Identidad del fondo
CON LA crisis de México como telón de fondo, la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) celebrada estos días en Washington, un año después de la de Madrid, ha vuelto a poner de manifiesto las dificultades de esa institución para responder a las complejidades de un mercado financiero cada vez más abierto e internacionalizado.El aumento de los recursos financieros disponibles para situaciones de emergencia, como la que demandó el país azteca el pasado diciembre, y la disposición de un sistema de información que contribuya a la prevención de crisis similares han sido objeto prioritario de atención. Pero tan importante como la participación activa del FMI en la supervisión financiera internacional es la extensión de esa autoridad supranacional a los asuntos cambiarios y de coordinación de políticas monetarias, hasta ahora conducidos con desigual éxito por el G-7, que agrupa en teoría a las siete principales potencias económicas del mundo: EE UU, Alemania, Japón, Francia" Reino Unido, Italia y Canadá.
Hace tiempo que las reuniones de ese grupo son contempladas con más escepticismo que confianza en su capacidad para garantizar la coordinación económica y monetaria internacional. La propia representatividad de ese grupo es cuestionada a tenor de las alteraciones que desde su creación, hace 10 años, han tenido lugar en la dimensión de las economías. Con todo, la principal vía de cuestionamiento de ese grupo proviene de los propios mercados financieros a los que se han dirigido la mayoría de las acciones coordinadas de esos países, y, en particular, a tratar de incidir en el tipo de cambio del dólar frente a las principales monedas.
La confirmación del propósito de apoyo al fortalecimiento de la moneda americana manifestado al término de la última reunión, previa a la del FMI, ha sido el mensa e más relevante. La reunión de junio, celebrada en Halifax, a la que le sucedieron intervenciones coordinadas entre los principales bancos centrales destinadas a fortalecer la moneda americana, es contemplada hoy como el punto de inflexión en esa larga senda de depreciación del dólar que constituía uno de los principales obstáculos al mantenimiento del crecimiento de la economía mundial y un factor de particular incidencia en la superación de la recesión japonesa. A pesar de los retrocesos experimentados en las últimas semanas, el valor del dólar frente al marco alemán, y en especial frente al yen, ha experimentado una significativa recuperación. La continuidad de esa apreciación se ha vuelto a convenir ahora, es una condición necesaria para asegurar la extensión de la fase de relativa bonanza en la, que está inmersa la economía mundial.
La formulación de esas intenciones no es, sin embargo, suficiente. La inestabilidad de las variables financieras puede ser reducida ocasionalmente mediante acciones concertadas, pero la amplitud y el grado de integración internacional de las distintas economías y de los mercados financieros aconseja que esas buenas intenciones de cooperación se manifiesten previamente en una orientación a la estabilidad de las distintas políticas económicas, y, en todo caso, en instancias más amplias que él actual G-7. Si la asimilación de ese primer elemento parece reflejada en las pretensiones por conducir las finanzas públicas por una senda de mayor rigor, la extensión de la coordinación económica y financiera internacional a foros más amplios sigue estando pendiente. El FMI y el Banco Mundial, a pesar de que congregan hoy a un amplio número de países, siguen en gran medida subordinados a los ritmos que marca el G-7, y particularmente EE UU. Pero ni la capacidad financiera de esas instituciones ni la respuesta frente a los problemas de inestabilidad económica y financiera internacional dependen ya exclusivamente de esos países.
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