Dos invenciones medievalistas
La quincena musical donostiarra obedece, desde su creación, hace 56 años, a las líneas que caracterizan a un festival: búsqueda de la calidad y el interés particular infrecuente en las temporadas regulares. Tras la espectacular jornada en las cuevas de Zugarramurdi, devenida homenaje a Caro Baroja, la Sinfónica de Galicia, el Orfeón Donostiarra y tres solistas de gran clase, dirigidos todos por Víctor Pablo Pérez, pusieron al rojo vivo el entusiasmo de 3.500 personas el jueves por la noche en el Velódromo de Anoeta.Víctor Pablo logro una cuidadísima versión de la Sinfonía número 5, Ultreia, de Francisco Escudero, decano, con Rodrigo y Montsalvatge, de los compositores españoles. Escudero que sabe tratar la orquesta con plenitud para crear obras épicas, como la ópera Zigor, se interna al escribir su quinta sinfonía por las mágicas galerías del camino de Santiago, su realidad religiosa y peregrina, el fervor de los añejos sones de oración y de himnos y la verde gloria del paisaje.
El camino de Santiago constituye, por sí mismo, un río cultural europeo de fluir que vence al tiempo; Escudero ha sabido desentrañar sus sugerencias musicales con un detallismo perfeccionista y una abstracción de gran comunicatividad expresiva para darnos algo así como la intrahistoria del fenómeno. Eché de menos en los programas los necesarios comentarios a la excelente partitura del gran músico guipuzcoano, que recogió personalmente largas ovaciones. Creo que se aplaudía en Escudero no sólo la obra escuchada, sino también una espléndida realidad de la creación artística del País Vasco.
Muchas veces se ha repetido: Carmina Burana es El concierto de Aranjuez de los alemanes. Se trata, aparte los méritos de un músico de fuerte impostación teatral, de un fenómeno social determinado por un éxito que no conoce baches ni fronteras. Carl Orff, cuyo centenario se celebra este año, transfiguró el mundo medieval de los clérigos vagantes, en el que, como las lenguas, se mezclan e interfieren los sentimientos paganos o religiosos en un conjunto de irresistible efecto. Mucho más si el Orfeón Donostiarra, que dirige José Antonio Sainz, en formación de 170 voces, asume la cantata orffiana con tanta perfección y matización como brillantez. La soprano Ainoha Arteta revalida su triunfo en cada actuación, y el baritono Carlos Álvarez pone su magnífica voz al servicio de la expresión más noble, mientras el tenor finlandés Lassi Virtunen dijo su curiosa parte entre la entonación y el falsete. El éxito fue realmente indescriptible, y sólo lo calmaron las estrofas tradicionales y severas del Agur Jaunak.
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