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Bolero para Lola

Lo avisaba Consuelo Velázquez en su bolero Corazón: "Existen tantas cosas/en contra de un cariño...". Y hacían suyo ese aviso, con precisión dulzona, Los Tres Diamantes. Pero, en las perversiones de oídas, quedarse para siempre colgado de una letra es un hecho que no suele ocurrir. Tal vez sólo por eso sobreviva el lenguaje, porque él mismo se olvida a menudo de aquello que tendría que acordarse. ¿Se olvida? Lo esconde por si acaso, hasta que alguien se lo recuerda en forma de lamento congelado: "No escribes una carta ni a tiros"; y entonces él, lenguaraz que escucha, se calla porque sabe que sí, que es esclavo de su carácter. O, de golpe y porrazo, comprende que la frase tan escuchada ("La culpa es tuya") no encierra, en realidad, un reproche, sino el desvelo del otro por otorgarle alguna posesión, un territorio original de mando. Y así pasan los días. Sin que los novelistas se enteren de que la frase más repetida en los hogares españoles es ésta: "Voy a arreglar el puto grifo hoy mismo".Luego resulta que la noche llega sin que ni lo del grifo tuviese arreglo. Hay quien, en ese trance, coge y pone la radio; no como compañía, que es coña marinera repetible, sino para tapar la histeria del gota a gota. Pero esa adormidera tiene también espinas. Las de aquellos que llaman a la emisora amiga para airear sus cuitas, para aliviarlas al difundirlas. (El bolero se acomoda en la almohada: "Si buscas en la vida/amor sin desengaño,/ me duele que lo sepas, corazón,/que debes admitir/que tienes que sufrir..."). Llama una mujer angustiada por llevar una doble vida. No quiere a su marido, pero su amante, casado con la auténtica, se niega a separarse. El leninismo se desparrama: "¿Qué hacer?". Y le responde otra mujer, solícita: "Yo conocí ese drama. Hazme caso, guapa, deja a los dos y emprende una nueva vida". Se dice pronto. Es que hay otra llamada femenina. Su marido vuelve siempre a las seis de la madrugada. Otra respuesta de otra oyente: "A ese cerdo, yo le prohibía la entrada". Luego se queja uno de que su suegra lo provoca cuando su mujer no está en casa. Brama un oyente de Soria: "¡Echa a esa guarra de casa!". Otra balanza. Otra chamusquina en canal.

Duda después un adolescente, en voz alta, sobre si hacerse o no testigo de Jehová. Una chica acude en su ayuda: "Vamos, que ni se le ocurra. Al principio, mucho papelón y palabritas cariñosas; al final, una asquerosidad. Y sé de lo que hablo, porque mis padres, mis hermanos y mis tíos son testigos. Yo ando medio huida". Un padre adoptivo, desde Canarias, pregunta que a qué edad es mejor decirle la verdad al muchacho. Habla un hijo adoptivo: "Cuando antes. Así podrá encontrar, como yo, a su familia verdadera". (Reverdece el bolero: "Tal vez te has encontrado/con un amor sincero,/pero no estés confiado, corazón,/tarde o temprano llorarás..."). Llama madre con hija embarazada; acaba de saber que el yerno tiene un hijo con otra: "¿Qué puedo aconsejarle yo a mi hija?". Hay rápida respuesta de una oyente de Murcia: " ¡Qué le escupa en la cara a ese desgraciado!". Llora una jovencita porque también su novio lleva una doble vida: por el día estudia Sociología, pero al anochecer hace strip-tease en un tugurio infame. Una anciana sugiere: "Que se disfrace y vaya a verle en su salsa".

Penúltima llamada. La de un enfermo terminal de sida. Él desea morirse cuanto antes; es decir -y lo dice así-, "dignamente". Apoyo femenino inmediato, desde Alicante: "Ni se te ocurra, chaval, que yo voy a rezar por ti. Sabes que Dios aprieta, pero no ahoga". (El fragmento se quiebra: "Existen tantas cosas/en contra de un cariño,/la vida es como un niño/que juega por capricho/ con nuestro gran dolor...". A todo esto, la locutora se ha limitado a distribuir las palabras: con sangre fría, sin moralejas ni suspiros. Para que sean las unas y los otros los dueños absolutos de sus pesares. Mientras tanto, el bolero agoniza: "Tú nunca te arrepientas/y quiérelo aunque sufras/amar es tu destino,/por algo Dios te puso/por nombre corazón". Y yo ahora le dedico este bolero a Lola Flores. Y, de paso, me acuerdo de lo que ella me dijo un día: "A mí Franco no me dió nada; solamente una pitillera, que luego resultó de plata falsa".

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