Audacia
De todos es sabido que el siglo XX es el siglo del caos, el exacto momento de la historia en el que la realidad se hizo cachitos. Y no es que antes la existencia tuviera más sentido, pero los humanos nos las apañábamos para dárselo, ya fuera conreligiones, o con un cientifismo casi milagroso, o con la consabida victoria de la lucha final. Por cierto que, visto desde hoy, qué ingenuo y pretencioso resulta el marxismo al sostener que la dictadura del proletariado es el fin de la historia, el estado último y supremo de la sociedad, como si la vida fuera una película hollywoodiense con final feliz. Y es que hoy saemos que nada se acaba y nada se culmina, que todo es un puro mutar y fragmentarse; y que la realidad no se parece a una película de final dichoso, sino más bien a una sesión de zapping programada por un loco furioso: pedazos sin sentido pegados por azar unos a otros.
Pero las personas siempre nos hemos empeñado en ordenar el caos con afán disparatado y conmovedor. Estoy pensando por ejemplo en el caso de ese niño que, hace un par de semanas, quiso entrar en el Guinness batiendo un record al hacer 1.000 abdominales. Al parecer el esfuerzo no le sirvió de nada, porque el libro Guinness retiró en 1992 "la flexión de tronco por acción de los abdominales" como una de las categorías registrables. Y eso, justamente eso, es lo que me deja estupefacta: que el Guinness, esa colección monumental de absurdos, tenga categorías; que aspiren a ordenar la extravagancia. Me los imagino diciendo, por ejemplo: "Se admite a competición un belén navideño confeccionado con los recortes de las uñas de los pies, pero no se admite casarse dentro de la boca de un hipopótamo". ¿Creerán que pueden ponerle normas al delirio? Qué audacia tan maravillosamente idiota la de los humanos.
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