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Reportaje:

Zona devastada

La plaza es un perpetuo campo de batalla después de la batalla, campo devastado por el que caminan resignados supervivientes y mercenarios con aire de derrota, niños perdidos y viejos perdedores; todos con el ojo avizor para distinguir en la oscuridad las zanjas y las redes metálicas, los montones de escombros y los improvisados puentes que vadean las trincheras. Cuando las obras de mejora de esta plaza, siempre manifiestamente mejorable, se iniciaron con estruendo de maquinaria levantamiento de suelos y colocación de barreras arquitectónicas, los habituales del barrio, veteranos de mil obras y remodelaciones, tranquilizaron el ánimo de los neófitos. Con obras o sin ellas nadie abandonaría la ciudadela. Y así fue, las sillas de las terrazas tenían dificultades para asentar sus cuatro patas en la tierra removida y los vasos se escoraban peligrosamente sobre las mesas inclinadas, las camareras, y camareros aprendían a esquivar graciosamente los obstáculos del campo minado, los niños inventaban juegos sobre los montículos de arena y los perros exploraban gozosos nuevos territorios.Impasibles, ajenos al ajetreo general, congelados en su artificiosa pose, Daoíz y Velarde siguen defendiendo el Arco de Monteleón, último y modestísimo testimonio arquitectónico del histórico palacio-cuartel que sobrevivió a la guerra de la Independencia y cayó víctima de la paz y de la reforma urbanística. El arco de ladrillo con su rústico tejado enmarca un grupo escultórico desafortunado, mutilado, desarmado y ensabanado.. Los pálidos héroes, malamente envueltos en sus pétreos retales, plegados a modo de túnica, han sobrevivido a todo tipo de asedios sin renunciar a su puesto, siempre al pie de un cañón de juguete de escaso calibre. Hippies desnudos bailaron sobre sus cabezas y niños alpinistas les tiraron muchas veces de las orejas, bromistas noctámbulos les pusieron en los brazos litronas vacías, tambores de jabón en polvo y demás desechos. La verja de hierro que los circundaba nunca fue valladar, sino más bien estímulo para los profanadores de monumentos.

La plaza del Dosde ya era una plaza dura antes de que los arquitectos de la reforma vinieran a subrayar su condición de tal con más piedras y ladrillos. Languidecen perseverantes los viejos árboles siempre alicaídos y hoy más que nunca cercados por la piedra. Pero ni el más avieso de los reformadores. municipales puede privar a la plaza de su carácter de escenario, de ágora y mentidero. Ni siquiera los drásticos ediles, partidarios de eliminar los bancos y sembrar de púas los contornos de parterres y estatuas para impedir ingratos asentamientos, pueden alejar de aquí a la heterodoxa tribu que aquí se cita. Pura geomancia, imantación de la ciudad que conserva sus polos a través del tiempo y las reformas. Feng-shui llaman los chinos al milenario arte de poner las cosas en su sitio, de ubicar en el espacio los edificios y los jardines, las plazas y los enterramientos, mediante el estudio de invisibles líneas de fuerza. La plaza del Dos de Mayo, hundida en el corazón de la villa, es un crisol geomántico en el que se precipitan y se funden los flujos más heteróclitos; recipiente que acogió la patriótica algarada de 1808, se inflamó en otros levantamientos populares y contempló las correrías revolucionarias de los estudiantes de la Universidad de San Bernardo en diferentes épocas, hasta configurarse, en los primeros carnavales posfranquistas, espontáneamente convocados, como enclave fundacional de una protomovida más patibularia y menos de diseño que la movida en cuestión.

Los patéticos héroes cobijados por el arco y el veterano quiosco de bebidas son los hitos inamovibles de la plaza. El quiosco es un tradicional y neutral punto de encuentro entre el barrio de día y el barrio de noche, dos sectores condenados a entenderse, el de los vecinos, de siempre o de ahora, y el de los visitantes asiduos y noctámbulos. El Maragato, modesta y honesta casa de comidas económicas, es otra referencia intemporal y entrañable. Pero hay otros establecimientos, de cuño más reciente,, que se han afirmado como clásicos modernos del, entorno: El Arco, café de Mahón con su billar y sus tertulias, el Sol de Mayo, rockero y visceral, y La Rosa.

En la plaza del Dos de Mayo hay un colegio público que se inauguró como escuela modelo en 1885 con versos de Echegaray y lectura de un discurso de Jovellanos sobre la instrucción pública. En la plaza del Dos de Mayo se celebraban antaño ceremonias patrióticas, misas de campaña, desfiles militares y verbenas, hasta que el Ayuntamiento franquista de Arias Navarro suprimió los festejos populares pretextando los inconvenientes que creaban en el tráfico rodado. Con otras excusas y coartadas, sucesivos ediles fueron recortando las fiestas de la plaza y desplazándolas lejos de tan polémico espacio.

Hubo un tiempo, a mediados de los años setenta, en el que se produjo un ejemplar entendimiento entre los pobladores diurnos y los inquilinos y visitantes nocturnos del barrio. Ante la amenaza de un plan urbanístico que pretendía derribar el conflictivo casco y trazar en su lugar grandes avenidas y fabulosos centros comerciales, se juntaron antiguos y modernos, diurnos y nocturnos, aliados ante la adversidad. El irrefrenable envejecimiento del vecindario y la codicia inmobiliaria por un lado, y el encanallamiento que difundió la heroína entre los jóvenes allegados por otro, acabaron por romper la efimera tregua.

Malasaña, nombre maldito de Maravillas, tiene bien ganada su buena mala fama, pero ni tanta ni tan mala como se empeñan en aventurar chupatintas y gacetilleros, emborronadores de una leyenda negra creada a la medida de la prensa amarilla. Malhadadas crónicas y míseros panfletos que más que indignación provocan risa, chufla y regodeo de los pacíficos lectores que al sol de la mañana hojean sus pe7riódicos en la terraza del quiosco.

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