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Algunas notas sobre fiestas y disturbios

Ángel S. Harguindey

El pasado sábado 30 de septiembre se produjeron en el municipio de Las Rozas una serie de incidentes notables entre jóvenes festivos y miembros de la Guardia Civil, que se saldaron con un total de 46 heridos leves y 22 detenidos. Las causas de los hechos no son originales. En resumen: un conflicto entre quienes intentaban aplicar lo acordado (que se silenciara la música de los chiringuitos a una hora determinada) y la negativa de algunos propietarios de los mismos, secundados por los que en aquel momento se divertían en el recinto ferial. Dicho de otra manera:- un conflicto entre la autoridad local y una parte importante de los ciudadanos.Nada más fácil que recurrir a la demagogia para buscar culpables, y, naturalmente, nada más fácil que la demagogia para no resolver nada. El municipio de Las Rozas tiene, por primera vez en años, un alcalde del PP que sustituyó a un edil del PSOE. Nunca se habían producido incidentes de esta gravedad y cuantía, luego resultaría sencillo achacar el origen del problema a la querencia autoritaria de los populares, entre otras cosas porque la querencia es evidente. Y, sin embargo, en el municipio de Majadahonda, a escasos kilómetros de Las Rozas, existe un alcalde popular desde hace tiempo; existen fiestas que, además, han terminado hace muy poco, y, pese a todo, no se produjeron incidentes de ningún tipo. Es decir, la cuestión ideológica no es la clave.

En Las Rozas, como en tantos municipios madrileños, - hay un acuartelamiento de la Guardia Civil. Una diferencia a tener en cuenta es que ya hubo incidentes entre los miembros de la Benemérita y los jóvenes de la localidad, incluso en el pasado mes de enero hubo una manifestación en protesta por los malos tratos infligidos a unos bachilleres. Es decir, y pese a que la Guardia Civil no siempre actúa de igual manera, en Las Rozas ya había precedentes de su lamentable comportamiento.

Una vez descritos, más o menos, los hechos y algún precedente -y dejando de lado los relatos personales de bastantes de los presentes en el recinto ferial, o de quienes fueron detenidos, sobre el estilo y comportamiento de los guardias civiles-,. se trataría de aplicar el sentido común para evitar que se repitan estas situaciones. Para ello, por supuesto, lo primero que exige el citado sentido común es erradicar determinados reflejos mentales de quienes tienen la sartén y el mango, que buscan más la justificación de la torpeza que aclarar o analizar los sucesos.

El alcalde, por ejemplo, no tuvo el menor reparo en decir una y otra vez la tontería de que "los disturbios los provocaron gentes de fuera", como si con ello hubiera encontrado la explicación redentora. La Guardia Civil, por su parte, dijo poco, pero lo poco que dijo fue también bastante simple, al anunciar que todo el problema lo había provocado un hombre al que, de momento, no habían detenido. Posteriormente se presentó voluntariamente en el juzgado.

Dejados de lado, en la medida de lo posible, los razonamientos trasnochados, convendría aprender del pueblo de al lado, capaz de celebrar las fiestas en paz sin necesidad de recurrir a guardas jurados o a guardias civiles. El recinto ferial, por ejemplo, se puede ubicar en algún lugar alejado de los vecinos, con lo que se evita el dar la murga a los mismos y, por tanto, permite una mayor flexibilidad horaria. Los relativos inconvenientes de desplazamientos se pueden suplir con transportes colectivos gratuitos (eso hizo Majadahonda); también se puede aplicar la ley a quienes incumplan lo pactado sin necesidad de recurrir a las fuerzas del orden público. Para eso están las sanciones, multas, desconectar la energía eléctrica.... incluso la imposibilidad de volver a solicitar un chiringuito en años venideros, o cualquier otra fórmula coactiva legal que no estimule la reconversión de una fiesta en un campo de batalla.

Lo que no se puede hacer, o no se debe, es llamar a la Benemérita para que se enfrente a miles de jóvenes, de allí o de fuera de allí, mal que le pese al edil, por una cuestión de decibelios. Si, además, los de verde olivo han ido dejando un mal sabor de boca entre los menores de 20 años por un cúmulo de altercados que tienen el común denominador de un talante y unos modos chulescos, el problema está servido.

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