La solidez y el riesgo de un debutante
Hay algunas películas que, privadas de los corsés del cálculo y la trampa, deciden poner sus cartas bocarriba desde la primera secuencia, opción que cada vez menos cineastas se arriesgan a asumir, y más cuando abordan las claves de un género con tradición. El debutante Agustín Díaz Yanes, guionista de amplia experiencia en los terrenos del drama criminal -son suyas películas como Baton Rouge o A solas contigo, vehículos ambos para la actriz Victoria Abril- sí lo hace, y desde la primera secuencia advierte al respetable de qué va el asunto. Una historia de perdedora con perseguido res, en cuya plasmación el director nos advierte que no se detendrá en detalles de "buen gusto": Abril está haciéndole una felación a un gánster, acaba y se toma un trago de whisky, sólo para comenzar a continuación con otro,,, tarea en la que no se detiene aunque los hombres se agiten con la violenta discusión que se traen entre manos, y acaben matándose a balazo limpio. Y la forma en que Díaz Yanes resuelve esta secuencia, ejemplar desde el punto de vista de la realización, ayuda a entender que la cosa va en serio, que nuestro hombre ha decidido poner toda la carne en el asador. Y desde el principio.
Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto
Dirección y guión: Agustín Díaz Yanes. Fotografía: Francisco Femenia. Producción: Edmundo Gil Casas. España, 1995. Intérpretes: Victoria Abril, Federico Luppi, Pilar Bardem, Daniel Giménez Camacho, Bruno Bichir, Saturnino Garcia. Estreno en Madrid: Acteón, Canciller, Roxy B, Vaguada, Princesa, Renoir (Cuatro Caminos), Parque Oeste, Alcobendas Multicines.
Torrencial
A esta secuencia germinal, a esta declaración de intenciones, le sigue una película desmesurada y torrencial, un recipiente capaz de contener materia prima para tres o cuatro películas. Nadie hablará de nosotras... tiene, pues, mucho que decir, aunque a veces se atropelle al hacerlo, y aunque otras, por ejemplo, en la microhistoria del, gánster que está enfadado con Dios (Luppi, extraordinario), su magma narrativo esté pidiendo a gritos otra película. Pero es lo mismo. Puesto tras la cámara por vez primera, Díaz Yanes hablará de un banderillero en coma durante tres años, de una mujer que se prostituye para poder vivir, de una vieja comunista que sigue manteniendo la misma actitud de dignidad ante la vida que mantenía cuando poseer la orden de Lenin tenía, para ella y para muchos como ella, un sentido: de gente suburbial de la historia, de perdedores populares que sólo tienen su tesón para seguir viviendo; de subordinados, de nadie y de todos.Es su filme un homenaje al coraje anónimo, el de esos pobres que deberán volver a reconquistar su reino, divisa y sentido en la vida de la protagonista, esa Gloria Dique cuyo nombre parece casi una broma. Es ella esa puta española varada en Ciudad de México, esa alcohólica que apenas puede reprimir su vicio, esa mujer que le pide a su marido inconsciente y en cama que por favor se muera, que ya no puede vivir con ese peso muerto. Y es una película de redención, aunque esa redención nada deba a la caridad y mucho a la recuperación de la autoestima.
Y esa película generosa e inspirada, que a uno le gustaría, cierto, más ceñida a una o dos líneas de desarrollo para evitar la dispersión; esta película que es mejor, paradójicamente, en su plasmación en imágenes que en su origen literario, no sería nada sin el trabajo de sus actores, de todos, pero en especial de dos actrices: Victoria Abril, sobre cuyo talento no diremos aquí nada nuevo, pero cuya caracterización es de las que deben enseñar en las escuelas de Interpretación, aunque se sepa que nadie podrá superarla. Y Pilar Bardem, a quien el destino ha premiado, por fin, con el reconocimiento que su inmenso oficio se merecía. A esas mujeres debe Díaz Yanes la solidez, desacostumbrada en una ópera prima, que transmite su película. Y es su mérito, qué duda cabe, haberles sabido extraer a ambas, y a unos secundarios de auténtico lujo, un trabajo de esos que quedan en los anales.
Babelia
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