El peligro de la atonía
Aunque en España se está acusando comparativamente más, la progresiva depauperación de la oferta de exposiciones artísticas es un fenómeno que se detecta igualmente desde una perspectiva internacional. Tras unos 15 años de verdadero frenesí, a este respecto, el contraste con la general atonía actual resulta más sorprendente de lo que cabria esperar de la ley pendular de las modas, sobre todo, cuando la demanda no ha dado aún la impresión de atenuar o perder el interés. En todo caso, lo más grave de esta crisis no sería el que se hicieran menos o incluso peores muestras temporales que antes, sino que no fuera el resultado de un cambio de orientación más positivo en el terreno de la política artística; esto es: simplemente que tampoco se hicieran exposiciones.
Hay razones científicas y divulgativas, cuando no puramente políticas, que avalan la necesidad de las exposiciones artísticas, aunque no pocas veces se pervierta su significado original, como desgraciadamente hemos podido comprobar que se hacía en los años de bonanza. Con todo, una necesidad mal resuelta sólo se arregla mediante una resolución mejor y no ignorando la necesidad.
Piénsese, por ejemplo, lo que han supuesto las exposiciones temporales de arte con temporáneo en nuestro país, en cuyos museos no había prácticamente nada significativo de los grandes maestros de los siglos XIX y XX, incluso de los españoles más internacionalmente destacados. Sin ellas, es casi seguro que no sólo la sociedad española seguiría de espaldas ante unos de los segmentos más interesantes de la creación cultural de nuestra época, sino que, en consecuencia, nada se habría hecho para reparar nuestros fallos estructurales:
O todo o nada
Por otra parte, dentro de esa general atonía internacional, lo peor en nuestro caso es, de nuevo, el exasperante cambio de pasar, de quererlo todo, a no querer nada. En Europa occidental y en Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, ésta tendencia de inhibición expositiva no ha afectado a los grandes centros o, en todo caso, se ha modulado, con lo que el hipotético prejuicio derivado será menor o inapreciable, porque, al margen de que en estos países hay, además, grandes colecciones permanentes, quienes allí más se han desanimado ahora han sido los menos interesantes.
En España, sin embargo, mucho me temo que, si no hay una reacción inmediata la situación puede sufrir un fuerte deterioro, que será tanto más grave porque sus con secuencias trascenderán al hecho en si de las exposiciones y afectarán al público, a los artistas, al mercado y, claro, a la supervivencia y buen funcionamiento de museos y centros artísticos.
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