Woody Allen mantiene su ingenio torrencial en su nuevo filme, 'Mighty Aphrodite'
Prosigue el concurso con un duro largometraje iraní censurado en su país
El ingenio de Woody Allen sigue siendo torrencial. Y si a él se añade, como cada año desde hace cinco, el dominio del oficio de hacer películas que ha alcanzado, no es una sorpresa que su -por otro lado sorprendente- Mighty Aphrodite sea una incatalogable y deliciosa mezcolanza de comedia moderna y tragedia clásica que por sexta vez consecutiva confirma la plenitud, el estado de gracia en que se encuentra este tierno, cáustico y superdotado poeta de Manhattan, ya convertido en uno de los grandes del cine contemporáneo.
ENVIADO ESPECIALEn 1990 y 1991 Woody Allen se puso más serio que de costumbre y dejó escapar en los complejos y torcidos entresijos de Alicia, Delitos y faltas y Maridos y mujeres síntomas de una borrasca íntima que descargaba el malestar que de paredes adentro había escondido en su propia casa.Estos preludios, predominantemente hechos en forma cinematográfica de interior-noche, dieron algunas pistas del vidrioso escándalo familiar en que se vio envuelto poco tiempo después y que desembocó en la aparatosa ruptura con Mia Farrow, su unión con una hija adoptiva de ésta y finalmente, en el escabroso juicio público, un sofocante reality show para el que el cineasta encontró una vía de escape en su oficio, convertido en recurso de liberación.
De esa necesidad de liberación y de huida surgió, en 1993, casi a bote pronto, una de sus obras, tal vez por la urgencia con que fue concebida y hecha, menos cuidadas formalmente, pero más ágiles, divertidas y luminosas: Misterioso asesinato en Manhattan. Y un año despúes, ya de manera meditada y calmosa, Balas sobre Broadway, una película que, por ahora, da la impresión de ser su obra cumbre, su trabajo más arriesgado y más logrado.
Indicios del esmero y el cuidado que Allen puso en Balas sobre Broadway son su ausencia de la pantalla (quiso, y así lo dijo, concentrarse únicamente en la dirección de escena) y su descarga de responsabilidad en el guión en la escritura de un dramaturgo apasionado por el cine, Charles McGrath, que proporcionó a los alardes habituales del ingenio, a veces un poco desordenado, de Allen, una armazón solidísima; un tempo preciso y desacostumbrado en las consabidas arritmías de su guiones propios; y finalmente el acceso del cineasta a (no casualmente hoy con sabor innovador) los modelos más estrictos y rigurosos de la comedia del Hollywood clásico, sobre todo los, derivados de la obra de Ernst Lubitseh y Mitchel Leisen.
Todas las riendas
Ahora, en Mighty Aphrodite, Allen vuelve a adueñarse de todas las riendas, dentro y fuera de la pantalla, y parece evidente que ha absorbido como una esponja sus dos experiencias precedentes, logrando una equilibrada combinación de autobiografía en paradoja ("A mi edad, cuando se echa un polvo a una jovencita conviene hacerlo cerca de una UVI") con la geometría nada chistosa de Balas sobre Broadway. El resultado es delicioso, graciosísimo, de gran soltura, de los que parecen inventados directamente en la pantalla y no dejan ver el andamio que los sostiene ni la elaboración que encubre su aparente facilidad, que está jalonada de cuando en cuando por escenas en las que hay evidencia de un rodaje meticuloso y magistralmente ejecutado; donde la tragedia griega se convierte en comedia neoyorquina y ésta se abre a inventos y giros de gravedad trágica. Y todavía aquella borrasca autobiográfica aludida al fondo: la paternidad no biológica introducida en el eje de un juego de amor y desamor.Y una mirada al digno, sólo digno, concurso: Det es nombre, de chica es una ficción documental del iraní Ábdelfazl Jalili. Es una grave y, con maneras suaves, muy dura mirada al Teherán pobre y machacado, por altavoces con rezos, lo que explica el rechazo que ha provocado en la censura integrista. Pero es lástima que el coraje del filme no sobrepase, en cuanto a cine, la simple corrección.
Babelia
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