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Una batalla, sin candidatos definidos

La batalla por la sucesión de John Major aparecía ayer particularmente oscura una vez que el candidato mil veces mencionado por los analistas políticos; el ministro de Industria y Comercio, Michael Heseltine, anunció su intención de apoyar al qué ha sido hasta ahora su jefe en el Gobierno británico.

Heseltine, con su abundante cabellera cana y sus exquisitos trajes, se encuentra a los 62 años acaso demasiado maduro para poner orden en la tribu conservadora, La suya era la candidatura apoyada por la línea progresista y proeuropea de un partido donde conviven numerosas tendencias. Ya tuvo una oportunidad —fallida— cuando se produjo en 1990 la sucesión de Margaret Thatcher.

La otra gran alternativa a Major es el actual ministro de Trabajo, Michael Portillo, saludado por el ala derecha del partido como el genuino delfín de lady Thatcher. Portillo, de 42 años, presenta, sin embargo, el inconveniente de su juventud y, según las lenguas más ácidas de los conservadores, su origen español tampoco le favorece especialmente.

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Hijo de español

Hijo del republicano Luis Portillo, afincado en el Reino Unido como exiliado político tras la Guerra Civil española, Michael Portillo ha recibido la clase de educación esmerada que allana en el Reino Unido el camino hacia la escena política. Su decidida actitud euroescéptica le ha granjeado eso si las simpatías de todos los rebeldes tories,

A estos dos principales contendientes hay que añadir, todo lo más, al ex canciller del Exchequer, Norman Lamont, obligado a dimitir tras el terrible episodio que se zanjó con la salida de la libra del Sistema Monetario Europeo en septiembre de 1992, Lamont, en tiempos un intimo amigo de John Major, no le perdonó nunca que le escogiera como cabeza de turco para depurar las responsabilidades Políticas de un error que, desde luego, no le correspondía sólo a él.

Paradógicamente, acaso sea el propio Major el que más posibilidades tiene de sucederse a sí mismo, después del enorme impacto que tuvo ayer el anuncio de su dimisión. El enorme desgaste que ha sufrido su imagen a lo largo de estos cinco años no deja demasiado margen de optimismo en cuanto al éxito de su candidatura, pero, de nuevo, la falta de un verdadero adversario puede resultar su principal activo.

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