Cosas
Algunas cosas no cambian nunca, se quedan quietas formando el arco de la alianza entre los que se van y vuelven, y son más firmes que los límites territoriales, las religiones, las ideologías excluyentes, el orden económico, el producto interior bruto y, por supuesto, las patrias. Son cosas del corazón, pequeñas cosas que no cotizan en bolsa, y que no se encuentran sometidas a más altibajos que los que el propio corazón registra en la lucha por su integridad. Cuando pasa el tiempo y se regresa al punto en que todo eso fue suspendido por la separación (otro país, otra ciudad, otros amigos: permanecieron hechos un rebujo en la memoria, que no en el desván de los trastos inútiles), asoma la sospecha, el temor a que lo que el recuerdo idealizó a lo largo de la ausencia esta vez no corresponda a la ilusión y se derrumbe ante la puesta al día. Porque, inevitablemente, viajamos de regreso con un frasco vacío en una mano y otro de disolvente (cargado por el tiempo) en la otra.Volver es título de tango y verbo que se conjuga a gusto cuando el lugar revisitado es Buenos Aires: tres años sin poner acá el pie, tres años de distancia alimentada por referencias ajenas y nostalgias propias, podían haber propiciado el desencuentro. No obstante, resurge lo que hubo con tanta fidelidad como el milagro de la luz que empapa las esquinas. Los viejos rituales convocan a la amistad, que acude con la elegante gauchería de siempre, y a esta altura del partido una ya sabe que se la jugó por un amor correspondido, por una fraternidad compartida.
En fin, que en medio de tanto descoloque generalizado y tanto fango mezclado con la espuma de los días, me da gusto decirles que algunas cosas, las mejores, no cambian nunca, y que es para bien.
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