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Los divos y los ricos vuelven a Salzburgo

Jessye Norman y Plácido Domingo abren las puertas que el director del festival quiso cerrarles

Andrés Fernández Rubio

Discretamente, no en las grandes producciones sino en actuaciones exquisitas, divos para los que supuestamente las puertas de Salzburgo permanecían cerradas han conseguido entrar. Jessye Norman, a quien el director del festival, el polémico Gérard Mortier, había llamado gorda, protagonizará el Erwartung, de Arnold Schoenberg, y Plácido Domingo, uno de los tenores-espectáculo que Mortier dice de testar, cantará en concierto el. primer acto de La Walkiria, de Richard Wagner. Mientras tan to, al reclamo de títulos infalibles como . El caballero de la rosa, Don Giovanni, Las bodas de Fígaro o La Traviata, los millonarios europeos han vuelto a llenar los hoteles para devolver al festival de verano todo su esplendor. Entre tanto, Mortier muestra su sonrisa de zorro. Ganadas casi todas las batallas, con su contrato asegurado y los frentes de batalla calmados, llega el momento de la pregunta: ¿quién necesita a quién en el juego de poder, egos y dinero en que se convierte Salzburgo cada verano?"Nuestras puertas son demasiado estrechas para Jessye Norman y Pavarotti", había dicho Mortier en los inicios de su mandato. A la primera, la diva negra norteamericana de cultura francesa, que adora Europa y viaja con su propio juego de té, la puso como ejemplo de la fatuidad de los divos diciendo que en sus contratos exigía determinada marca de pañuelos de papel. Pero ahora todo son olvidos y sonrisas y Norman ha sido contratada para que repita en Salzburgo su versión de Erwartung, con escenografía de Robe., Wilson. Mortier abre las puertas a la diva, sí, pero con una de las obras que cambiaron el curso de la composición este siglo y dándole especial importancia, una vez más, a lo escenográfico. "Es un gran manipulador, muy inteligente", dice un directivo de una casa discográfica. Con Pavarotti, sin embargo, no ha habido acercamiento, sino al contrario. Mortier volvió hace un par de semanas a soltarse la lengua y llamó mezquino al tenor número uno mundial, quien, desde su retiro en Italia, ordenó a sus agentes que ni se molestaran en contestar.

Pacificados los músicos de la Filarmónica de Viena, pacificados Claudio Abbado y Riccardo Muti -éste dirigirá La Traviata hoy con escenografía de Lluís Pasqual y precios entre 5.000 y 60.000 pesetas la butaca-, el verano de Salzburgo vuelve a su refinada solemnidad. En los estrenos, caravanas de Mercedes van dejando frente al teatro a lo más selecto de los ricos cultos de Europa, con mujeres vestidas con espectaculares trajes de noche e impresionantes joyas, y docenas de curiosos en pantalones cortos viéndoles desde la calle.

Como estandartes de esta feria de vanidades, Mortier ha hecho colocar en la fachada del teatro principal, el Grosses Festspielhaus, una gigantesca fotografía de Alban Berg más los nombres de su genial ópera Lulú, programada también este año, y los de Blaubart, de Béla Bartók, y Erwartung, de Schoenberg: una simbólica declaración de principios. Pero la mayor expectación la crea La Traviata de Lluís Pasqual-Riccardo Muti, una obra que según el escenógrafo catalán es "como un rock". "Muti tiene un gusto escénico espantoso de dorados y terciopelos", dice un aficionado recordando cómo este director abandonó los ensayos de La clemencia de Tito hace tres años, porque no le gustaba la escenografía encargada por Mortier. Hechas las paces entre ambos, Pasqual es el nombre pactado, y la incógnita está en ver si ha logrado torear a Muti en uno de los títulos más populares de la historia de la ópera que, sin embargo, no había sido montada en Salzburgo en los 75 años de la historia del festival.Con las casas de discos, Mortier también ha reanudado el trato. Una vez que las hubo parado en seco, tras acusarlas de tratar de dictar la programación y de que Karajan había convertido el verano salzburgués en un festín para los intereses de las multinacionales, ahora Mortier ya se digna a pedirles colaboración. Por ejemplo, les propuso compartir gastos en las fiestas posteriores a los estrenos. Como telón de fondo, casi siempre aparece el dinero.En las calles de la pequeña ciudad, que los arzobispos convirtieron en una muestra inolvidable de arquitectura barroca, los turistas siguen visitando la casa natal de Mozart, devorando los bombones con la figura del compositor y participando muchos de ellos en la gran cantidad de conciertos, recitales, obras de teatro y exposiciones que arropan a las grandes producciones operísticas. En los escaparates de las tiendas ya no hay tanta publicidad de las discográficas, que llegaban a pagar más de 200.000 pesetas a los comerciantes por estos espacios. Todo es así más discreto, pero desaparece el único toque kitsch que tenía esta celebración. Ya no se ven las fotografías de las sopranos rodeadas de lencería o de baterías de cocina. Ahora la efigie de la elegante Frederica von Stade saluda a los paseantes entre almohadas y edredones.

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