Memorias de un espectador fatigado
A la altura de 1971, cuando es cribía Los Baroja, don Julio Caro se consideraba "un espectador fatigado". Debió de estar lo mucho más en su vejez. Era tan inteligente como melancólico. De su inteligencia, de su enorme sabiduría, dan fe sus trabajos y sus libros (entre ellos ese monumento contra la mistificación de la historia que es su obra sobre los vascos); de su melancolía, que era perceptible en el personaje casi a primera vista, levantan acta las páginas perdurables de su gran libro de memorias: una saga familiar, una ilación de saberes y decepciones, una apoteosis de ironías y silencios, una sucesión de nostalgias y escepticismos. Los Baroja es un mar de experiencia humana, una gran torrentera de materia existencial, pero también popular, colectiva, una incorporación total de sustancias y elementos diversos.Hoy los libros de memorias están en voga; no lo estaban tanto cuando don Julio escribió el suyo, que es una pieza clave en la historia española del género -hay incluso quien lo considera la pieza clave- Entonces, cuando no había corruptos ni terroristas, algunos muchos querían que nos quedáramos sin memoria y por poco lo consiguen, aunque a lo mejor lo logran otros en estos últimos años del siglo.
Desconfianza profunda
Don Julio había heredado de su padre y de su tío y casi hermano don Pío (el don aquí es un elogio, no un tratamiento) una desconfianza profunda en las capacidades del hombre para la bondad y la justicia.
Pese a lo cual o por lo cual supo recordar y supo contarnos la historia de su familia y, a su través, la historia -y la intrahistoria- de la parte más trágica de la España del siglo XX en ese libro memorial, imprescindible por muchas razones: por su información (su conocimiento), pero, sobre todo, por su talante.
La memoria, cada vez lo sabemos más, no se cuenta: se novela, se finge, se transfigura. Don Julio noveló, fingió, transfiguró. No todo lo que allí se dice, lo que allí dice, es verdad. ¿Quién tenía la culpa del antirrepublicanismo de los Baroja? ¿La República? ¿Eran sus dirigentes una panda de resentidos, con Manuel Azaña a la cabeza? ¿Es recusable casi toda la literatura de los. años veinte? En última instancia, ¿estaba la razón siempre del lado de los Baroja?
No importa. Don Julio contaba, su verdad, y esa verdad suya se impone por la honradez de fondo que la sustenta, por ese sustrato, liberal, vital casi más que política, que se nutre de la libertad de conciencia individual, de la defensa de la dignidad de los derechos del individuo frente a las tropelías de cuantos se sienten con vocación teológica suficiente para decretarnos cómo hemos de vivir e, incluso, como hemos de morir. Un programa luminoso a la vista de cómo está el patio.
Babelia
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