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La restauración del puente de Toledo comienza con 150 millones, la mitad del presupuesto necesario

Tráfico por abajo, gamberrismo por arriba y contaminación por todas partes. El puente de Toledo, el ceñidor más artístico de la M-30, empieza a lavarse la cara. Ahora con timidez, en otoño con más fuerza. y dinero -150 millones de pesetas-, la obra churrigueresca de Pedro de Ribera restaña las heridas más sangrantes. Pero quedarán otras abiertas: haría falta el doble del presupuesto para acometer la rehabilitación integral del monumento. De todas formas, san Isidro y santa María de la Cabeza, que lo presiden en sendos templetes, se repondrán de las mutilaciones.

Después de años con pequeñas obras de parcheo, al puente de Toledo le llega la hora de la rehabilitación más en serio. Y mediante concurso. El pasado día 7, la comisión de gobierno del Ayuntamiento aprobó convocar la licitación pública para limpiar, restaurar y consolidar el monumento legalmente protegido. Tras el fallo, después del verano, comenzará la tarea.Limpio, fijo y con el esplendor posible. El presupuesto inicial para la tarea, 150 millones de pesetas, lo aporta la Fundación Caja Madrid. "Esa cantidad no va a bastar, pero sí permitirá acometer los trabajos más urgentes", afirma el jefe del departamento municipal de Conservación de Edificios, José María Guijarro. El Ayuntamiento llegó a calcular el coste del saneamiento total en 300 millones.

Pero menos da una piedra, sobre todo si es del puente. Sus viejos sillares padecen la huella de los tiempos modernos. Desde 1974 el monumento tolera el paso de la autopista de circunvalación M-30 bajo cuatro de sus arcos.

El peso y las vibraciones que producen 300.000 vehículos por día no han afectado a los cimientos: los maestros montañeses, a los que se encomendó parte de la cimientación y una manguardia en 1684, y luego Ribera, hicieron bien su trabajo. Las obras concluyeron entre 1725 y 1727.

El puente, por el que ya sólo pasan peatones, no se cae: la estructura está bien de salud, aseguran los técnicos municipales. Pero sus piedras sufren a manos del gran enemigo urbano, la contaminación. Afecta sobre todo a la parte ornamental, tallada en granito de cabeza de cantera, o sea un tipo más blando que el usado para las arca das. Arriba, santa María de la Cabeza luce sus carencias rodeada de pintadas: está manca de la mano derecha.

Los dos angelotes que adornan su templete, en el centro del puente, sólo son reconocibles con buenas dosis de imaginación: ni cabeza tienen. Enfrente, su marido san Isidro ha tenido mejor fortuna. Aunque algo corroído, está entero. "Y para su fiesta le traen flores", informa al paso Carmen Martínez de Tejada, vecina veterana.

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Carmen lleva meses viendo los dos templetes de la entrada de Marqués de Vadillo cubiertos de andamios. Son el ensayo general para la restauración más amplia. En uno ya se han acometido los trabajos, con 20 millones del presupuesto municipal.Primero hay que ablandar la costra negra dejada por la contaminación, a base de humedecer la piedra con agua nebulizada. Luego viene el cepillado de los sillares: se elimina así la herencia que deja la polución, en forma de sales que deshacen la piedra. "El último paso es impregnar la piedra con resina química e hidrofugante para protegerla y evitar la entrada de agua", puntualiza el restaurador del pináculo, Joaquín Cruz Solís.

El otro adorno gemelo, que los coches pasan rasando para incorporarse a la M-30, ganará muy pronto la protección de un metro de acera y perderá el semáforo que lo adorna. Es el aperitivo de la mejora que se avecina.

Don Ubaldo y la M-30

Los técnicos que cuidan los monumentos municipales sueñan con el día en que el puente de Toledo quede liberado de la M-30. Una esperanza que roza la utopía, reconocen. En cambio, a don Ubaldo Martín -más de 50 de sus 83 años morando frente a los nueve arcos de Pedro de Ribera- le gusta el paso de la autovía de circunvalación. "Ha mejorado mucho el barrio", sostiene.Sentado a la fresca, el hombre recuerda, en la posguerra, el paso de las caballerías sobre los 180 metros de sillares. Aún quedan huellas del trasiego: grandes clavos para atar a las animales empotrados en las piedras. También pasaron los tranvías rumbo a los Carabancheles. "Aquí, una vez volcó uno hacia el río y hubo muertos". Para don Ubaldo el pasado fue peor.

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