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Entrevista:

"Trabajar con Mastroianni se lo debo a Almodóvar"

Andrés Fernández Rubio

Marisa Paredes rodó el viernes en París su última escena con Marcello Mastroianni en Tres vidas y una sola muerte, del chileno Raúl Ruiz, una historia de gente de cualquier parte en la que cada cual tiene su peculiar acento francés. El reparto de esta comedia incluye a Anna Galiena y a Chiara Mastroianni, la hija del actor y de Catherine Deneuve. Marisa Paredes interpreta a la primera mujer a la que un rocambolesco Mastroianni abandona."Estoy como en un sueño", dice la actriz. "Él te hace sentirte como si llevaras toda la vida a su lado. Te aporta una enorme humanidad, sientes todo el cine europeo puesto en su cara, en sus ojos".

Mastroianni le ha recordado su primera visita a España para filmar una película histórica: "Me contaba cosas estupendas, que se enamoró perdidamente de Carmen Sevilla, y luego una bailarina de flamenco que actuaba en Pasapoga y a la que no se atrevió a saludar. Y un buen día, al cabo de los años, rodó con Laura del Sol una película y ella le dijo: 'Recuerdos de mi madre', que era aquella bailarina del Pasapoga".

Además de esta película francesa, Marisa Paredes ha participado en otra del director británico Nick Hamm con Vincent Pérez y Franco Nero. "A mí, como a tanta otra gente, Pedro Almodóvar me ha abierto las puertas del cine en Europa con Tacones lejanos", afirma. "Y todo esto lo estoy viviendo feliz, totalmente encantada, disfrutándolo profundamente, pero, de todas formas, bastante pie a tierra".

A veces, Paredes piensa en lo caprichosa que es su profesión, y que todo esto le podía haber llegado antes. "Pero a los veinte años no, porque a esa edad yo no hubiera podido hacer papeles así", explica. "Es a partir de los cuarenta cuando uno puede enfrentarse, afortunadamente con Pedro Almodóvar, a determinados personajes que a lo mejor a los veinte no hubiera podido expresar por falta de la mitad de experiencia vital y profesional".

Hace dos décadas, de Marisa Paredes se destacaba la mirada acuosa. Su evolución ha ido encontrándose con otros adjetivos: el aura distante, dominante, de misterio, de frialdad. "Creo que, efectivamente, debía de tener los ojos acuosos y a lo mejor pocas cosas más", señala. "Quizá tenía también una gran ambición, como todo el mundo, y tal vez una gran inocencia. Y luego todo eso ha ido dando paso a los sentimientos, a la vida profunda y apasionadamente vivida, a todo el olor y el amor y el placer. Yo creo que la diferencia notable es ésa, que la vida pasa sobre ti y no de cualquier manera: te deja cosas que tú puedes mostrar después".

Marisa Paredes se dedicó sobre todo al teatro durante los años en los que no recibía ofertas de los escasos directores que le interesaban (entre ellos, Erice o Saura). Luego pasó a ser musa del cine español independiente con cineastas como Agustí Villalonga en Tras el cristal, Iván Zulueta en Párpados, Xavier Villaverde en sentimental o Felipe Vega en Mientras haya luz. La entrada de Almodóvar en su vida significó un cambio absoluto. "¿De qué y de cuándo yo iba a plantearme trabajar con Marcello Mastroianni?", dice. "Mi vida ha cambiado de manera que mi nombre suena en París o en Italia o en otros lugares como una posibilidad de trabajo más".

A su carácter de actriz de culto ha contribuido el físico que ella define como el de una persona "más delgada y yo diría que un poco más intensa de lo habitual. Con un aire como más perverso, trascendente, intelectual, un poco más complicada que lo aparente. Esta imagen no me ha perjudicado, no ser otra cosa que lo que yo era. A mí me gustaban mucho mis delgadeces, mis huesos, y también mis pómulos".

Con Almodóvar comenzó siendo Sor Estiércol, la monja de Entre tinieblas que tomaba ácidos y veía al Señor en los melones y cuando partía cebollas. En Tacones lejanos pasó a convertirse en Becky del Páramo, una cantante de boleros que vuelve a España tras triunfar en México. En La flor de mi secreto interpreta a Leo Macias, una escritora de novela rosa a la que le sale todo negro, en especial la relación amorosa con su marido (Imanol Arias), un estratega de la guerra de la ex Yugoslavia.

"Almodóvar ha pretendido hacer una película con menos adornos, más directa que las anteriores", dice. "Hay menos caminos que se entrecruzan, lo que no quiere decir que no tenga su humor, en los personajes de Rossi de Palma y Chús Lampreave, pero siempre con un deje de amargura".

Su reto al caracterizar al personaje ha sido "dar una emoción perturbadora sin que pareciera una pesada esa chica", comenta, "dar la verdad de cada emoción con un cierto refinamiento y también humildad". El trabajo con un director que tiene fama de exprimir a las actrices no la ha dejado vacía. "Lo que sí es cierto es que se produce una relación de seducción", dice. "El director te elige, de manera que hay una relación de amor y también de poder, como en todas las relaciones. Y él puede porque tú lo dejas; hay una disponibilidad necesaria en este oficio y mucho más si es alguien como Pedro Almodóvar, que quiere las cosas absolutamente. Yo no tengo ninguna relación amor odio con él, sino sólo de amor, todavía, y espero que dure mucho tiempo. Soy ya bastante mayor y creo que él ha crecido también. Y cosas que le han pasado ya no le van a pasar".

Cuatro años después de Tacones lejanos, el trabajo en la nueva película de Almodóvar "ha sido como el encuentro de dos viejos amantes", según la actriz. "Y ha sido un encuentro extraordinario, más placentero, fructífero, que el anterior. Yo creo que le he aportado lo mejor de mí misma en cuanto a lo que él quería, darle la fragilidad a ese personaje, la intensidad de las emociones sin aspavientos, tratando de contener, de mantener al borde de las lágrimas el personaje para que no nos canse ni aburra con su intensidad. Pedro me dijo desde el principio: 'Siempre te he buscado por tu naturalidad, y aquí te voy a pedir que seas lo más simple, básica y elemental que puedas".

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