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Convergencia contra la convergencia

Lluís Bassets

La prensa financiera internacional suele utilizar un curioso calificativo cuando habla de Jordi Pujol y de su coalición CiU. Dice que son businessoriented, es decir, un líder y un partido que favorecen los negocios. Suelen añadir, además, que son partidarios del libre mercado y del rigor presupuestario. Frente a una cierta tradición intervencionista de la derecha española y a las reticencias que suscitan las leyes del mercado en la izquierda, CiU aparece ante estos observadores internacionales como una de las fuerzas más, favorables al libre mercado en el panorama político español. Estas ideas de la prensa internacional han sido corroboradas por los hechos durante los últimos dos años de apoyo convergente a Felipe González, en los que la acción de CiU ha contribuido a la flexibilización del mercado de trabajo y al aligeramiento de las cargas fiscales y sociales sobre las empresas.Sin embargo, la expresión business-oriented es un lugar común que exige alguna matización. De entrada, porque CiU no es una coalición liberal ni en su programa ni en su inspiración ideológica, sino una fuerza definida fundamentalmente por su nacionalismo. Cuenta con un ala demócrata cristiana, Unió Democrática de Catalunya, situada a su derecha en lo que respecta a cuestiones de moral -ley del aborto, por ejemplo- y quizás a su izquierda en cuestiones sociales. Cuenta también con gentes que vienen de la socialdemocracia y con otros, muy pocos, que vienen del liberalismo.

Su práctica política es intervencionista en asuntos culturales, en función de un programa estratégico de normalización lingüística y cultural de la sociedad catalana. Este intervencionismo no se limita a la lengua, la cultura y los medios de comunicación. Pujol, frente a los liberales puros e incluso a ciertos social-liberales, cree que hay que hacer políticas industriales, que hay que cuidar el tejido industrial, mimar y ayudar a las pequeñas y medianas empresas -y no únicamente con bajos tipos de interés, sino incluso con subvenciones directas. No es en absoluto hostil a la empresa pública. Siendo partidario decidido de la internacionalización económica y de la desaparición de fronteras, sus posiciones están más cerca de las de Mitterrand o Chirac, atentos a la cohesión social y también a una cierta cohesión nacional, que a las del liberalismo duro de Thatcher o Major.

No es un liberal, por tanto, pero no se le puede acusar de antiliberal ni de populista, a pesar de que así quieran presentarle muchos, principalmente en relación a sus peores momentos de enfrentamiento con el Estado central. Su partido tiene intereses clientelistas, naturalmente. Pero los tienen todos los partidos. La identificación del pujolismo con los botiguers, aunque contiene una parte de verdad, es también un tópico que simplifica y oculta más que aclara. Pujol es ciertamente un líder duro y tenaz, como lo son la mayor parte de los grandes políticos. Y tiene por consiguiente una faz sombría, en la que la tozudez y la defensa radicalísima de sus principios y en el fondo de su propia figura le confieren una tonalidad algo autoritaria e incluso demagógica. Pero lo mismo, incluso en mayores dosis en algún caso, puede observarse en los comportamientos de González, Kohl, Thatcher o Mitterrand, para citar sólo algunos ejemplos próximos. Probablemente es una componente inseparable de la dura política contemporánea.

En definitiva, el nacionalismo catalán de nuestros días, que ha decantado la política económica del Gobierno socialista hacia la moderación, se sitúa en el mismo campo que la democracia cristiana y la socialdemocracia europeas, que es el de la economía social de mercado concebida por el canciller alemán Ludwig Erhard. Dos países con un Estado de bienestar fuerte, como son Holanda y Suecia, han sido los modelos clásicos de Pujol en sus años fundacionales. No es liberal pero sí es, y de forma muy explícita, profundamente europeísta y nunca ha dejado de apostar de forma rotunda en favor de todas las decisiones que han acercado a España a la Unión Europea. En su europeísmo no han faltado motivos tácticos, que le suelen reprochar sus enemigos: gracias a Bruselas no hay que pasar por Madrid. Pero el fondo de su actitud ante Europa no es en absoluto circunstancial, sino fruto de opciones ideológicas e incluso culturales. Pujol remonta la vocación europea de los catalanes a los tiempos de Carlomagno, y es del todo cierto que el presidente catalán era partidario de la integración en la CE y en la OTAN en momentos en que muy pocos tenían tales ideas y muchos menos las expresaban. De ahí la extraña situación que se avecina, en que Pujol puede romper con el Gobierno de Felipe González por la excesiva ortodoxia europea de este último. El motivo es el calendario de la convergencia económica impuesto por el Tratado de Maastricht, que exige en la práctica reducir el déficit presupuestario al 3% del PIB a finales de 1997. Esto implica un recorte escalonado que debe empezar este próximo año con una tajada de dos billones menos en el presupuesto, considerados como excesivos para la cohesión social por CiU, que pide un retraso de un año en el calendario del programa de convergencia.

Los responsables de la política económica del Gobierno aseguran, en cambio, que no hay aplazamiento posible: o se alcanza en 1997 o no queda tiempo para alcanzar el momento de la creación de la moneda única en 1999. Añaden además, y quizá esto es lo más importante, que una política laxista penalizará a la moneda española y obligará a seguir manteniendo la tendencia al alza de los tipos de interés, con grave riesgo para la actual y todavía insuficiente recuperación. El secretario de Estado de Economía, Alfredo Pastor, ha defendido estas ideas en estas mismas páginas hace escasos días, pero también lo ha hecho en La Vanguardia Joaquim Muns, el eminente catedrático 31 consejero del Banco de España, que precisamente es un hombre próximo a CiU.

De hacer caso a CiU, en cambio, y a muchas otras voces, incluidos los sectores más duros del socialismo y a ciertos ministerios del gasto, es mejor arriesgarse a no estar en la línea de salida de la moneda única en 1999 y poner en peligro el crecimiento sostenido que recortar el presupuesto. No es novedad en la mayor parte de los casos, pero sí lo es en Pujol, pues se contradice con su espíritu europeísta y sólo se explica por el momento especialmente difícil que está pasando el proyecto europeo. La renacionalización de las políticas europeas afecta, a lo que se ve, a las mentes más ilustradas y convencidas, tal como ha mostrado la propia Cumbre de Cannes con sus escasos resultados y con la exhibición de falta de ideas de la que han hecho gala los jefes de Estado y de Gobierno.

Aunque la Cumbre ha sido intrascendente a efectos de la construcción europea, todos los dirigentes de los Quince han estado de acuerdo en una cuestión central, y ésta bastaría, a pesar de todo, para considerar como un éxito la reunión del Consejo Europeo: mantener la Política, de con vergencia y de rigor presupuestario, seguir al pie de la le tra el Tratado de Maastricht en el camino hacia la moneda única y, en definitiva, no ce rrar las puertas al futuro del continente. Hay que leer literalmente la resolución de Cannes para ver hasta qué punto lo acordado está en contradicción con lo que CiU anuncia sobre el presupuesto. "El Consejo Europeo recuerda que es importante que todos los Estados miembros realicen los esfuerzos necesarios en materia de convergencia, condición para la introducción de la moneda única", dice el acuerdo. Es verdad, tal como argumentan los nacionalistas, que González ha tenido hasta ahora muchas ocasiones para aplicar una política más austera y que ha esperado, como en la despenalización de la interrupción del embarazo, a encontrarse en la actual fase de extrema debilidad para plantear el envite. También es cierto que el recorte que se pide para 1996 puede tener un alto coste electoral. Pero es difícil de comprender que un político business-oriented como Pujol tome exactamente la dirección opuesta a la moneda única precisamente en el momento decisivo. Así como se hace difícil de imaginar que el motivo escogido por CiU para soltar definitivamente a González sea, precisamente la elaboración de un presupuesto con criterios europeístas, y que esto suceda, para postre, durante el semestre de presidencia española, momento en que los políticos de este país estarán bajo la lupa de los observadores internacionales.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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