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Reportaje:PLAZA MENOR - PLAZA DEL ÁNGEL

El corazón de las musas

Cada metro cuadrado de pavimento de esta minúscula, descoyuntada y seráfica plaza cubre toneladas de pasado glorioso, polvo de siglos, polvo enamorado y literario en el que se trocaron las obras de los más preclaros habitantes de la república de las artes y de las letras, que aquí tuvo su domicilio. Si hoy excaváramos (es un suponer maldito y espero que nadie lo tome en serio) en las profundidades de la plaza no aparecerían grandes tesoros, ni bronces, ni mármoles, de sus antiguos inquilinos que levantaron sus mejores monumentos y sus más fastuosos edificios sin más materiales que la palabra y con la ingeniería de su ingenio. Excavar aquí tiene además sus riesgos, pues como habitualmente viene sucediendo en todo tipo de obras subterráneas, en Madrid cada vez que levantas un adoquín emerge un cementerio. Con precisión topográfica, los topos municipales han ido a enterrar los automóviles en los mismos enclaves donde antes los madrileños enterraban a sus muertos. El cementerio aquí evocado es el de San Sebastián, colindante a la parroquia del mismo nombre, que hace esquina con la calle de las Huertas. Cementerio romántico por excelencia y redundancia en el que una noche lúgubre y desquiciada el poeta José Cadalso desenterró a su rubia y añorada amante para prolongar contra natura su interrumpido idilio.La iglesia de San Sebastián es una de la más sufridas y menos agraciadas entre las históricas de la Villa, sobre todo en su exterior anónimo y amazacotado. Está purgando el santo los excesos ornamentales que en sus primeros tiempos hicieron de su portada un delirio de piedra, en el más arrebatado estilo de Churriguera e hijos, discipulos de Pedro de Ribera, padre del barroco madrileño, injustamente castigado a título póstumo a servir como ejemplo del estilo churrigueresco. La puerta del Hospicio de Pedro de Ribera y esta fachada desaparecida de los Churriguera, como exponentes de un presunto mal gusto que el tiempo ha rebatido, fueron citadas en un vitriólico epigrama del Padre Salas que interrogaba irónicamente al santo entronizado en su frontis con estos versos: "Santo de tanto valor. / ¿Qué hacéis en tal frontispicio? / Os aseguro en rigor / que a no estar en el Hospicio / no pudiera estar peor". La ingeniosa sátira del cura y los denuestos de los madrileños, poseedores al parecer de un riguroso criterio arquitectónico y ornamental, adquirido por ciencia infusa, que se mantiene hasta nuestros días, llevaron al clero a picar la controvertida obra de los polémicos e imaginativos artistas.

Otros muchos desmanes, desucciones y reonstrucciones han hecho de la iglesia un armatoste en cuya desnuda portada luce hoy un ciclópeo san Sebastián muy alejado de sus habituales poses de culto. No hay que extrañarse por las azarosas circunstancias que siempre rodearon el templo. Ésta es la iglesia de los cómicos y de los poetas. Aquí estuvo enterrado Lope de Vega, y aún queda sacristán que enseña el nicho vacío donde debían reposar sus restos, removidos, cuentan por un párroco sin escrúpulos para hacer hueco a una sepultura familiar. Los cómicos de este barrio de la farándula ilustrada veneran aquí a Nuestra Señora de la Novena, mediadora habilísima en asuntos, de contratos escénicos y éxitos, teatrales. La imagen de la Virgen presidió anteriormente al aire libre las reuniones de cómicos y representantes, hasta que obró el milagro de curar a una comedianta tullida tras un parto problemático y sus fieles le montaron capilla propia. Actriz era María Ibáñez, la novia fúnebre del poeta Cadalso. Actrices y poetas, cómicos, dramaturgos y toreros componen una interminable lista de bodas, bautizos y entierros que incluye el bautizo de Cúchares, que bautizó el arte de toreo, la boda de Bolívar y la sepultura de don Ramón de la Cruz, perdida como la de Lope. Fiel a la catadura de sus bohemios feligreses, la iglesia de San Sebastián conservó hasta muy tarde su derecho de asilo y albergó entre sus muro s una floreciente y litúrgica taberna reconocida por su milagrosa bodega.

A las puertas de San Sebastián, la plaza del Ángel se conforma como, un afilado triángulo cuyo vértice más agudo desemboca en la plaza de Benavente. Sucumbieron palacios, conventos y cafés, como el de San Sebastián, que llevó a los escenarios otro vecino y contertulio del barrio, don Leandro Fernández de Moratín, en su innovadora obra La comedia nueva, o el Café.

Antes de ser definitivamente aplastados por el peso de las letras y de los siglos conviene apuntar que en la plaza del Ángel abre hoy sus puertas un café que va haciendo historia en las noches alborotadas de Huertas y aledaños, un café de apariencia tradicional, pero volcado en la Vanguardia de la música popular del siglo XX: el jazz. Las noches del Café Central impregnan la atmósfera del barrio con los acordes del blues urbano, del bop, o de las nuevas tendencias. Músicos veteranos y jóvenes intérpretes, clásicos de lo moderno y furiosos experimentalistas se van sucediendo sobre el pequeño escenario. Fuera de las horas de actuación, el Café Central es un refugio tranquilo y confortable, lugar de encuentro de músicos y cómicos, estudiantes y amantes, contertulios amigos de la charla reposada en un ambiente sin estridencias.

El paso por la plaza del Ángel es imperceptible, un tránsito leve a través de un espacio casi borrado del mapa, conquistado por los automóviles, tomado por un escuadrón de carros blindados y ruidosas motocicletas que ocupan sus aceras. Descienden hacia Huertas las huestes de los jóvenes noctámbulos. En las noches de verano, la plaza se convierte en una difícil encrucijada para el tráfico peatonal. Sorteando vehículos y tropezando unos con otros, o con cualquiera de los múltiples obstáculos que se encuentran en su camino, los paseantes colisionan brevemente y se excusan o entablan espontáneas conversaciones antes de diluirse en este laberinto, siguiendo sin saberlo los pasos de sus históricos vecinos, las sombras de Lope, de Cervantes, de Góngora y Quevedo, que se cruzan con los espectros de antiguos saltimbanquis, comediantes y pícaros, cortesanas de tronío y clérigos embozados.

Aunque algunos lo intuyan, mas muy pocos lo sepan, este triángulo que forma la plaza del Angel sigue siendo el corazón del barrio de las Musas.

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