Una mala causa
JACQUES CHIRAC parecía anoche decidido a pulsar, a título de ensayo, el botón del arma nuclear francesa, aun a sabiendas de que la violenta explosión en las entrañas del atolón de Mururoa tendría un eco inmediato en las conciencias de millones de habitantes del planeta. Nunca en la historia de las armas nucleares la realización de una prueba de este tipo ha despertado tan masiva y universal reprobación previa. Pero Chirac, al declarar "irrevocable" su decisión de efectuar ocho ensayos nucleares en las posesiones francesas del Pacífico sur entre septiembre de 1995 y mayo de 1996, se encerró a sí mismo, y a Francia, en un callejón sin salida. Un callejón de consecuencias negativas para todos: para el medio ambiente planetario, para la causa de la no proliferación de armas nucleares y para la imagen del presidente francés y de su país. El irreductible Chirac ha retado al resto de la humanidad en nombre de una mala causa.Es dudoso que Chirac pueda repetir el "¡Hurra para Francia!" pronunciado por el general De Gaulle el 13 de febrero de 1960 al conocer que Gerboise bleue, la primera prueba nuclear francesa, había hecho temblar una extensa porción del Sáhara argelino, entonces administrado por París. Y eso que la actitud del flamante presidente francés pretende inscribirse en la tradición gaullisita de utilizar la force de frappe como instrumento de una política exterior independiente respecto a Estados Unidos y la URSS. El problema es que hace ya unos cuantos años que la guerra fría terminó, y la actitud de Chirac es percibida como de un insoportable anacronismo.
Chirac ha alegado causas técnicas para resucitar los ensayos franceses: sus expertos, a diferencia de los norteamericanos y rusos, no están en condiciones de simularlos en ordenador. Y ha dicho que en la segunda mitad de 1996 Francia estará en disposición de sumarse a la prohibición, definitiva de estas pruebas. Entretanto, ha usado argumentos nacionalistas para el consumo interno y, para el de sus inmediatos vecinos, ha sugerido que Francia está dispuesta a poner su force de frappe al servicio de Europa. Ninguna de estas razones ha convencido. En la propia Francia, el 63% de los ciudadanos es contrario a la decisión presidencial; en el exterior, lo francés ha vuelto a ser sinónimo de chovinismo.
El mundo ha interpretado que Chirac se mueve en el terreno de lo simbólico: dar un masaje al orgullo nacional francés y retomar la política exterior de grandeur por más que sea reprobada por la mayor parte de la humanidad. Y lo es. Washington y Moscú mueven la cabeza con disgusto, ninguno de los socios europeos de Francia apoya abiertamente a Chírac; Nueva Zelanda, Australia y Japón protestan con vehemencia, Y un frente de opinión pública internacional de una dimensión geográfica y humana sin precedentes se dispone a boicotear todo lo que huela a francés. Es lamentable que Francia se siente en la picota de la opinión internacional al lado de un compañero tan poco respetable en materia de libertades y derechos humanos como el régimen chino.
Y es que, a los riesgos de contaminación, la explosión de Mururoa añade el mal ejemplo. Apenas rubricada la prolongación del Tratado de No Proliferación (TNP) de armas nucleares, París ignora la moratoria de ensayos que aplican Estados Unidos y Rusia y a la que se había sumado en 1992 la Francia de François Mitterrand. Ello representa una clara ruptura de la solidaridad y la cohesión de las grandes potencias, abre la posibilidad de que cualquiera de ellas reivindique en en el futuro el derecho a la excepción, anima a China seguir con sus pruebas y da alas de legitimidad a aquellos países que, como India o Pakistán, ya tienen armas nucleares pero no de modo oficial, y a los que están intentando conseguirlas.
Todo han sido torpezas en la acción de Chirac. Lo fue anunciar los ensayos con tanta anticipación, lo que dio tiempo a la oposición a organizarse. Lo fue efectuar ese anuncio en las vísperas del 50º aniversario de Hiroshima y Nagasaki, lo que le ha valido al presidente francés el mote de Hirochirac. Y lo fue que, ante las cámaras de la televisión, los soldados franceses se cebaran en los buques enviados por Greenpeace para intentar detener la explosión. Greenpeace no ha podido impedir el ensayo, pero ha confirmado que es un superpoder ecológico capaz de lograr una gran movilización en defensa de la idea de que la naturaleza es patrimonio común de la humanidad.
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