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Picasso vuelve a Avignon

Un centenar de obras del artista se exhibe en el palacio de los Papas

En el palacio gótico mayor de Europa, el de los Papas de Avignon, símbolo del esplendor de la Iglesia sobre el Occidente cristiano del siglo XIV, se ha inaugurado una exposición sin parangón y de no menos envergadura: Picasso, en el palacio de los Papas, que permanecerá abierta en esta población francesa hasta el 1 de octubre. La retrospectiva, que no se centra en un tema o un periodo particular, recorre a través de un centenar de obras todas las épocas del artista malagueño y evoca los múltiples intereses que atrajeron a Picasso. La muestra, resulta un reflejo del espíritu indomable del artista a la. vez que "describe un periodo poco conocido de su estancia en Avignon y lo redescubre como el mayor grabador de nuestra época, tras Rembrant y Goya", señala Pierre Daix, historiador y amigo del pintor que, junto al mecenas Didier Imbert, ha colaborado intensamente con la comisaria de la muestra, Solange Auzias de Turennes.

Las obras, provenientes de los principales museos del mundo como la National Gallery de Londres, el Kunthus de Zúrich, el MOMA de Nueva York y sobre todo de grandes colecciones privadas, no ha encontrado, sin embargo, la participación de museos franceses ni españoles y sí una gran ayuda de una nieta de Picasso, Marina. La mayor parte de ellas son expuestas Por primera vez en Francia gracias a los excepcionales préstamos del Museo Ermitage, de San Petersburgo, compradas a principios de siglo por el primer descubridor de Picasso, el mecenas Serguei Chtchoutkine. Entre ellas destacan el Retrato del sastre Soler, de 1903, y el bronce Cabeza de Fernande, de 1906. Daix, comenta: "Estos préstamos sólo se realizaron dos veces en este siglo; uno en 1958, cuando el mismo mecenas los prestó, y la otra, cuando el mismo Chtechoutkine los trajo

[a París] bajo el brazo". Estas obras de los museos rusos y las de las colecciones privadas como Mujer tocando la mandolina y Mujer sentada en un sillón, de 1909 , han revelado a los franceses el periodo menos conocido del pintor español.

"Era el periodo del Picasso niño prodigio que pintaba en Barcelona, el más desconocido en Francia", cue nta Pierre Daix. "Picasso es el pintor más desconocido de nuestro siglo y a la vez el más desconocido, porque su producción española fue ignorada cuando llegó a Francia. Los mismos surrealistas que lo relanzaron en París en 1918 de sconocían su obra en España, y los que lo habían conocido entonces habían desaparecido o muerto, como Apollinaire".

La exposición, colocada en la impresio nante Gran Capilla de los Papas, una vasta nave de 52 metros de largo y 20 de alto, trae a la memoria la primera exposición cle Picasso en Avignon hace 25 años. "Entonces resultó un fracaso", recuerda Daix. "Fue demolida por la crítica y los expertos del pintor como Douglas Cooper. Presentaba obras realizadas desde 1965, cuando el pintor fue operado por primera vez y le reconstruyeron dos tercios de su estómago. Decían que ya no pintaba al estilo de antes y que se tomaba libertades de viejo mimado. Eran más osadas, y lo que resultaba es que Picasso quería llevar la pintura hasta hacerla fruto de la pura inspiración y del automatismo. A Picasso, aquel escándalo a sus 90 años le resultó divertido, pues siempre hizo lo que quería".

En la exposición de ahora, tras más de veinte años desde que muriera en su casa de Notre Dame de Vie, los 40 cuadros de primer rango, diversas esculturas, 50 dibujos y grabados expuestos en orden cronológico marcan las rupturas a la vez que las constantes de su obra.

Finalmente, la exposición es una ocasión única para rememorar el verano de Picasso en la ciudad de los papas. Picasso y Avignon van bien juntos, y su historia comienza con un juego de palabras. Este juego lo cuenta Pierre Daix: "Picasso me contaba que cuando tenía 18 años trabajaba en un estudio en Barcelona situado en la calle de Avignon, un lugar con mala fama, frecuentado por putas y gente de mala vida. Llamaba a su estudio el burdel de Avignon', y así es como él había bautizado el cuadro que marcaría el comienzo de la historia del cubismo, Las señoritas de Avignon. Lo que ocurrió fue que, tras la Primera Guerra Mundial, se le pidió que lo expusiera, y, como no encajaba con el espíritu de la época, lo cambió de nombre en contra de su voluntad". Pero, aparte de anécdotas, Avignon contó mucho para Picasso. Fue un periodo profesionalmente fecundo y feliz en el aspecto personal, según recuerda Daix.

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