Morderse la cola
Tres formas de amar
Dirección y guión: Andrew Fleming. Música: Thomas Newman. Productor: Gary Woods para Regency, EE UU, 1995. Intérpretes: Lara Flynn Boyle, Stephen Baldwyn, Josh Charles, J. Arquette. Estreno, en Madrid: Azul, Minicines, Albufera e Ideal (V. O.).
Tres formas de amar presenta dos características principales, una meramente estructural, otra -muy de agradecer- vinculada con el tratamiento que Andrew Fleming, aquí en tareas de dirección y guión, le imprime a la historia. La primera es que se trata de una suerte de bildungsspielfilm, una película de aprendizaje a la vida narrada no muy rigurosamente desde el supuesto punto de vista de un personaje que, no obstante, cede amigablemente la imagen a otros para que se erijan en centro de la acción. Ritual de paso, mirada hacia el pasado, hacia un periodo que, como ocurre con frecuencia con la juventud, se suele juzgar cuando se vive como angustioso, sólo para descubrir, pasando el tiempo; que tal vez fue el mejor de la vida.La segunda característica principal de este filme poco estridente, casi de cámara, es que aborda su materia ficcional sin tapujos, sin falsos pudores, con loable honestidad. Y su trama no es otra que la iniciación amorosa de un universitario cuanto menos peculiar, alguien que, ya en tercer año de su licenciatura, todavía no conoce el sexo, entre otras razones porque no tiene claro qué es lo que le importa realmente, si hacerlo con chicos o con su sexo opuesto. La irrupción de una chica desenfadada y muy atractiva precipita una situación a lo Jules et Jim (película a la que se homenajea, aunque no se vea un solo fotograma de ella en la pantalla), además de una relación estrictamente a tres bandas, una suerte de pez que continuamente se muerde la cola: la chica ama al narrador, su amigo está loco por irse con ella a la cama, y el protagonista no tiene muy claro si lo que le interesa más son las hermosas pecas de la chica o el desinhibido, más bien atareado, frenético pene de su compañero de habitación. Con estos elementos, tantas veces vistos en el cine, Fleming construye no obstante una película llena de sensibles trazos, que hace gala de un respeto considerable por sus personajes y que, por fortuna, mantiene desde la puesta en escena un punto de rigurosa equidistancia entre la mojigatería y la exhibición gratuita.
Ciertamente, no le faltan algunos momentos discutibles e incluso prescindibles, amén de difícilmente justificables a la luz del resto de la acción: la forma de presentar al personaje femenino, decididamente mejorable; algunos momentos redundantes en la relación entre los dos muchachos.
Pero estos puntos negros no son óbice para considerar que Tres formas de amar es un estupendo ejemplo de película juvenil, a años luz de las tonterías estupidizantes con que Hollywood suele obsequiarnos cada vez que muestra el mundo de sus principales clientes, los adolescentes y jóvenes entre los 15 y los 25 años. Plantea problemas reales, aborda con rigor un periodo crucial en la formación de cualquier persona, habla de la vida real intentando no hacerlo con los modos habituales: no es poco el bagaje a apuntar en la cuenta de Andrew Fleming, nuevo en esta plaza y alguien a quien a partir de ahora convendrá seguirle la pista.
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