Un mal critico
Fui a ver Las Leandras: era una trampa, y me marché cuando pude, y sin llamar la atención. No contra este espectáculo, que tiene sus méritos, y los fanáticos de la Cantudo estaban entusiasmados; y los supervivientes del género de la revista, que ha desaparecido, estaban también brillantísimos y bien retocados en sus butacas, quizá esperando un renacimiento de lo perdido.Pero no era Las Leandras. Hay algún cambio en la situación, en los diálogos, en los personajes. Comprendo que lo que se podía decir y cantar en los primeros meses de la República (aunque ninguno de sus autores -González del Castillo, Muñoz-Román, mucho menos el gran compositor Alonso: ¡ni Celia!- fueran republicanos), y en el Pavón, no se puede decir en nuestra época, que es más pacata y mucho mas pudorosa; menos, para un público de 3.000 pesetas la bu taca, presidido en el estreno por el alcalde. Tampoco estoy decidido a defender que aquellas Leandras sean intocables como un cuadro de museo, en un país que no respeta ni si quiera el pensamiento del teatro clásico; pero es una obra que forma parte de un mito y ha pasado por guerras y pos guerras; que ese mito está apoyado en lo que era el equívoco de la revista de entonces y en la música popularísima del maestro Alonso, y sobre todo, dentro de la mitología de la España transeúnte, duplicada, enfrentada y envilecida tantas veces, por Celia Gámez.
Las Leandras
Intérpretes: María José Cantudo, Rafael Castejón, Perla Cristal, Alfonso Goda, Pepe Alvarez, Ricardo Vicente, Paloma Rodríguez. Ballet. Escenografía: Pablo Gago. Figurinista: Manu Berasategui. Coreografía: Antonio Bardis y Juan A. Villagrá. Dirección: Víctor Andrés Catena. Teatro Alcázar, 5 de mayo de 1995.
La Cantudo no es Celia. La música retocada deforma y trata de modernizar a Francisco Alonso; está grabada y lleva otros ritmos. No todos los números están, y en cambio hay algún otro que es de otra revista. Los nombres de los autores no figuran en el programa de mano para nada, como si los hubieran escondido; tampoco están los de los arregladores -es una palabra de uso común que no significa necesariamente que se arregle algo que estaba mal, pueden empeorar algo que estaba bien; mejor, retocadores-, y todo esto aleja de lo que se quiere explotar con un título colocado en el último teatro de Madrid donde se lo vi hacer a Celia, y, qué voy a decir, molesta; cuando uno quiere oír algo y sale otra cosa, o ver algo y no está, molesta.
Como creo que es culpa mía, esto es una crítica contra el crítico" que resulta incapaz de decir si la Cantudo es mejor o peor que Celia, más o menos guapa, pero que en absoluto está preparada para ocupar el mito. Y que exagera al encontrarse metido en una trampa: la del gato por liebre. En realidad, debería limitarse a ver lo que hay delante y no detenerse en evocaciones. He visto numerosas Leandras, desde la clásica de Celia hasta la más audaz, y ninguna me ha parecido menos Leandras que éstas. Más que esconder el nombre de los autores, deberían esconder el de la revista para evitar falsas ilusiones.
Nostalgia
Atribuyo a este error de paralelaje el que todo me pareciera tan mal, desde el arreglo a la interpretación, desde la dirección hasta las chicas del coro; y me parece mal que el crítico se dejara llevar por la nostalgia. de lo que no había -y lo peor es tener nostalgia de una revista-, y que se fuera al primer acto (me dicen que me perdí la tuna estudiantil que cantó Por la calle de Alcalá, pasodoble de Los nardos (hasta dieron claveles en lugar de nardos: por arreglar); me alegro de no haberlo visto).
Desde esta culpabilidad, me alegro de que la vedette y su reparto y su director tuvieran tan buen éxito, y recibieran el entusiasmo de sus invitados, tan selectos. Espero que dure mucho; y creo que será así, por el propio valor del nuevo espectáculo.
Babelia
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