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LA SUCESIÓN DE MITTERRAND

La izquierda pretende ser la guardiana del giro social

Xavier Vidal-Folch

La izquierda ha olvidado rápidamente sus críticas a Jacques Chirac por haberse desembarazado del discurso social que exhibió en la primera vuelta. Ha ayudado a ello el que el líder gaullista situara el combate contra el paro -en su alocución de la victoria en la carrera hacia el Elíseo- como norte y guía de su mandato. El jospinismo se atiene así a las promesas realizadas en la primera vuelta por el vencedor: la apelación a soldar la fractura social, la prioridad sobre el empleo, el aumento salarial. Los socialistas se aprestan a ejercer como guardianes y conciencia crítica de este giro social.La primera en tomar la palabra a Chirac fue, en la madrugada de ayer, Martine Aubry. Le recordó que debía aumentar el salario mínimo y convocar una conferencia sobre lo social. Y que esperaba sus propuestas sobre la reducción del tiempo de trabajo "puesto que no se había opuesto a ésta", y sobre la inmigración, aprovechando sus distancias preelectorales sobre el Código de Nacionalidad fabricado por Charles Pasqua.Cuenta para esta labor con la legitimidadmoral que le otorga la casi mitad de los votos. La opinión de que la izquierda "ha salido repentinamente de los infiernos", y ha conseguido llegar al "final del rechazo", como escribía, ayer el director de Libération, Serge July, es unánime. Hasta el portavoz orgánico de la derecha, Le Figaro, califica a Jospin como "el patrono de la nueva izquierda" y considera que el PS ha "soldado" sus fisuras "en torno a su nuevo líder y puede a partir de ahora pesar fuertemente en la vida política francesa. y volver a ser un gran movimiento de oposición".Este capital de legitimidad es abismalmente superior a su peso institucional -jubilado François Mitterrand, la derecha copa ya todas las instancias de poder-, por lo que los perdedores quizá caigan en la tentación de buscar el desquite en la calle. Se dibuja así el claro peligro de una tercera vuelta en forma de conflictividad social alentada por sindicatos, por quienes creyeron en las expectativas del gaullismo social y por los frustrados barones del mitterrandismo, por más que el delfín de Chirac, Alain Juppé, haya advertido que las explosiones sociales anunciadas nunca acaban de producirse.La inminencia de las municipales de junio -que ofrecerán un bello combate en Toulouse entre Jospin y el alcalde, Dominique Baudis-y el cierre de filas de Laurent Fabius en torno a su íntimo enemigo Jospin ("a partir de ahora es imprescindible contar con su resultado", dijo el domingo), quizá converjan para ofrecer una tercera vía: la exigencia social sin desorden y su canalización institucional. Es Io único que evitaría, el propio autodesbordamiento de la renaciente izquierda.

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