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China, la era de las coaliciones

Deng Xiaoping y los otros padres fundadores de la República Popular China no han creado una base institucional para la sucesión en el liderazgo; al contrario, han seguido la política del apadrinamiento. Así, resulta que sus aparentes sucesores han accedido a su posición, a través de su cooptación por altos padrinos de la revolución, y no como consecuencia de auténticos méritos y logros. Además, ninguno de estos sucesores tiene vínculos fuertes con el estamento militar.La eventual muerte de Deng Xiaoping y de la mayoría de los otros veteranos que se hallan actualmente en el poder traerá consigo una nueva era para la política china. Como no hay un hombre fuerte a la espera de hacerse cargo del poder, unos líderes relativamente débiles maniobrarán para situarse en buena posición, bajo el manto del liderazgo conjunto del Comité Permanente del Politburó (CPP), formado por siete personas. Pero otros líderes también serán influyentes.

No todos los grandes veteranos han muerto o son incapaces de actuar. Yang Shangkun, de casi 90 años, sigue desplegando gran energía y es seguro que continuará desempeñando un papel, al menos entre bastidores, al igual que algunos de los generales retirados de mayor edad. Entre otros veteranos que podrían ser influyentes se encuentran Wan Li, reformista, y Bo Yibo, más conservador.

A falta de una figura dominante, es probable que surjan dos tendencias que caracterizarán la política china en el futuro inmediato. La primera es el aumento de la importancia del aparato burocrático. La segunda, el cultivo de redes de lealtad personal. Estas dos tendencias aparentemente contradictorias se apoyan en realidad entre sí. Por una parte, todos los grandes competidores por el poder tienen su propia red burocrática de autoridad y gobierno. Por otra parte, cada uno de los competidores reconoce que ante la falta de una cultura basada en un ordenamiento legal es necesario cultivar el apoyo basado en los vínculos personales. Se formarán coaliciones tanto entre las burocracias como entre las personalidades dominantes, pasando por encima de las divisiones burocráticas y regionales.

Pero hay muchas otras líneas de fractura -el centro frente a las provincias, el campo frente a las ciudades, los militares ante los civiles- que impiden que los reformistas formen dos grandes facciones enfrentadas. Los conservadores se hallan situados por lo general en la estructura residual del aparato de economía planificada y poseen una fuerte base en las empresas estatales. Reconocen que la única opción de China es la de continuar su rápido ritmo de crecimiento económico, pero preferirían reducirlo de los dos dígitos de los últimos tres años a un 7% u 8%.

Su principal portavoz es el primer ministro Li Peng. Los reformistas radicales carecen de una base institucional tan claramente definida, pero a pesar de todo disfrutan de considerable apoyo. Se pueden presentar como los auténticos herederos de Deng, afirmando que para que China mantenga una economía básicamente estable debe sostener una elevada tasa de crecimiento económico y proseguir con el proceso de conversión a la economía de mercado, combinando así el autoritarismo del Este asiático con el dinamismo económico. La prueba crucial será si el movimiento de reforma será capaz de privatizar las industrias estatales.

En el centro, los reformistas radicales carecen del apoyo del antiguo aparato estatal, pero gozan del de nuevas organizaciones económicas partidarias de la reforma y orientadas hacia el exterior. También cuentan con el apoyo de la Asamblea Nacional del Pueblo, encabezada por Qiao Shi, y de la Conferencia Consultiva, presidida por Li Ruihuan. Tal vez lo más importante es que son preferidos por las provincias costeras, y la mayor parte de los restantes líderes está interesada en mantener abierta la conexión con el mundo.

La ausencia de un líder dominante ha intensificado un proceso, que comenzó en la era Deng, de negociación entre organizaciones y utilización de redes personales informales, que nadan en la corrupción. Una situación semejante puede acabar convirtiéndose en una bomba de relojería, puesto que en esas redes de corrupción están implicados casi todos los líderes y sus entomos familiares.

Aunque debilitado, el centro sigue contando con muchos medios de influencia. Los aparatos militar y de seguridad, en especial la Seguridad Estatal, propugnan un Estado unitario, se encuentran bien representados en las regiones y provincias, y no deben ningún favor a los líderes provinciales. La nomenklatura se designa desde la capital. Pekín desempeña un papel crucial en toda una gama de operaciones económicas, especialmente los grandes préstamos del exterior.

En estas condiciones más fluidas, proseguirá la tendencia de la Asamblea y de la Conferencia Consultiva a expresar opiniones contrarias y ejercer una mayor autonomía, aunque no con verdadera independencia. Se puede prever que estos órganos presionen para establecer una legalidad más eficaz y que encuentre apoyo en ese sentido en mucha burocracias centrales implicadas en la creación de un proceso más eficiente de control macroeconómico, incluidos sectores como la banca y el sistema impositivo. Tal vez se fomenten las elecciones en los congresos locales como forma de mantener a raya los líderes locales y de permitir una mayor participación popular en el proceso.

Puede que Occidente y el mundo exterior en general no sean capaces de prever de manera significativa los acontecimientos en China pero necesariamente influirán e su evolución. En cualquier caso, lo países del Grupo de los Siete deberán adaptarse a unos niveles de negociación múltiples con este país.

China pasa por una transición económica y política en la que el statu quo parece insostenible. Por ello, vamos hacia una coalición basada en la negociación para evitar un estancamiento paralizante. El criterio fundamental para el buen éxito de esta transición será el de si la evolución hacia una economía crecientemente basada en el mercado y un sistema político pluralista es viable, sin nuevas conmociones como la de la plaza de Tiananmen de Pekín en junio de 1989.

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