El Espanyol se durmió en la sala de espera
El equipo de Sarriá fue incapaz de marcar y perdió la opción a la UEFA
Las aritmética narcotizó al Espanyol. La Copa de la UEFA le volvió a dar la espalda a un equipo que lo último que recordaba de ella eran las lágrimas que derramó tras perder la final de 1988 en Leverkusen. Dejó el equipo de Sarriá un poso de impotencia al balance de la temporada. Nadie hubiera sospechado en principio que se le hubiera podido acabar echando en cara al Espanyol que no fuera capaz de marcarle un gol a la Real Sociedad. Pero así fue. El tanto le hubiera dado el premio gordo de la clasificación para Europa, siempre y cuando el Deportivo hubiera ganado la final de Copa.La Real Sociedad, que no se jugaba nada sustancial en el partido, actuó como un buen equipo telonero. Trató bien el balón y con una aseada disposición táctica inyectó confusión en el juego del equipo de Camacho. El asunto, aún así, no tenía mala pinta para los de Sarrià. Porque la Real pedía a su portero Alberto, ya en el minuto cinco, que amansara el ritmo del partido. El Espanyol no dominaba pero se mostraba mucho más rápido y vertical que los de San Sebastián. Es más, en un abrir y cerrar de ojos, en apenas diez minutos, el Espanyol apretó el acelerador y por su banda izquierda organizó un ataque y gol. El resultado fueron dos palos. El primero, al cuarto de hora de partido, tras un centro de Raducioiu desde la izquierda, fue rematado por Francisco, a puerta casi vacía, a la madera. El segundo, siete minutos después, llegó tras nuevo centro de Arteaga desde la izquierda y acabó con un testarazo de Raducioiu de nuevo al mismo palo izquierdo.
La grada maldecía todavía la mala suerte cuando empezaron a llegar noticias alentadoras desde el exterior, Aún empatando, el Espanyol se encontraba en el bolsillo con una opción para la UEFA. Pero ni esta dosis extra de moral ni el ir tirando de la Real redimieron el juego descebrado y discontinuo del Espanyol. Imaz intensificó su marcaje sobre Francisco y Lumbreras e Idiakez mantuvieron a raya al centro del campo local. Por la banda derecha, Fuentes y Luis Pérez llevaron por el camino de la amargura a Torres Mestre y Arteaga, aunque los donostiarras no supieron nunca cómo culminar la última asistencia a gol.
El Espanyol ya no volvió a encontrar vías de penetración en la tupida defensa donostiarra. Atrasado por el buen trato que dispensó la Real al balón, el Espanyol quedó expuesto, a las correrías, en el contraataque de un Raducioiu, muy rápido pero desasistido y desesperado con los jueces de línea.
A medida que transcurría el tiempo se acentuaba la confusión del juego del Espanyol y, crecía la solvencia del de la Real. Toni mantuvo con vida a su equipo en dos ocasiones. Desvió primero un disparo durísimo y cruzado desde la derecha de Luis Pérez (m. 47) y le ganó el mano a mano a Etxebarría cuando éste se plantó por piernas sólo ante él (m. 60).
La zozobra fue ganando terreno en Sarriá. Tanto por lo que pasaba sobre el césped como por las noticias sobre una carambola europea que acabó de esfumarse cuando faltaban algo más de diez minutos para el final del partido. El gol del Sevilla le obligaba al Espanyol a ganar. Para entonces Camacho ya había hecho los dos cambios. Pero el partido seguía del lado donostiarra. El Espanyol quedó inerme ante los acontecimientos. Sus jugadores, en una imagen que volvió a recordar ligeramente a aquella de hace siete años en Levekusen, acabaron desparramados por el césped maldiciendo su mala estrella. Paradójicamente, fue el acto previo a la bajada del telón de una temporada excelente y que merece ser recordada en Sarriá por otras imágenes más dichosas y reconfortantes.
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