_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El cielo del misterio

Vicente Molina Foix

Otra característica del verano son los festejos, normalmente iniciados un día del siglo XV para conmemorar los triunfos de un ejército o la cura feliz de una plaga gracias a un rezo colectivo a la patrona. Pero el babel de las fiestas del verano es lo que les da su encanto: son acumulables, desde luego irrecuperables, y en general bailables. Y no es que haya más vírgenes o santos hombres mártires o fechas memorables en agosto que, pongamos, en noviembre sino que por razones de economía, festiva, los hombres determinan que es ese tiempo, ya en sí inhábil y propicio a la vacancia, el más idóneo para su profusión. Fiestas que van desde la más solemne quincena musical y mariana hasta el concurso infantil de disfraces en la comunidad de apartamentos de una primera línea de playa. Hoy, sin embargo, un fantasma vuela amenazante sobre nuestras cabezas, que, al menos por unos días al año, tratan de ser abiertamente huecas, locas y de chorlito. El fantasma de la regulación.El primer aviso a nuestro despreocupado mundo ferial llegó hace unas semanas con el lamentable accidente que sufrió la activista inglesa Vicky Moore tratando de impedir vejaciones a un animal que volvió sus cuernos contra ella y a punto estuvo de quitarle la vida. Recuperada de la extrema gravedad y felizmente repatriada a Gran Bretaña, donde le deseamos un pronto restablecimiento, Vicky Moore no logrará, de momento, el cese de nuestras inveteradas relaciones sadomasoquistas con toros, cabras, vaquillas, patos y algún que otro bípedo más, pero sí ha conseguido ponernos en el mapa de la conciencia la banderilla de un remordimiento hacia los hermanos animales. Y, una conclusión fácil de sacar: a partir de hoy, y más y más a partir del día de mañana, ningún apartado de nuestra diversión vacacional -corrida, encierro, triduo o verbena- estará a salvo del afán normalizador de la rectitud (de la "corrección política" diríamos al modo americano).

Vuelvo ahora de unos pocos días pasados en el Levante, y hasta a unas tierras tan históricamente proclives a la molicie y la voluptuosidad ha llegado ese fantasma culposo, avanzando, como el espectro del padre de Hamlet, con el "fuego sulfuroso del tormento". En el hermoso castillo de fuego que se dispara el 2 de todos los agostos en la Olla de Altea peligré este año uno de sus rasgos más vistosos: los fuegos encendidos en el pequeño islote que está frente a la playa. Unos ecologistas de la zona habían protestado por el riesgo de chamuscarse o desconcertarse que podían sufrir las pocas familias de conejos silvestres allí residentes. Hubo al fin, este año, fuegos de artificio en la isla, como habrá hogueras el próximo mes de junio en Alicante, aunque no a rienda suelta (ni a la pata la llana; precisamente lo que todos buscamos, pasada la rosca de los engranajes cotidianos, en la fiesta). Un nuevo reglamento en curso de redacción va a normalizar desde el vuelo de los zaragüelles que han de llevar los festeros en los desfiles hasta la altura, volumen y materiales de esas construcciones efímeras destinadas al fuego de la noche de san Juan. "Se acabaron [escribe el periodista que en la edición valenciana de este diario daba cuenta de la noticia] los monumentos de 25 o más metros de altura, sin apenas base y con formas que retaban a la ley de la gravedad". La ley que sí pudieron desafiar los constructores de monumentos medievales, gracias a los cuales disponemos hoy de alguna que otra catedral gótica.

En Elche hace siglos que ocurre anualmente uno de los fenómenos más singulares de la cultura de nuestro país, el Misterio. Y es precisamente la mezcla de su sustento popular (ligado en principio a una creencia religiosa) con la alta inspiración artística que distintos hombres ilustres o anónimos han ido aportando, lo que ha hecho de él la obra refinadamente lírica y sentimental que ahora podemos ver cada agosto en la basílica de Santa María. Yo, que tengo con ese pueblo y esa Festa una relación primordial y amorosa, me llevé hace tres años un pequeño susto cuando vi que el cielo pintado que se coloca bajo la cúpula y por el que bajan y suben los celestiales seres cantantes, había sido, tras el nuevo cambio que su desgaste exigía, aumentado con angelitos que nunca antes había visto. Y, desde el año pasado, los ropajes y postizos de los apóstoles y demás personajes han sido alterados, haciéndolos desde luego más entonados de color, más elegantes, posiblemente más cómodos, y eliminando la a veces chillona pero sublime ingenuidad que ha caracterizado siempre a esta función. No tardará en llegar el día en que la voz de algún justo denuncie el evidente maniqueísmo de la pieza respecto a los judíos, pidiendo que dejen de desempeñar, en nombre de la corrección, su papel de malos redimidos por el milagro de la Virgen.

Será el día en que las normas de la virtud, la eficacia, la seguridad y la madurez acaben con lo que nos atrae en las fiestas: espontaneidad, crueldad, peligrosidad real o fingida, puerilidad ingenua. El día en que ni siquiera de forma inestable podremos gozar del misterio de un cielo precario y emancipador.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_