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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El amigo vietnamita

EL COMUNISMO como política de Estado ha desaparecido de nuestro planeta de formas diversas. Con el estruendo del suicidio en el caso de la URSS; con la serena impavidez de una evolución económica plenamente capitalista, sin dejar de seguir llamándose por ello marxistas-lo-que-sea, como en China, o con un cambio de campo extiraordinario, caso de Vietnam, a quien le tiene sin cuidado qué nombre se le dé a su régimen mientras le dejen alinearse con quien le convenga. Así, a los 20 años del fin de la guerra de Indochina, conmemorados con la reconciliación y el establecimiento de relaciones entre Hanoi y Washington, Vietnam no es ya que sea poco o mucho comunista, sino que con su reciente ingreso en la ASEAN, la organización de países del Sureste Asiático, se convierte en uno de los aliados claves de Occidente en la zona.La estridente ruptura en 1960 entre la URSS y China no bastó para que vacilara la vulgata que identificaba a todos los comunismos como si fueran la misma cosa. Y la continuación de la guerra de Indochina con norteamericanos en sustitución de franceses pareció consolidar un enfrentamiento planetario: Moscú y Pekín, con todo lo que se odiaban, tenían que cooperar en el apoyo a Hanoi, y Washington podía pensar que el mundo seguía siendo en blanco y negro. Hoy vemos con toda claridad, sin embargo, lo que algunas voces ya señalaban a fines de los años cuarenta: el líder vietnamita Ho Chi Minh habría aceptado encantado una alianza con Occidente que le amparara ante el adversario chino.

Asegurada la victoria militar en 1975 y, con ella la unificación, de Vietnam, autodestruido el comunismo soviético a comienzos de esta década y pasablemente cerradas hoy las heridas de la guerra entre vietnamitas y norteamericanos, quedan plenamente reivindicados aquellos que hace medio siglo creían más en la capacidad. occidental de instrumentación del nacionalismo vietnamita que en la solidaridad del internacionalismo proletario. ¿Por qué, contra quién se hace hoy esa reconciliación entre Estados Unidos y Vietnam? ¿A quién preocupa el ingreso de Hanoi en el entramado de alianzas occidentales? La respuesta es clara: a China.

Sin duda, era ya tiempo de que Washington pasara página con Vietnam, atraído por las posibilidades de desarrollo del antiguo enemigo, así como que diversificara intereses estratégicos en el Pacífico, en momentos en los que la relación clientelar con Japón se deteriora en lo económico. Las intenciones de Estados Unidos son tan decentes y comprensibles como cierto es que cualquier intimidad con Vietnam es percibida en China con escasa simpatía.

Un Vietnam fuerte y unificado es, por definición, un obstáculo para la expansión de Pekín, y si durante casi 50 años el comunismo ha podido embarullar los rastros haciendo extraños compañeros de dama, hoy volvemos a una normalidad estratégica que trasciende el comunismo puramente nominal del régimen de Hanoi.

Todo ello no significa, sin embargo, que a Occidente le interese hacerse un enemigo gratuito en China. La alianza con Vietnam que supone su ingreso en la ASEAN ha de quedar claro que no constituye una amenaza contra nadie. Para ello Occidente sólo puede seguir una política de fomento de la cooperación económica entre los países de la zona, así como la de favorecer su, progresiva liberalización política, no sólo la de los que aún se denominan comunistas, puesto que ni Singapur ni Indonesia, miembros de la organización, son un dechado de democracia.

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