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GUERRA EN LOS BALCANES

Los Gajdasic cambian de casa

La 'permuta étnica' obliga a familias afincadas en Serbia desde hace 300 años a ceder tierras a punta de pistola a los huidos de Krajina

Juan Carlos Sanz

¡Pero cuánta gente llra en el puente sobre el Drava! Los bravucones con uniforme de camuflaje. Los domingueros que cruzan a Hungría para comprar la carne más barata. Los aduaneros croatas que les abren los maleteros... Los refugiados han llegado en un autobús escolar y, tal vez por esa razón, les llevan a un colegio. A la vieja Vita, de luto, al abuelo Petar Gajdasic, con su sombrero como tirolés, arrugados después de 30 horas de viaje desde Voivodina. Les cambiaron a punta de pistola su casa, las 10 hectáreas de trigo, maíz y nabos y hasta las viñas y los dos tractores. Lo traen escrito en un papel del registro. Todo para los serbios de Kurlat, que acababan de salir huyendo de Krajina, en algún pedregal entre Benkovac y Zadar (cerca de la costa adriática).¿Cómo se llamaban? ¿Drazic? No se olvidan del hombre de la pistola. "Firma aquí y lárgate", le dijo a Petar. Y él, pensando en los suyos, en el vecino a punto de jubilarse que vio desangrarse tras una paliza, pensó que era mejor el barbecho del serbio que una parcela en el camposanto. Después de 300 años en Voivodina, junto con serbios y magiares, los Gajdasic cruzan a la fuerza, junto con centenares de familias croatas el puente de Donji Miholjac, 30 kilómetros al noroeste de Osijek. Ahora viven en un aula porque Serbia está completando la limpieza étnica en Voivodina, una de las regiones de la antigua Yugoslavia con mayor diversidad étnica.

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Petar, .79 años; Vita, 74; el hijo de ambos, Stjepan, 58, y la esposa de éste, Neda, de 56, forman, junto con la nieta Janja, de 31 años, el clan de los Gajdasic de Kukuljevci, un pueblo de 2.500 vecinos en el extremo occidental de la Voivodina anexionada por Serbia.

Huracán de odio.

Se quedaron en su tierra tras los combates entre serbios y croatas de 1991 porque creían que, si el huracán de odio de la II Guerra Mundial no pudo arrancarles de sus campos, era mejor esperar a que amainase el temporal de la desintegración de la antigua, Yugoslavia. En Kukuljevci, en la comarca de Srem, todas las familias eran croatas. Pero en Voivodina, que contaba con un estatuto de autonomía hasta 1989, también vivían familias de origen eslovaco, serbio, rumano, alemán y clanes gitanos.

La asistente social que registra su llegada al paso fronterizo de Donji Miholjac, entre Hungría y Croacia, intenta que lleguen lo antes posible a las casas de familiares o amigos, pero decenas de ellos no tienen dónde acudir. "Casi todos son personas mayores... No sabemos por qué se quedaron en Voivodina, pero a nadie se le pregunta si pertenecía a una familia mixta de serbios y croatas", explica. Los refugiados vuelven a su teórico país con muy pocas de sus pertenencias y cargados de miedo. "Se han quedado algunos de sus, familiares al otro lado, temen que puedan sufrir represalias", advierte un policía croata mientras encamina hacia la aduana a un anciano calzado con chanclos de suela de neumático.

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La masiva llegada de refugiados serbios procedentes de Krajina, tras la ofensiva del Ejército de Zagreb, ha desatado una oleada de expulsiones de los habitantes de origen croata en zonas como Banja Luka (norte de Bosnia) o Voivodina (Serbia). Disfrazado de amigable acuerdo de intercambio de propiedades entre desplazados, las permutas étnicas reflejan cómo la violencia entre los pueblos de la antigua Yugoslavia mina los cimientos de una sociedad eminentemente rural.

Serbios con odio

"Cuando entraron en nuestro pueblo los primeros serbios de la zona de Knin nos quemaron dos carros cargados de maíz y el cobertizo donde guardábamos el heno", recuerda Petar con amargura mientras su esposa menea la cabeza y llora. "Después vinieron a nuestra casa unos hombres armados y nos mostraron unas granadas de mano antes de aconsejarnos firmar los papeles para intercambiar las propiedades; ellos dicen que tienen dos casas y mucho ganado en Krajina, pero yo no me fío, creo que lo hemos perdido. todo", sentencia antes de partir al colegio.

Mientras tanto, en Davor, en la frontera entre Croacia y el norte de Bosnia-Herzegovina próxima a Nova Gradiska, las barcazas esperan la llegada de un millar de croatas expulsados de Banja Luka, al otro lado del río Sava. Aquí no hay un puente internacional, pero las mujeres horneaban ya el domingo, cuando se vio frustrado un primer intento de evacuación, grandes bizcochos para los refugiados. En Davor aún recuerdan cuando los niños croatas cruzaban el río cada mañana para ir a la escuela de Srebac, en la otra orilla. En este tramo del Sava no se han registrado combates como los que han ensangrentado las "riberas aguas arriba y aguas abajo.

Emparejado a la desgracia de los serbios el viejo Petar sólo atina a exclamar: "Esto es una locura, nos hemos marchado de madrugada, por puro miedo a morir, para que otros entren en nuestra casa". Tras una. odisea de 30 horas a través de Hungría, con varios cambios de autobús, los Gajdasic descansan sobre las colchonetas de goma extendidas en las aulas. "Los serbios dicen que los soldados croatas han cometido excesos con ellos, pero ¿qué culpa tenemos nosotros?", se pregunta el anciano.

Seguro que las decenas de familias serbias expulsadas por las armas de Croacia estarán contando a quienes les reciben en cualquier paso fronterizo historias muy parecidas a la de los Gajdasic. Y tal vez las miradas de los que pasen a su lado tengan el mismo espanto -aceptar que la guerra también es la tragedia de dos campesinos ancianos- de quienes apovechaban un domingo de verano para cruzar el puente de Donji Miloljac: sobre el apacible Drava.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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