a un discurso racista y de odio. Pero no era ese el sentir de la mayoría llegada desde todos los puntos del país. "No es Farrakhan nuestro problema. Nuestros problemas son la injusticia, el crimen, la marginación económica y una estructura de poder blanco que trata de decirnos quiénes deben ser y quiénes no deben ser nuestros líderes", opinó Kirby Duvillier, de 56 años, que se trajo con él a los feligreses de su iglesia protestante de Staten Island, Nueva York.

"Estoy aquí para apoyar a mis hermanos en un día de expiación y de reconciliación. Yo no respaIdo necesariamente al ministro Farrakhan, pero esta marcha trasciende a Farrakhan. Tengo la esperanza de que esto sea el preludio de un verdadero diálogo entre las razas", dijo Rusell Yates, un joven de 33 años, empleado de profesión, que llegó temprano desde Virginia para darle, como confesé, un sentido especial al color de su piel.

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Los organizadores de la concentración anunciaron la cifra de un millón y medio de hombres negros. Probablemente era una exageración. A falta de cifras definitivas, los cálculos más realistas oscilaban en torno al medio millón de personas. Pero eso no era lo importante, porque, de alguna forma, todos los negros norteamericanos estaban allí. Estaban líderes históricos, como Jesse Jackson y Rosa Parks, que evocaban la memoria de Martin Luther King y de otros que lucharon en el Pasado por la libertad para su raza. Estaban sus líderes religiosos, sus representantes políticos, algunas de sus figuras deportivas y musicales, representantes del mundo de la cultura, pequeños comerciantes amenazados por el empuje de los asiáticos y profesionales de éxito sin hueco en el esquema social de los blancos. Había miembros de las más criminales bandas de Los Angeles, los Bloods y los Crips, y decenas de miles de jóvenes que pueblan cada día el triste paisaje urbano de EE UU.

Repartidos entre los monumentos que rinden culto a los próceres de esta nación, había émulos de rastafaris, nostálgicos de su pasado africano, musulmanes conversos, cristianos proféticos, modernos promotores del black power y viejos activistas de los derechos civiles. Cantaron canciones de orgullo y esperanza, bailaron al ritmo de los tambores, lloraron, rezaron versículos de la Biblia y del Corán.

Tras las puertas del Capitolio se mantuvieron Newt Gingrich y todos los políticos blancos que estos días discuten sobre el fin de los programas sociales y de la discriminación positiva. En realidad, una gran parte de la población blanca prefirió ayer refugiarse en sus suburbios, no por miedo, sino por incomprensión.

Muchos de los asistentes a la marcha reconocieron ciertas simpatías hacia Clinton. Pero uno de los oradores, el promotor de boxeo Rock Newman, molesto por las críticas de la Casa Blanca a Louis Farrakhan, hizo una explícita advertencia al presidente: "Señor Clinton, nosotros podemos manterlo en su puesto, o podemos quitarlo de ahí. Deje a nuestros hermanos en paz. Respete usted a este millón de hombres negros".

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