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Un visado que valía una vida

Su padre acusa a los médicos, "que no han hecho nada". Su abogada, a las autoridades francesas, "que no han querido hacer nada". En cuanto al propio Belaid, no acusa a nadie. El 20 de agosto, a las 6.15 horas, este argelino de 25 años murió de septicemia. No pudo sobrevivir a las quemaduras sufridas en un atentado. Algo cotidiano a la escala de esta Argelia desgarrada por la guerra civil. Un "accidente" banal, precisa el certificado de defunción del hospital universitario de Duera.Desde hacía meses, Belaid reclamaba un visado para Francia. Para huir del terror, como otros miles de jóvenes. Pero, sobre todo, para reencontrarse en Noisy-le-Sec (departamento de Seine-SaintDenis) con su familia y sus amigos, y para abandonar el mundo de arbitrariedad administrativa en el cual había entrado por imprudencia y mala suerte. Sus peticiones, las de su abogada e incluso las de amigos bien situados no pudieron evitar el desenlace fatal de esta trayectoria dramáticamente ejemplar. La vida de Belaid bascula durante el verano de 1990. A los 20 años, este joven llegado a Francia en 1978, y ya con un certificado de mecánico en el bolsillo, se dispone a pedir el permiso de residencia para 10 años al que tiene derecho cuando efectúa su habitual visita veraniega a Argelia. En la frontera, es interpelado e incorporado al Ejército.

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Pasan dos años, y Belaid vuelve a Francia con un visado de tres meses. Basta para regular su situación, piensa. Pero la pesadilla comienza en la prefectura de Bobigny. Citando el acuerdo franco-argelino, le advierten de que, al abandonar el país por más de seis meses, ha perdido su derecho a la residencia. A la salida, le proponen arreglar el problema con falsos papeles. Acepta. Durante un control, en junio de 1993, la policía lo descubre. Condenado a tres años de suspensión de residencia, un tribunal de apelación reduce la pena a 12 meses. Vuelve a Argelia convencido de que en un año todo se arreglará. En septiembre de 1994, vuelve a pedir visado. Pasan los meses y no recibe respuesta. Su abogada, Nathalie Micault, se inquieta. Presenta otras dos demandas. Sin respuesta.

Y, por fin, la tragedia. El 7 de mayo de este año, cuando discute con tres amigos en la calle, unos desconocidos le rocían de gasolina y le convierten en antorcha humana. Con quemaduras de tercer grado, es hospitalizado en Duera, donde está la única unidad de grandes quemados del país. Pronto se ve que sólo un traslado a Francia puede salvarle.

La abogada pide a la oficina de visados de Nantes que acelere su decisión. La respuesta llega un mes y medio más tarde: "Se desprende del expediente que esta persona desea instalarse en Francia y ocupar un puesto de trabajo. En consecuencia, conviene invitarle a que busque primero un empleador".

Belaid muere un mes después. "Pesaba 35 kilos", dice su padre. Ahora, vive sólo en Noisy-le Sec. Su mujer, que va cada día al cementerio de Ain Tahia, no ha querido seguirle a Francia.

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