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Algunas verdades sobre Bosnia

La decisión de intervenir militarmente en Besnia-Herzegovina no se ha tomado en nombre de la ONU, como en la guerra del Golfo. Tampoco en nombre de Europa, como habría podido imponer la lógica geográfica. Ha sido en nombre de la OTAN, es decir, sobre todo de Estados. Unidos. Indudablemente, el primer avión derribado del cielo bosnio es un Mirage francés. La Fuerza de Reacción Rápida, indudablemente también, ha participado en las operaciones y está compuesta principalmente de franceses 1 y británicos. Por último, es sabido el papel de impulsor que ha desempeñado Jacques Chirac, ese D'Artagnan gaullista, como lo han bautizado los senadores de Washington con una especie de reconocimiento humorístico.Sin embargo, es un hecho que sin la decisión norteamericana de intervenir nada era posible. Hasta ese momento, los estadounidenses no se habían involucrado realmente por tres razones. Primera: no estaban de acuerdo con el, plan de reparto de Bosnia propuesto por los europeos; decían que ese plan era una recompensa para los agresores serbios. Segunda: los estadounidenses temían tener que cruzar la que ya llaman línea de Mogadiscio, en recuerdo de la trampa en que creen que cayeron en Somalia. Tercera razón: los norteamericanos pensaban que había que dejar a los bosnios que reconquistasen solos las posiciones perdidas, pero levantando el embargo de armamento pesado. En todas las hipótesis posibles, los aliados de los estadounidenses eran los bosnios, en su mayor parte musulmanes.

¿Cómo explicar el brusco cambio de la postura estadounidense? Sobre el terreno, se había creado ciertamente una situación nueva, debido a que la ofensiva croata en Krajina demostró que el Ejército serbio estaba lejos de ser invencible, a que la ofensiva bosnia tuvo algunos éxitos puntuales, y a la increíble estupidez de los oficiales serbios de Pale, que decidieron una nueva matanza de civiles lanzando obuses de mortero sobre el mercado de Sarajevo.

No obstante, ni siquiera todo eso habría; bastado para justificar la decisión norteamericana. El inicio de las hostilidades tiene como verdadero origen un asunto de política interior estadounidense. Dos veces el Senado y la Cámara de Representantes conminaron a Bill Clinton a que levantara unilateralmente el embargo de armas que dejaba en desventaja a los bosnios y a entregar armas a éstos. Dos veces el presidente estadounidense impuso su veto a senadores y diputados. Franceses, británicos, alemanes y todos los estados mayores de la OTAN convencieron a Clinton de que el levantamiento del embargo sólo podía conducir a la ampliación de la guerra. A partir de ese momento, Clinton comprendió que tenía que lograr un éxito personal en el territorio de la ex Yugoslavia. Pero, ¿cómo? Sus consejeros se dejaron convencer por franceses y británicos de que se podía poner a Belgrado contra Pale, a Milosevic contra Karadzic. El plan de paz europeo, según ellos, era un objetivo político que se podía imponer por la fuerza, porque casi todas las partes se habían adherido al mismo oficiosamente. Clinton recibe entonces a Chirac, que termina de convencerle. Inmediatamente, una delegación de diplomáticos estadounidenses se traslada a Europa. Después, matan a tres de ellos. El nuevo plan norteamericano no sólo abandona en parte a los bosnios, sino que contiene, respecto a una de las "zonas protegidas" por la OTAN, Gorazde, una concesión a los serbios que se retiró a continuación.

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Los franceses dieron esperanzas a Clinton de que se podría terminar con la oposición de Karadzic, de MIadic y de todos los aventureros de Pale, de que el plan de paz podría negociarse al amparo de una tregua en los combates y de que así Clinton ya no tendría que hacer frente a la desaprobación del Congreso en Washington. Jacques Chirac, por su parte, se comprometía a obtener de los bosnios y de su presidente, Izetbegovic, un intercambio de paz por territorios. Además, la paz podía permitir a continuación la recuperación de ciertos territorios. Se esperaba la ocasión: los obuses sobre el mercado de Saravejo la proporcionaron.

Desde que los aviones de la OTAN comenzaron sus ataques el pasado 29 de agosto, los comentarios de ciertos estrategas norteamericanos han sido comedidos. Ninguno de ellos ha creído que debiera felicitarse porque el honor de la OTAN, hasta ese momento muy comprometido, estuviera por fin a salvo y de que se le debiera al presidente de Estados Unidos. Al contrario; el Herald Tribune titulaba en primera página: "¿Acortarán o prolongarán la guerra estos ataques aéreos?". Es la primera vez que una iniciativa militar norteamericana no va acompañada del civismo y el lirismo patriótico que prodigan los ciudadanos del otro lado del Atlántico. A nadie se le escapa que Clinton perseguía un fin personal de política interior.

Desde este último punto de vista, pasan además cosas extrañas con Clinton. Recuérdese que, el año pasado, el Pentágono hizo público, de la manera más oficial, un largo comunicado en el que criticaba duramente la decisión de la Casa Blanca de recomendar bombardeos sobre la antigua Yugoslavia. Ese reto sereno era un acto de insubordinación que tendría que haber causado la destitución de algunos generales o de la dimisión del secretario de Estado para la Defensa. No ocurrió nada. Este asunto de Bosnia, que, desde el principio, ha dejado en ridículo a todo el mundo, no ha perdonado tampoco a Bill Clinton. De momento, Jacques Chirac, que tanto necesita que se le perdonen las pruebas nucleares, no sale demasiado mal parado al respecto. Pero quedan cosas por saber. ¿Hasta dónde puede llegar la capacidad de resistencia de los serbobosnios? ¿Han conseguido ya poner a resguardo sus baterías de misiles y sus morteros? ¿Se autorizará a los soldados de la ONU y de la Fuerza de Reacción Rápida a ocupar el terreno momentáneamente abandonado por los serbios? ¿No se sentirán obligados los rusos, cuya reacción en contra ha sido tardía y blanda, a radicalizar su oposición? En resumen, como se pregunta el Herald Tribune, la duración de la guerra, ¿se acorta o se prolonga? Pregunta un tanto perversa, por cuanto no se veía qué podía acortarla mientras los serbobosnios de Pale estaban desatados y los bosnios dudaban.

Pero ya se pueden extraer unas cuantas lecciones a las que ahora primer ministro francés, Alain Juppé, desposeído de este problema en beneficio de Chirac, se refirió en la época en que era ministro de Asuntos Exteriores con Balladur y Mitterrand. Juppé, dijo que no sólo no había defensa europea, cosa que todo el mundo sabe, sino que no había ningún acuerdo militar sobre temas puntuales. Comprendía que, durante un cierto tiempo, cada uno hubiera elegido su. aliado. Pero los alemanes habían, elegido a los croatas, los austriacos a los eslovenos. Los franceses habían dicho que nunca harían la guerra a los serbios, aunque la opinión pública francesa estuviera de parte de los bosnios. Sin embargo, a partir del momento en que se expuso un plan de paz, era desesperante ver a los estadounidenses incitar a los bosnios a ser extremistas, a los rusos hacer lo mismo con los serbios, a los alemanes entregar armas a todo el mundo. ¿Quién podía llevar a la unidad en la decisión? Juppé respondía: los norteamericanos, los norteamericanos, los norteafricanos.

Así, se juega el destino del mundo, el honor de un continente, la supervivencia de un pequeño país. Todos quieren ser, y se llaman, independientes.

Sobre todo, en Francia, los gaullistas, por supuesto. Pero, a la hora de la verdad, se espera a los estadounidenses. ¿Y cuándo. se deciden éstos? Cuando hay un problema de prestigio personal de su presidente, un tira y afloja con el Congreso; un problema, en suma, dé política interior.

Jean Daniel es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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