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FERIA DE SAN ISIDRO

Cogida menos grave de Esplá

Cardenilla / Esplá, Mendes, LiriaToros de La Cardenilla, con trapío y romana, mansos y broncos.

Luis Francisco Esplá: estocada honda trasera (aplausos y saludos); pinchazo y estocada baja (ovación); pasó a la enfermería con una cornada menos grave en un muslo. Víctor Mendes: estocada (silencio); estocada y dos descabellos (silencio).

Pepín Liria: cuatro pinchazos y estocada corta (aplausos y saludos); estocada y dos descabellos (palmas).

Plaza de Las Ventas, 19 de mayo. 7ª corrida de feria. Lleno.

El cuarto toro cogió a Luis Francisco Esplá durante la faena de muleta. Le cogió porque era un toro avisado, como toda la corrida, y porque Esplá le estaba consintiendo los arreones y las coladas, confiado en su buena técnica, en su vista de lince y en su agilidad felina. Igual había hecho en el primero, otro pregonao. Hubo una ocasión, sin embargo, en que el toro ladino redobló su fiereza y, a la salida de un derechazo, se revolvió y derrotó a un tiempo, corneando al torero por el muslo y campaneándolo dramáticamente.

Más información
"Estuve hecho un jabato, ¿no?," pregunta Pepin Liria
Cornada de 20 centímetros en el muslo derecho

La caída fue brutal. Luis Francisco Esplá se incorporó, presto, perdió el equilibrio, se levantó de huevo visiblemente conmocionado, pidó la espada, cuadró en el tercio, apuntó sobre seguro -y lo seguro eran los bajos-, abatió al toro. Luego se marchó por su propio pie a la enfermería, cruzando el ruedo bajo una gran ovación que premiaba su entereza.

Premiaba su entereza y debía premiar también la torería -con ella las excelentes condiciones de lidiador- que estuvo desplegando durante toda la tarde. Los escasos lances que, fue posible administrar a los toros aquellos de mala catadura, la brega precisa, la impecable colocación en el ruedo, la eficacia poniendo los toros en suerte durante el primer tercio, el conocimiento de los terrenos y de las condiciones de las reses para banderillear con rapidez y lucimiento... Todo constituyó un continuo alarde en este diestro, acaso el único que está capacitado para desarrollar en plenitud el arte de lidiar reses bravas.

Fue lidiador y director de lidia. Siempre en su sitio, cuando en el tercio de banderillas del tercer toro Antonio Chacón, que intervenía en la brega, se vio desarmado y seriamente comprometido, allí estuvo el capote de Esplá, no sólo oportuno en el quite, sino rápido de reflejos para fijar al toro y dejarlo perfectamente colocado. Pudo entrar entonces al cuarteo el peón Alejandro Escobar, que prendió un meritísimo par de banderillas cuadrando entre las astas.

Torería y emoción. Parecía que el túnel del tiempo regresaba a pasadas épocas, tampoco demasiado lejanas; aquellas en que las corridas podían ser malas, en sentido artístico, por culpa de un ganado bronco de media casta, mas transcurrían argumentadas y apasionantes merced al valor, la majeza y los recursos que allegaban los lidiadores en su confrontación con el auténtico toro de lidia, bravo o manso. Era una fiesta sin parigual, rutilante las tardes de gloria, quizá sórdida las de signo contrario, pero que nunca perdía su grandeza.

La grandeza de la fiesta actual, en cambio, no pasa de ser pura entelequia. La fiesta actual es una grosera caricatura, una versión degenerada de aquella, empobrecida hasta perder el repertorio de suertes que concibieron para cualquier tipo de toros y situaciones los maestros de la tauromaquia. De aquel rico catálogo del arte de torear apenas quedan el derechazo y el natural, y con tan exiguo bagaje pretenden los toreros modernos sacar faena a todos los toros. Y de esta manera ocurre que si salen dificultosos, desarrollando el sentido que les dicta la mansedumbre -cual fue el caso- sólo saben aplicar los dos consabidos pases. Eso, o nada; eso o exponerse a un desgraciado sinsabor.

Víctor Mendes, que banderilleó con aleatorio acierto, y el recio diestro murciano Pepín Liria, intentaron insistentemente endosar derechazos y naturales; con mayor sosiego Mendes, pues sus toros tenían una bronquedad relativa, con serio peligro para su integridad física Liria, ya que su lote llevaba implícita una visita a la enfermería. Afanoso y valiente este torero, se libró de ella por muy poco. Los gañafones estuvieron pasándole cerca e incluso uno le alcanzó un brazo durante su primera faena, con tanta fuerza que le derribó, y cuantos hachazos le tiró en el suelo el toro, se perdieron por el vacío, para su fortuna y general contento.

La suerte es así de ilógica y encontradiza: el mejor y más seguro lidiador de estos tiempos se llevó la cornada, mientras los otros dos diestros acababan ilesos. Albricias para ellos.

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