¡Milagro, milagro!
Nunca en tiempos de paz se había confabulado tan multitudinaria asamblea de lágrimas negras en la capital de España. Habría que remontarse al año 1635, en el entierro de Lope de Vega, otro monstruo. Pero en aquellos tiempos Madrid era mucho más pequeño. Se murió la Lola Flores. Toda España la venera y todo Madrid la llora. El Foro se quedó ayer sin flores y sin lágrimas; parecía una manifestación infinita de gafas oscuras y ojeras atribuladas.Lola Flores es ya una santa, a pesar de sus desvaríos, pregonados por ella misma a ritmo de pasodoble: "Que perdonen mi pecao / y el pesar que me devora" (La Zarzamora). Sus devotos abarcan toda la gama social, todas las querencias. Lola era barroca, y los suyos también lo son. Tenía conexiones por doquier: el flamenco en bloque, rockeros (sus hijos Antonio y Rosario), mariquitas, filósofos, aristócratas, señoras de la limpieza, clero, ejército, travestidos, comunistas de toda la vida (Paco Rabal), católicos de siempre, socialistas, ácratas, cantonalistas, modernos, antediluvianos, toreros, cineastas, escritores, pintores, manguis, artistas de variado pelaje, amas de casa, mafiosillos, prostitutas, noctámbulos y, por supuesto, el Cristo de los gitanos. La cima y el abismo. Ella fue una madre-coraje, una luchadora. Pero también supo vivir. Le gustaba la noche, el jaleo, la juerga y el arrebato. Era mucha Lola. Demasiado corazón.
Por eso, la gente de farándula y madrugada se pasó la noche en vela. Tablados, bares flamencos, discotecas y cafés cantantes se vaciaron al rayar el alba para acudir al velatorio. Toda la noche de Madrid se fue a llorar a Lola. Algunos recordaban entre lágrimas y risas la magia de La Faraona, su capacidad de convertir en vértigo todo lo que tocaba.
Uno de sus imitadores comentaba entre suspiros: "Era una diosa. Una noche, en una juerga, la escuché cantar Toda una vida con una guitarra y unos bongos. Fue un portento. Ella convertía un bolero en sentimiento tragicómico de la vida. Y pasaba de inmediato a una bulería con toda naturalidad. Jamás había asistido a nada semejante".
El cortejo fúnebre de La Faraona fue una bata de cola interminable, un torbellino de melancolía y de dolor. También hubo risas, bulla y zambra, como a ella le habría gustado. La noche del velatorio en el Centro Cultural de la Villa fue pródiga en anécdotas. La cantante Marian Conde, acosada por las cámaras, declaró en un rapto de atolondramiento: "Lola era una virgen". La empresaria Nina Blanco, que estaba al lado, saltó: "Mujer, tampoco es eso".
Durante la ceremonia, los bares cercanos al cementerio estaban abarrotados. Televisión Española retransmitía en directo el entierro. En esas tabernas había gente de todo tipo. Un travestido melodramático y ebrio no cesaba de repetir: "¿Quién mató a La Zarzamora?". De repente, la locutora Georgina Cisquella citó el nombre de Gracita Morales (fallecida recientemente) entre las personalidades que habían enviado coronas de flores. El travestido, en un espasmo espectacular, gritó: "¡Milagro!, ¡milagro! ¡Lola resucita a los rnuertos!" En todo caso, Lola vive.
El entierro de La Faraona, al margen del dolor, ha sido uno de los espectáculos más barrocos que se han visto jamás en Madrid. Junto a la santa, el gran protagonista fue el pueblo.
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