El clásico Ettore Scola rescata al gran Alberto Sordi

Cerró el concurso Historia de un muchacho pobre, donde Ettore Scola, a estas alturas un clásico del cine europeo, lo hace bien todo pero sin dejar que asome lo mejor de sí mismo, salvo su inteligencia para dirigir actores, lo que nos regala Alberto Sordi fuera de norma, con maneras de un monstruo sagrado que pendulea del esperpento a la ternura cuando y como le viene en gana, sin que se perciban sus asombrosas transiciones. Un cómico superdotado que se acerca a los 80 años y guarda intacta su célebre velocidad de pegada entre los ojos del espectador.

ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS, ENVIADO ESPECIAL

Las otras dos películas en competición que nos quedan por aludir son Cardiograma, una humilde y bien compuesta película, un relato transparente y cercano pese a la lejanía de ,Almá Atá, capital de Kazajstan, donde, transcurre. La dirige un ruso-kazajo llamado Darezan Ormimaev, que tiene pulso tranquilo y eleva con sentido de la gradualidad la anécdota de un niño de la estepa que descubre la sexualidad, con humorismo que deriva en desgarro, en la encerrona de un internado, de enfermos cardiacos precoces.Igualmente visible en Occidente, aunque llegue también de los antípodas, es la japonesa Maborosi, dirigida por un tal Koreeda, que se entra en sutileza y construye un relato de cadencia muy suave y de los que tienen vida subterránea, esa fluencia oculta tras la evidencia, a la que sólo tienen acceso los cineastas de fuste, en este caso de la dinastía derivada de la obra del gran Kenji Mizoguchi, una de las figuras mayores del cine de todos los tiempos.

Si esta última supera la media (tirando a baja) con que se puede hacer un rasero del concurso, la Historia de un muchacho pobre de Scola no sobrepasa como conjunto ese rasero, pero con una salvedad: que la historia simplemente correcta de ese muchacho pobre se trenza en contrapunto con la historia de un viejo y éste sale de la comedida pantalla de Scola como un bólido de arrollador talento. Este viejo es un Alberto Sordi que, cargado de sabiduría y (cuando lo requiere su composición) de comedimiento, destapa en tres o cuatro escenas al genial bufo que lleva dentro y lo deja suelto.

La tristona película se dispara entonces hacia arriba y vuela y nos hace volar enganchados al inefable talento histriónico de uno de los arquetipos del cine italiano de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Su rostro pertenece a la formidable galería que formaran Totó, Ana Magnani, Vitorio Gassman, Ugo Tognazzi, Stoppa, Edoardo de Filippo, Marcello Mastroianni y decenas de sombras y de viejos supervivientes que dieron sus caras a uno de los episodios de inspiración colectiva divertidos, rotundos, emocionantes y ricos que ha dado el tinglado de poetas de carretera, de artistas feriantes y de monstruos del desparpajo, la seducción y el embaucamiento qué todavía son signo de identidad del cine italiano.

Premios

Sordi es seguro aspirante al premio al mejor actor; y Jack Nicholson y el formidable alemán George Götz tendrán que vérselas con él. Más fácil lo tiene la francesa Isabelle Huppert, que, si ganó inmerecidamente la Copa Volpi a la mejor actriz hace unos años, por desvergonzada maniobra del jurado contra quien más lo merecía, la Carmen Maura de Mujeres al borde de un ataque de nervios, ahora lo merece sin discusión, pues llena de vitalidad al frío filme-reloj de Claude Chabrol La ceremonia.

Y en lo que hace al León de Oro, no hay, a juicio de este cronista, otra candidata seria que Cyclo, película muy importante dirigida por un francés de origen vietnamita, Anh Hung Trang, a quien conocemos por El olor de la papaya verde, reiteradamente emitida hace poco por Canal +.