Ariadna Gil y Victoria Abril salvan una jornada tediosa
Harvey Keitel rescata del naufragio un soso 'thriller' de Spike Lee
Fuera de la competición, donde todo fue tedioso, incluido el thriller de Spike Lee, Clockers, que se presumía audaz y tiene como única tabla de salvación al genial todoterreno Harvey Keitel, ayer fue un día que, desde distintos focos de noticias, hicieron vivo y digerible unos cuantos cineastas españoles, encabezados por Manuel Huerga, que logra en Antártida, junto a algunas escenas rutinarias, a otras muchas con cine de gran solvencia y calidad, maravillosamente interpretadas por Ariadna Gil.
ENVIADO ESPECIAL
Sonó el nombre de José Luis de Vilallonga en los créditos y las reseñas de la película francesa, dirigida por Pierre Bouton, Fiestas, inspirada en una novela suya. Sonó la actriz madrileña Inés Sastre, que hizo en un periódico un bonito relato de la singular situación que para ella era ser dirigida, en la primera historia del filme Más allá de las nubes, por un anciano mudo, pero con el que logró un intercambio de elocuencia a través de gestos y miradas, creando así en el prosaismo del rodaje un trozo vivo de la poesía del silencio de Michelangelo Antonioni.Sonó el nombre de Victoria Abril, cuyo trabajo aquí, nadie duda en considerar la razón principal del enorme éxito obtenido en Francia por el filme Gazon maudit, dirigido por Josiane Belasko y pendiente de estreno en España. No para de sonar Jorge Semprún desde que sus compañeros del jurado le nombraron su presidente, y cuyo derecho al voto de calidad puede resolver el posible atolladero -si las cosas no cambian los próximos días- derivado de que concursen algunas interesantes películas, pero hasta ahora ninguna de ésas que tienen el sello de lo excepcional y crea la unanimidad que necesita un debate de éstos para que en él no se cuelen intereses bastardos, como ocurrió el año pasado con la indecente maniobra de David Lynch para premiar por todo lo alto a Asesinos natos, de su amigo y socio, Oliver Stone.
Sonó y seguirá sonando, Flamenco, que ayer presentaron Carlos Saura y Vittorio Storaro en medio de la presión que rodea a las películas-acontecimiento, que son noticia por su sola presencia. Sonó y seguirá, sonando Antártida, sorprendente ópera prima a causa del matemático ajuste de su secuencia y los brillantísimos juegos de encadenamiento de imágenes y de fundidos en blanco, propios de un profesional curtido y expertísimo.
Espléndida fotografía
La seguridad de composición de Huerga -apoyado en la emotiva escritura de Francisco Casavell, la buenísima banda sonora de John Cale y la espléndida fotografía realizada por Javier Aguirresarobe-, hay que buscarla en su larga etapa de realizador de vídeos (cosa que con frecuencia es un lastre cuando se comienza a hacer cine) para la televisión y, sobre todo, su célebre (fue saludada como cosa excepcional en todo el mundo) captura en directo de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992.Y, finalmente, sonó y seguirá sonando Ariadna Gil que -mano a mano con un magnífico novato llamado Carlos Fuentes- da tanta fuerza, delicadeza, dolor y belleza al eje de Antártida, que no se entiende que -pese a sus pronunciados altibajos- esta notable película, no esté en el concurso y la actriz hubiera tenido así ocasión de ponérselas difíciles a las maravillosas Isabelle Huppert y Sandrine Bonnaire, hasta ahora únicas candidatas con verdadera entidad al premio Volpi a la mejor intérprete femenina. Baste decir que ayer, junto a la embarullada y decepcionante película policíaca de Spike Lee, concursó El holandés volador, completamente irrelevante además de pretenciosa.
Y en días como estos, en los que concursa el vacio, suenan también los ecos de las peleas domésticas entre Pontecorvo, capo de la Mostra, y sus colegas adversarios de las oficinas de la madre Bienal, broncas y zancadillas que a nadie interesan, salvo a los tratadistás del capítulo italiano del arte de la traición. Y suena el cosabido glamour de alcantarilla, como el ofrecido ayer tarde en la terraza del Excelsior por una rotunda starlette de enormes curvas napolitanas, que se sentó con el culo al aire en una mesa y al ver que el estupor no era excesivo ni acudían suficientes fotógrafos, descruzó los muslos y proclamó su entrepierna, mientras que con el más ortodoxo estilo de ama de cría, sacó la teta izquierda por encima del escote de su pequeña camiseta publicitaria. Acudieron los fotógrafos, pero también los carabineros.
Babelia
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