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Mutis

Enrique Gil Calvo

La presente legislatura está a punto de quebrar, víctima tardía de pretéritas negligencias causadas por irresponsabilidad gubernamental. Y con ella, acabará también el trecenio de poder socialista, cuya ejecutoria se enfrenta al juicio sumarísimo de la opinión pública. Adviértase la catadura moral de nuestra sociedad, que consintió en su momento con tibia tolerancia la comisión de unos hechos criminales tácitamente dados por supuestos mientras se estaban produciendo de modo clandestino, pero que años después, cuando por fin se hacen públicos con calculada ingeniería judicial, generan una hipócrita oleada de intransigencia. Pero así somos los españoles: permisivos con los presuntos culpables mientras preserven (o adquieran legalmente) su impunidad formal, pero intransigentes con quienes no puedan evitar el público reconocimiento de su flagrante responsabilidad. De ahí que cierto cinismo mediático haya impuesto el culto a la delación y la sospecha, logrando que la ciudadanía se convierta en acusación airada con la esperanza retrospectiva de lavar su mala conciencia.Ignorarlo le ha costado a González convertirse en un apestado político: en el paria mayor del reyno, con el que ya ni siquiera los fenicios aceptan pactar. De ahí que, siendo un cadáver político (aunque capaz todavía de presentar batalla electoral después de muerto), lo único que de él interesa es la ejecución de su testamentaría. Y no me refiero sólo a la cuestión sucesoria (pues deberá ser González quien presida su propio entierro, si es que sus herederos quieren disponer todavía de algún legado que capitalizar), sino al calendario de la agonía: ¿cuándo deben convocarse las elecciones que certifiquen su defunción política? La discusión pudiera parecer bizantina, si consideramos la estrechez de la horquilla que separa las distintas propuestas. Pero no hay bizantinismo alguno, pues se trata de una cuestión capital: y no me refiero al capital presupuestario, que a nadie interesa ya, sino al único que cuenta en política, que es el capital electoral.

El poder reside en los votos. Pero el voto depende de factores escénicos: de cómo se representen las propias fuerzas ante la opinión pública. Lo ha dicho González en su gira por Oriente Próximo: no empujen. Antes de entrar, dejen salir: pero sin empujar. Lo cual puede interpretarse a la manera de la honra calderoniana: González desea abandonar el poder sin que le echen, decidiendo él fecha y forma de salida. Es decir, haciéndolo por su propio pie, con la cabeza bien alta y, a ser posible, revestido de toda la dignidad que consiga representar. Pero no se trata sólo, como en el teatro, de hacer un buen mutis, pues no estamos ante una tragicomedia, sino frente a un catártico drama político. Y no es puro teatro porque lo que está en juego es el reparto del capital electoral. Todos hacen electoralismo: y González no menos que Pujol, Anguita o Aznar (aunque a estos últimos se les llene la boca con retóricas protestas de santa indignación ofendida). Por eso Pujol traiciona a González para no cederle demasiados votos al PP, Aznar se encabrita para adquirir mayoría absoluta y Anguita pontifica para heredar los votos que dejará huérfanos el poder socialista.

Y González igual. Su mutis, aunque parezca un wagneriano crepúsculo de los dioses, obedece a una calculada puesta en escena: ¿qué momento elegir para que ahorre la mayor parte posible de capital electoral? Lo cual conduce a la pregunta clave: el mutis de González, ¿debe producirse antes de las elecciones (designando otro candidato sucesor) o sólo después, tras ser derrotado por fin? Frente a tantas razones en contra (incluida la aparente decisión del afectado), creo que debe producirse después. Y no sólo por interés electoral (pues sólo González puede impedir la temible mayoría absoluta del PP), sino por imperativo ético: ya que en su momento no asumió su responsabilidad política ante el Parlamento, ahora González no tiene derecho a evadirse de su responsabilidad ante sus electores, pues hacer mutis como candidato sería abdicar del compromiso moral contraido con ellos.

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