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CORRIDA DE BENEFICENCIA

El derechazo como panacea

Mal ganado salió para la corrida de Beneficencia. Salvo un primer toro inválido y aborregado y un segundo poderoso y bravo, el resto resultó manso, incluso descastado -de los que buscan las tablas o el familiar aroma a boñiga de los chiqueros- y varios sacaron una bronquedad propia de los toros antiguos. Eso fue lo peor, dentro de lo malo: que se comportaran como toros a la antigua, pues los toreros estaban chapados a la moderna. Y ya es sabido que el toreo moderno se reduce al derechazo, suerte a todas luces insuficiente para dominar al toro antiguo.El derechazo es en la neotauromaquia la panacea universal, mientras la tauromaquia clásica apenas le reconoce fuste.

El derechazo les servía a César Rincón y Enrique Ponce para todo: lo mismo si se trataba de embarcar las boyantes embestidas que las inciertas; las chochonas que las broncas. ¿Acudía el toro pronto y recto al cite? Le daban el derechazo. ¿Reservón y violento? Le daban el derechazo. ¿Se escapaba el toro? Pretendían estimular su retomo ofreciéndole el derechazo a guisa de impúdico señuelo.

Sepúlveda / Rincón, Ponce

Toros de Sepúlveda de Yeltes, bien presentados, mansos en general, varios broncos; lº y 4º inválidos; 2º (bravo) y 5º, con poder.César Rincón: pinchazo, estocada -aviso- y descabello (palmas y pitos); estocada tendida -aviso- y dobla el toro (silencio); pinchazo bajísimo y bajonazo escandaloso (bronca). Enrique Ponce: estocada caída (pitos); pinchazo hondo, rueda de peones y dos descabellos (silencio); tres pinchazos, media -aviso- y dobla el toro (palinas). El Rey y la infanta Elena presenciaron el festejo desde el palco real. Plaza de Las Ventas, 15 de junio. Corrida de Beneficencia. Lleno.

Quien inventó el derechazo ya se podría haber dedicado al parchís. Claro que, de no existir el derechazo, ambos fenómenos habrían sucumbido, náufragos de la inanición táurica.

Los dos maestros derechacistas dieron a los toros consentidores el derechazo de su especialidad. No se esperaba menos. El de César Rincón a un toro aborregado, era largo, abierto el compás y, al ligarlo, ya estaba el autor escondiendo la pierna contraria cuanto le diera de sí el cuerpo. El de Enrique Ponce, de fina apostura e instrumentado fuera de cacho.

¡Hola, ya salió!: fuera de cacho. Hay quien se pregunta por qué ha de ser malo torear fuera de cacho y algunos hasta llegan a afirmar que el fuera-cacho no existe; que es una falacia ideada para desmerecer a las figuras en general y a Enrique Ponce en particular. Y, sin embargo, no hay más que verlo: al toro boyante y bravo que le correspondió en primer lugar lo toreó, sin ir más lejos, fuera de cacho.

Recreado el derechazo, Ponce se echó la muleta a la izquierda, a partir de ahí empezó a destemplar la faena y volvió a los derechazos, con lo cual acabó aburriendo al público y al mismísimo toro bravo.

A ese toro lo asesinó el individuo del castoreño. Envolviéndolo en la carioca salvaje, le apalancó la vara por el espinazo y allí le hubiera sacado las entrañas si no llegan a cambiar el tercio. Protestaba indignada la afición ante el intolerable atropello, mientras Ponce y las cuadrillas, permanecían ajenos e inadvertidos, contemplando impasibles la carnicería.

Luego empezó a saltar a la arena el ganado difícil. El tercero, absolutamente descastado, volvía grupas al ver el engaño y César Rincón pretendía encelarlo con los derechazos. La invalidez del cuarto sublevó a la plaza entera, que abroncó al presidente. Cayeron almohadillas y Enrique Ponce despachó al inútil animalito tras múltiples trapazos tirados sin habilidad ni sentido lidiador. Al quinto, poderoso y violento, Rincón lo bregó al estilo capea y con la muleta se dedicó a librar las tarascadas, aunque una vez llegó a citar al natural. "A un toro así no le hubiera sacado pases ni Joselito", se oyó decir. Y uno niega la mayor: toros así eran los que toreaban Joselito el Gallo y sus coetáneos, además con un valor, una gallardía y un fastuoso derroche de suertes que desconocen los toreros contemporáneos.

Se recreció Ponce en el sexto, reservón y avisado; lo sacó a los medios y estuvo intentando el derechazo insistentemente, a despecho de los parones y las coladas continuas. Fue todo un alarde, tuvo verdadero mérito. No obstante, torear es mucho más que porfiar derechazos. Hay toda una tauromaquia, suficientemente amplia y experimentada para dominar a los toros difíciles, en la que a lo mejor el derechazo ni cuenta. Y no es que ese repertorio sea la panacea universal, pero constituye, lisa y llanamente, el arte de torear. ¿Se ha dicho algo?

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