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La puerta turca

Antonio Elorza

Las pastorales suletinas son representaciones teatrales populares que anualmente se celebran en alguno de los pueblos del País de Soule o Zuberoa, la más oriental de las regiones del País Vasco francés. Los temas son hoy contemporáneos: en la pastoral de este año se contaba la biografía de José Antonio Aguirre, el primer presidente vasco, y la de 1996 nos promete un Sabino de Arana Goiri. Esa actualización de los argumentós no lleva -a suprimir la presencia de las escenas tradicionales, como el canto de los pastores con los carneros en escena, o las danzas de los satanes, que se alternan en el curso de la obra con los diálogos de contenido doctrinal o la interpretación en euskera suletino de himnos políticos, desde la Itxarkundia sabiniana o el Gernikako arbola al Yo tenía un camarada y La Internacional, pasando por un excelente y abucheado Cara al sol (éste en castellano), con el objeto de interrumpir la monotonía de la secuencia escenográfica y de subrayar la ideología de los participantes. Antaño dominaban en las pastorales los temas sagrados o las cruzadas contra distintos infieles, si bien siempre, entonces y ahora, la historia escenificada refleja la lucha entre el Bien y el Mal. Para que todo quede claro, el escenario tiene dos puertas. Los personajes buenos, en este caso los dirigentes del PNV o los gudaris, entran y salen por la derecha, la "puerta de cristianos", en tanto que los demás, perversos o equivocados, como los militares españoles o el ministro francés incapaz de entender el problema vasco, lo hacen por la entrada de la izquierda, sobre la cual, para evitar confusiones, danza un diablillo. Es la "puerta turca".El argumento de la pastoral Aguirre presidenta se ajustaba muy bien a la puesta en práctica de un enfoque dualista: bajo la dirección de Aguirre, los vascos se encaminaron hacia una autonomía política que se vio frustrada por la derrota militar ante los generales sublevados en 1936. Al lado de los nacionalistas se encontraba entonces la izquierda española -símbolo, Dolores Ibárruri, pero tmbién socialistas, republicanos y anarquistas- cuyos personajes se ganan así el honor de entrar y salir por la "puerta de cristianos". Era la misma perspectiva dualista que aparentemente se mantenía en la realidad vasca, con otros protagonistas, hasta hace pocos meses. Siguiendo la tradición democrática inaugurada en 1936, los herederos políticos del lehendakari Aguirre dirigían el Gobierno autónomo vasco, apoyados en el partido socialista, de acuerdo con el esquema de hermanos en agarrada permanente, pero ineparables, que ha apuntado Jáuregui. Los ecos del franquismo parecían haberse apagado para siempre. Frente a los gestores de la autonomía, a modo de último satán, quedaba únicamente el conglomerado ETA-KAS-HB, pero en claro declive, tanto en su capacidad de actuación terrorista como en el respaldo político en la sociedad vasca. El doble callejón sin salida, político y militar, de ETA anunciaba el final feliz de la tragedia. El punto central de debate, recordémoslo, era la reinserción.

En breve espacio de tiempo, esa línea argumental ha quebrado. Ante todo, porque ha quedado de manifiesto que el supuesto bando cristiano, la agregación de fuerzas favorables a la democracia, estaba en su componente gubernamental infectado de satanes. A estos efectos, deja de ser decisivo que el procedimiento judicial sobre los GAL desemboque en unos u otros resultados, confirmando, negando o dejando en la sombra de lo indemostrable que el presidente sea el señor X: con las fuentes documentales del Ministerio del Interior y del Cesid mudas, la absolución de quien mueve los hilos del poder no es prueba ya de inocencia. La partida es desigual, porque quien debiera dar los medios para que avanzase la investigación se emplea en todo lo contrario, movilizando todos los recursos a su disposición para que aquélla no toque fondo. Pero con los datos disponibles, las constataciones son ya demoledoras. Bajo un Gobierno del PSOE, no sólo se mantuvo la tortura como instrumento habitual de acción contra los terroristas, sino que esos elementos de continuidad se integraron en un proyecto de exterminio de los mismos por medios criminales, con participación ya confesada de altos cargos de Interior y dirigentes del partido. Y nada hizo aquel Gobierno, ni hicieron sus sucesores, por depurar responsabilidades de unos crímenes evidentes; todo lo contrario. En el mensaje gubernamental a la opinión pública, lo intolerable era la investigación en sí misma, movida por propósitos inconfesables del juez y la prensa, sin olvidar la necesaria comprensión que debe rodear a la acción de aquellos que combaten el terror. Si esto destruye los fundamentos del Estado de derecho o abre un espacio para la legitimación del terrorismo en Euskadi, tal consecuencia para González, su Gobierno y su partido resulta irrelevante. Lo que cuenta es afirmar a toda costa la propia impunidad.

Las reglas del juego en esta crisis están, pues, definidas, y por eso cada uno de los gestos y actuaciones de González y su Gobierno pueden predecirse de antemano. En tanto que no haya una condena en el Supremo, y el camino es bien escabroso, seguirán actuando como si nada hubiera ocurrido, ensalzando el Orden con mayúscula y a sus servidores leales (esto es, silenciosos), mostrándose ofendidos en todo caso por la intención conspirativa de quienes siguen usando la razón para poner en relación unos crímenes con la estructura de poder que los hizo ejecutar.

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Ninguna prueba mejor de fidelidad a semejante estrategia que el ascenso de Rodríguez Galindo, superando incluso el comportamiento paralelo seguido semanas antes con Manglano. Nada importa que se acumulen los indicios de asesinatos, torturas y otros delitos, indicios cuya veracidad está respaldada por una fuerza política tan comprensiva hacia el PSOE y sus faltas como es el PNV. Por supuesto, todo demócrata debe desear que Galindo sea inocente, por él mismo y por la ya destrozada imagen del Estado en Euskadi, en cuanto a la lucha antiterrorista. Pero ese deseo es una cosa y otra asumir el riesgo de que la confirmación de las imputaciones, tras el ascenso, destruya definitivamente esa imagen al probar una complicidad criminal entre el Estado español (a través de su Gobierno) y uno de sus agentes y símbolos más controvertidos.

Porque el caso GAL ha modificado profundamente los datos de la cuestión vasca. Para empezar, el PSE-EE, que se presentaba como un pilar de la democracia, está hoy bajo sospecha y, sirve sólo de caja de resonancia que amplía las exigencias de impunidad emitidas por el Gobierno. La debilidad política consiguiente se aprecia en la aparente aceptación de un dislate como que la Fundación Carter intervenga en calidad de mediadora en el "contencioso" vasco, cumpliéndose así los propósitos de internacionalización del tema perseguidos por Elkarri. Entretanto, los partidos nacionalistas democráticos han tomado nota del desprestigio del Estado y repercuten la presión que sobre ellos ejerce HB, al presentarles como cómplices a su vez del partido del Gobierno. EA pone el listón más alto al pacto de Ajuria Enea con la autodeterminación, y Arzalluz inyecta al PNV, con motivo de su centenario, un planteamiento político que de hecho debiera cegarle en el futuro la vía autonomista al formular la soberanía vasca como "voluntad" unificada de los seis territorios, hoy separados por la frontera entre Francia Y España, cuyas soberanías estatales no acatan. Luego se extrañará Arzalluz por lo que le dice una y otra vez HB ante su política concreta, en espera de que los habitantes de Bayona, de San Juan de Pie de Puerto y, de Tudela voten la adhesión al Estado vasco. Para tales fines, y de momento para quebrar lo que hay, los medios de los satanes son más coherentes. Por lo menos se ganan de modo consciente la puerta turca, frente a quienes la utilizan por confusión. Lo malo es que no se trata . de una representación teatral seguida de baile, como en1as pastorales de Zuberoa.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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