Madre hay una sola, por fortuna
"No puedo evitarlo, me gusta estar entre asesinos, violadores y corruptores de menores", escribió el enloquecido, impúdico, apasionante John Waters en el único de sus libros aquí traducido Majareta. El artículo en que está incluida la cita se llama En la cárcel y es la recreación de su primer trabajo remunerado, como profesor en una prisión a medio camino entre Washington y su bienamada Baltimore, el lugar en que se desarrollan sus atroces, calculadas operaciones de provocación que responden por películas. La última nació en cierta medida en esa cárcel, la Patuxent Institution, del contacto que el cineasta mantuvo con asesinos de toda ralea y condición. Le asombraba, ha confesado, la naturalidad con que podía vivir su día a día alguien que había eliminado a varios prójimos. ¿Qué podía pasar si una persona así mataba y seguía su vida como si nada, pero no en la cárcel, sino en su casa?Ése es el punto de arranque de Serial Mom, tal vez el filme con reparto más extravagante de los últimos años, no en vano reúne en un mismo elenco a una diva consagrada, Kathleen Turner; a una ex terrorista, Patricia Hearst, la nieta del magnate; a la star porno Traci Lords y a una criatura típicamente watersiana, la obesa Ricky Lane, fulgurante protagonista de Hairspray: no se puede pedir más variedad de procedencias. El filme parte de la premisa anunciada: ¿qué le puede pasar a una típica ama de casa que, con la misma naturalidad con que sirve el desayuno a su esposo, atropella reiteradamente al profesor de su hijo porque le sugiere que el chico está un poco desequilibrado o le arranca el hígado al ex novio de su hija por el flagrante delito de haberla abandonado?
Los asesinatos de mamá (Serial Mom)
Dirección y guión: John Waters. Fotografia: Robert Stevens. Música: Basil Poledouris. Producción: Joseph Caracciolo Jr., EE UU, 1994. Interpretes: Kathleen Turner, Sam Waterstone, Ricky Lake, Mattehw Lillard, Mary Jo Catlett, Traci Lords. Estreno en Madrid: Ideal (V 0), Madrid, Fuencarral y Aluche.
Con estas intenciones, y con la ya tradicional estética chillona, Waters construye una desopilante, inaudita comedia criminal sobre una mujer que asume literalmente las confesiones de sus hijos, que da rienda suelta a sus propias pulsiones asesinas y que, al mismo tiempo, hace las cosas que esperan de un ama de casa como Dios manda: va a la iglesia, hace el amor con su marido, prepara suculentas comidas.
Su intención primera parece a todas luces clara: provocar la hilaridad a partir de lo disparatado de la actuación de la heroína, apoyada en lo insólito que parece que una estrella como la Turner encame a alguien que se dedica con tesón y apasionamiento a perpetrar los asesinatos más nauseabundos.
Pero poco a poco, lo que emerge del filme es una sarcástica, brutal caricatura de la familia media americana, de los rituales cotidianos, de las confesiones de amor filial y los comportamientos sociales que exige el buen sentido, una diatriba fulgurante en la línea habitual en que se mueve el Papa de la Basura, como le llamó William Burroughs. La forma en que se construye hoy en día la notoriedad pública en los EE UU, la estulticia de la policía, la falsedad de las convenciones, todo queda perfectamente en evidencia en esta película divertida y ácida, brillante e inconformista, aunque eso sí, no especialmente indicada para hipermamás que se toman a sus hijos muy en serio. Un filme para reafirmar que, a pesar de rodar dentro de la industria y con estrellas, John Waters sigue fiel a sus principios más canallas. Que dure.
Babelia
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