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Tribuna:PIEDRA DE TOQUE
Tribuna
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La tormenta y el mercado

Mario Vargas Llosa

Nunca sabré a quién se le ocurrió invitarme a esta quincuagésimo cuarta reunión de jueces del Primer Circuito Judicial de Estados Unidos y nunca sabré tampoco por qué peregrina razón acepté y vine. Pero el hecho es que crucé el Atlántico y que aquí estoy, desde hace tres días, rodeado de abogados, fiscales, profesores de Derecho y magistrados de Maine, Massachusetts, New Hampshire y Puerto Rico (pues éstas son, al parecer, las circunscripciones que forman el Primer Circuito), enclaustrado en un paraíso diabólico llamado El Conquistador.Es un hotel bellísimo, sin duda, acaso el más grande del mundo, y muy apropiado para esta clase de congresos por sus dimensiones elefantiásicas y porque ha sido erigido de tal modo que no hay manera de escapar de él. El que entra aquí, aquí se queda. Pues lo rodean, de un lado, el encrespado mar Caribe -ese hervidero de tiburones y, del otro, ilimitadas extensiones verdosas -campos de golf, seguramente- que no conducen a ninguna parte. Nada más poner los pies en este elegante campo de concentración supe que mis planes de pasear por las calles encantadas del viejo San Juan y de ver a los amigos puertorriqueños se los había llevado el viento. ¿El viento? Más bien, furiosos huracanes y lluvias diluviales que se llevaron también mi proyecto alternativo de tres días de soleadas lecturas a la vera del mar, bajo cocoteros hospitalarios. Aquí no hay quien saque un pie al aire libre sin que los elementos desencadenados se lo arranquen de cuajo y se lo lleven al infierno.

No he tenido, pues, más remedio, para no morir de claustrofobia, que sepultarme mañana, tarde y noche en el exótico mundo de los jueces y leguleyos de Nueva Inglaterra y borinqueños y compartir su retiro anual, mientras afuera tronaba la tormenta y de rato, en rato iluminaban el cielo las viboritas de los rayos. No lo lamento, en absoluto. Anteanoche tuve una interesentísima discusión sobre Flaubert y Stendhal con un estilizado caballero al que las circunstancias me depararon de compañero de mesa. Después, supe que era el justice Stephan Breyer, recién nombrado a la Corte Suprema de los Estados Unidos. Si sabe tanto de leyes como de literatura francesa, la justicia norteamericana estará muy bien servida.

Hubo una mesa redonda sobre Literatura, y Derecho donde un juez, dos profesores de leyes y un abogado especializado en litigios comerciales discutieron con animación sobre si las novelas podían servir a los magistrados a impartir justicia. Los profesores creían que sí y uno de ellos, incluso, explicó que en los seminarios que solía dictar para los jueces de primera instancia neoyorquinos analizaba sobre todo libros de ficción -los de Toni Morrison y de Jack Kerouac, por ejemplo pues ellos le servían para ilustrar, mejor que cualquier investigación sociológica, los problemas de discriminación, marginalidad drogadicción y maltrato infantil causas principales de la delincuencia urbana.

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El juez sostuvo que la verdadera ayuda que puede prestar la literatura a un magistrado tiene que ver con el lenguaje, aunque esa vecindad entraña siempre el peligro del contagio retórico Está bien que los jueces lean, a condición de que lean la literatura mejor, no la pomposa y palabrera. Los buenos libros enseñan a utilizar las palabras con propiedad y los fallos judiciales deberían tener la precisión, el rigor intelectual, la claridad y hasta. la belleza de un poema logrado Dio algunos ejemplos de sentencias históricas, una de las cuales recitó de memoria, con los ojos en blanco.

El abogado comercial discrepó con toda su alma. Dijo que le, gustaba mucho la literatura, y que, precisamente por e so, sabía que la ficción era la ficción y la vida la vida, y que si un juez empezaba a confundir ambas cosas se le armaría un galimatías atroz en la cabeza y así le saldrían las sentencias. Añadió que si, además de apoyarse en las novelas, un magistrado trataba de instruirse sobre las insondables profundidades de la especie humana leyendo a los críticos y a los teóricos de moda -estructuralistas deconstruccionistas, lacanianos etcétera- cundiría el babelismo en el ámbito judicial y ocurrirían cosas espantosas, o acaso sólo risibles, pero la justicia ya no sería justicia, sino un quehacer desatinado. La crítica y la teoría son en la actualidad, un juego intelectual, a veces esotérico, a veces brillantísimo, pero sin el menor asidero en la problemática humana tangible. El abogado se llama Jaime E. Toro Monserrate y yo lo felicité efusivamente.

Pero la mesa redonda que más me interesó no fue ésa, sino otra, consagrada a NAFTA, el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México en la que juristas, economistas y políticos examinaron sobre todo la bancarrota experimentada por la economía mexicana y las lecciones que debían sacarse de ella. Participó en la discusión el congresista Robert G. Torricelli, una figura controvertida del Partido Demócrata, a quien, por su pugnaz oposición a la dictadura castrista se solía caricaturizar como extremista de derecha. Pero, sus críticos quedaron bastante descolocados hace algunas semanas, cuando denunció, con la misma severidad y las mismas razones con que hostiga a Fidel Castro, a los militares guatemaltecos implicados en crímenes contra guerrilleros y opositores. Y presentó pruebas de la colusión de estos oficiales con la CIA. Tengo simpatía por esta digna y coherente actitud del representante de New Jersey, pero, en cambio, nunca entendí su oposición a NAFTA, Tratado al que -cuando se discutía la incorporación de México- hizo críticas desde lo que me parecía una perspectiva nacionalista estrecha. No es así, su principal crítica es aceptable: Estados Unidos debió ser más exigente con la democratización política de México -o de cualquier país latinoamericano que en el futuro aspire a ser miembro del Acuerdo- antes de abrirle las puertas. Al no hacerlo, perdió un instrumento de presión formidable para acelerar la modernización política de México, la que pasa por el desmantelamiento de las estructuras autoritarias, de control del poder, del PRI, las que, aunque debilitadas, siguen todavía en pie. El desplome cataclísmico del peso mexicano resultó, en gran parte, de una falta de transparencia en el manejo de la información, pues el Gobierno mexicano ocultó durante muchos meses el estado real de las finanzas, impidiendo de este modo que el mercado impusiera los ajustes necesarios -la devaluación oportuna del peso o la subida de los intereses para hacer más atractiva la inversión en moneda local- que hubieran amortiguado considerablemente la magnitud de la crisis.

Torricelli acepta que la internacionalización de la economía es inevitable y que ni Estados Unidos ni país alguno puede sustraerse a ella sin arruinarse. Pero, a su juicio, el Tratado de Libre Comercio debería imitar a la Unión Europea, estableciendo unos niveles mínimos de desarrollo económico y de estabilidad institucional en los países miembros. De otro modo, la abismal diferencia entre Estados Unidos y. los países latinoamericanos vuelve ilusorio todo denominador común: ¿cómo habría competencia equitativa si en Estados Unidos las empresas deben respetar las estrictas disposiciones sobre defensa del medio ambiente, condiciones laborales, salarios mínimos, etcétera y en los países socios del Sur ellas, aunque figuren en el papel, son letra muerta en la práctica? Por eso, a su juicio, aunque sin duda Chile, que ha alcanzado unos niveles elevados de modernización política y económica, se incorporará sin mayores obstáculos, pasarán muchos años antes de que otros países sean aceptados en NAFTA.

Aunque estas consideraciones parecen respetables, mucho más persuasivas me parecieron las críticas que hizo a la posición de Torricelli una abogada privada de Washington, Jean Anderson, una mujer pequeñita, de ojos vivos, y una inteligencia acerada como un bisturí. En pocos minutos demostró que, revolucionando una tradición secular de ensimismamiento y nacionalismo, las economías latinoamericanas eran las que más rápidamente se abrían, desde hace 10 años, a la competencia internacional, y que ese proceso había alcanzado, para muchas de ellas, un dinamismo irreversible. Y que, insertarse en los mercados mundiales y empezar a funcionar dentro de las reglas de juego de la competencia, había tenido para aquellos países un efecto no menos revolucionario en el campo institucional que en el económico, asegurándoles una estabilidad política que no habían conocido jamás en toda su historia. Este proceso puede ser consolidado y apurado por NAFTA, o será de todos modos aprovechado por los otros grandes -colosos económicos del mundo, como la Unión Europea o los países asiáticos de la cuenca del Pacífico, si Estados Unidos se muestra reticente a una integración económica con sus vecinos pobres del hemisferio. La optimista visión de la señora Anderson sobre el porvenir de América Latina tiene consecuencias climáticas: cesa la tormenta como por arte de magia y sale un sol furioso que enciende el firmamento. Aprovecho para correr a mi habitación que está a un kilómetro de distancia de la sala de sesiones, pero, por supuesto, es una trampa del cielo, y cuando estoy a medio camino, todo se nubla y las negras nubes se desaguan otra vez en una de esas tormentas que los estadounidenses llaman de "perros y gatos". Sin embargo, escondidos en la maleza de los jardines, esos sapitos musicales de Puerto Rico -los coquíes- siguen cantando alegremente.

Copyright Mario Vargas Llosa, 1995. Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1995.

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