Mirada hiperoptimista
En EL PAÍS del domingo 4 de junio, Mario Vargas Llosa escribía que se persuadía de ciertas conclusiones a las que arribaba una de las participantes en un importante encuentro de jueces en Estados Unidos al que había sido invitado. Las conclusiones señalaban que las economías latinoamericanas eran las que más rápidamente se abrían a la competencia internacional y que comenzar a funcionar dentro de las reglas de juego de la competencia había tenido para aquellos países la consecuencia de una estabilidad política históricamente desconocida.Con el ánimo de desmitificar cierta mirada hiperoptimista europea acerca de la evolución latinoamericana, y de paso matizar procesos tan complejos como éste, quisiera proponer una lectura de dirección inversa: la apertura económica externa de América Latina se ha conseguido a partir de estabilizar férreamente el frente político. Dependiendo de los países, la pax política -para la reforma económica- se logró vía procedimientos autoritarios, o autocráticos, o concertadores, o con un consenso ciudadano arrancado de la parálisis de intelegibilidad que el propio cambio de modelo económico coadyuvaba. Al contrario, la crisis cambiaria mexicana y el efecto tequila, sólo posibles en un contexto de economías desprotegidas, desafiaban a niveles alarmantes la quietud política conseguida.Pero, por otro lado, hay que agregar que la competencia internacional a la que afluyen las citadas economías (lo cual sólo quiere decir apertura comercial) no tiene correlación con la competitividad que debería acompañarla para convertirse realmente en un dato relevante para la población de aquellos países. En conjunto, lo que se observa es una combinación de decisionismo político cupular con una industria local discriminada, un flujo de inversiones privadas sin inserción competitiva garantizada, un aumento de la productividad a costa del desempleo y a favor de la concentración económica, una baja tasa de ahorro con el correlato del fuerte endeudamiento externo.-
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