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VICENTE VERDÚ Apogeo de la ropa interior

Primero fue el Wonderbra de Sara Lee que hizo la competencia al británico Super-Uplift Bra, si gilosamente vendido durante 30 años en las corseterías. Después apareció el elástico Pad-a-Panty, de Lycra, para aplastar el estómago por aquí y empujar las nalgas por allá. Poco a poco se han sumado las marcas de. cinchas que hacen perder dos tallas de cintura, las panties que anonadan las pistoleras, las combinaciones que modulan desde el escote al nacimiento de los muslos. Incluso para los hombres, Lycra ha producido el Super Shaper Brief, un slip alto por la espalda para permitir la inserción de un almohadillado en los glúteos y, ocasionalmente, un abultamiento de los genitales. Los hombres se habían provisto hace siglos de duras guarniciones como coquillas externas, pero nunca, según declaraciones del director del Instituto del Vestido del Metro politan Museum, se había visto una cosa así.Las ropas interiores han pasado de la intimidad a la exterioridad. Del mundo del secreto relativo al espectáculo. Más que la ropa general, que ha cobrado ya reputación de arte, la ropa interior se ha convertido en el objeto más expansivo de los noventa. Calvin Klein, Donna Karan o Schiesser hacen el afuera desde la inspiración interior. Y el mismo Armani, que sólo daba a entender, ha enseñado los sostenes en su última colección de primavera. No se diga de Karl Langerfeld, que abre los vestidos por delante para conjugar la braga con los guantes, el bolso o el fular.

Después de muchos años de estancamiento, esta década es la década de las facturaciones de fajas, corsés, calzoncillos y enaguas, como si lo escondido se hubiera vuelto del revés. Los fabricantes están entusiasmados. "Es fenomenal el modo en que las cosas están sucediendo", ha declarado él señor Oxela, vicepresidente de la cadena Lord & Taylor, que distrubuye las más conocidas firmas de lencería.

La mitad de los ingresos de una corporación como Sara Lee, que vende hasta pasteles de queso, procederán este año fiscal de las prendas interiores. Entre ellas están las marcas Bali, L'eggs o Piaytex. Vaníty Fair espera incrementar su negocio en 2.600 millones de pesetas este ejercicio respecto al de 1993, y Warnaco venderá hasta un 34% más que el año pasado. Sólo en sujetadores, la industria norteamericana contabilizó un volumen superior al billón de pesetas en 1994.

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El vestido es importante, pero la mayor novedad es ahora el relleno interior. En los ochenta, cuando Jean Paul Gaultier y Thierry MuggIer pasearon a sus modelos con aspectos demacrados y sostenes en forma de cono, casi todos pensaron que se trataba de una broma o de cierta aberración emparentada con el talante de sus creadores. Después llegó Madonna con los pechos de embudo metalizado propagando la nueva sexualidad de la chica guerrera. La señal estaba allí, pero siguió considerándose una extravagancia vacía.

Los primeros años noventa han acabado rellenando de significado los envases. Tras años en que las mujeres se propusieron ser iguales a los hombres, arrecia un movimiento de enérgica diferenciación. No se entenderán estos vaivenes sino dentro de la peculiar estrategia femenina, que hoy, mediante la ciencia del cerebro, se reconoce de trama ambivalente, complicada y bipolar. El hombre, por el contrario, se amodorra de un solo lado y juega peor en la oscilación.

Una buena sección de lencería femenina posee la condición de un santuario erótico. Tan intenso que ningún hombre ha logrado sentirse cómodo en esa basílica de obscenidad que las mujeres ambulaban con narcisismo. Frente a la adusta atmósfera de la sección de caballeros, cuyos dependientes muestran los géneros como cajas de herramientas, el universo femenino es minucioso y turbador. Las feministas, que empezaron a quitarse el sujetador en los sesenta y se vestían con camisolas sin forma, parecían querer devolver al horrible el mísmo, trato rudo con que éste atendía su decoración interior. No se equivocaban entonces. Se han venido a corregir después.

Más seguras, menos imitativas, la nueva corriente de la lencería armada no se esconde ni se silencia para dar el pego. Posee la tautología pública de las modas, cuya máxima condición es que se sepa. El postizo no es un oprobio, sino un realce; no es una mala treta, sino un tratado. De un lado, una buena proporción de mujeres se han hartado de hacer ejercicios físicos y de comer lechuga. Están hastiadas de beberse vasos de Biomanán y de ponerse nerviosas con cápsulas de anfetaminas para quitarse el hambre. La ciencia ha venido a corroborar que no hay mucho que hacer para variar consisten temente los kilos de más, y hasta un 90% de las mujeres, con o sin razón, se ven gordas en el espejo. Por si faltaba poco, las lunas de los gimnasios, a los que se Ya con leotardos y cosas así, han acentuado la visión de los abombamientos indeseables.

Los estudiosos de la depresión, como Martin Seligman, han demostrado. que las mujeres se deprimen dos veces más que los hombres, siendo la causa mayor no sentirse a gusto con su silueta. Finalmente, de forma notable, la población ha envejecido mucho y está más gorda y descolgada. El panty Sinooth Illusion que ha fabricado Hanes Hosiery o la enagua Hipslip, que precisamente ha inventado una bióloga llamada Nancy Ganz, tenían todas las probabilidades de acertar. La Sinooth Illusion. se promociona con este eslogan: Liposucción sin cirugía. En el tiempo que se tarda en ajustárselo, la figura absorbe una media docena de kilos. Las nalgas, el vientre, los desbordamientos se empotran sin que se sepa a dónde van. El hecho es que se van.

Las omnipresentes supermodelos han influido mucho en la promoción de la mujer diferencial en contra de la mujer igual y en contra de lo que se diga. Unas feministas han entendido esta novedad positivamente, otras lo han tomado como un regreso de la mujer objeto que habían combatido denodadamente con el fin de ser consideradas sujetos. En el cine, las actrices reclaman ahora papeles de seres humanos y se envanecen mucho cuando se las escoge para hacer de abuelas. Les gusta que las seleccionen -por su competencia y no por su complexión. Probablemente, nunca trabajó en Hollywood tanta. cantidad de chicas feas. Hay excepciones, pero el mundo de la supermujer ha pasado de las películas a las pasarelas. Ni los intentos de cambiar a la modelo nutricia por la anorexica han durado mucho. A lo largo de los noventa, Claudía Schiffer, Naoíni Campbell o Cindy Crawford han copado las portadas de las revistas y los resplandores de los desfiles mejor pagados. A su lado, Kate Mosse ha sido un mixto.

En busca del modelo ideal, la liposucción siempre es un riesgo, pero todavía han acabado siendo más temibles los implantes de silicona. El Wonderbra y toda su generación del Victoria's Secret combina la salud con la estética sin los peligros de la operación. Las tremendas cuaresmas preestivales, que siguen las mujeres antes de ir a la playa, quedan casi abolidas con los modelos de Jatzen, Gottex Anne Cole y óscar de la Renta para este año, que ofrecen bañadores o biquinis para aplastar las sobras o suplir las faltas.

A este movimiento corsetero, en sincronía con la tendencia conservadora internacional, se le tilda también de conservador. ¿Eran conservadoras Sophia Loren, Gina Lollobrigida, Greta Garbo, Lana Turner, Anita Ekberg? Entonces no se preguntaba estas cosas a las mujeres. Ahora, con mayor razón, menos. Las mujeres han enseñado mucho a la humanidad durante este si glo. Unas veces con caridad y otras descaradamente. Las mujeres fueron capaces de adoptar portes de la masculinidad, sin que haya resultado del todo mal. Cuando les ha venido en gana, los han dejado o combinado. El hombre, sin embargo, juega mal con los equívocos. En las ropas, las mujeres han ensayado con las botas, los chale cos, las corbatas y el pantalón de los hombres, pero aún está por ver a un macho paseando con faldas. El Super Shaper Brief para hombres, que rellena las nalgas, se anuncia con la prevención de que también es útil en los casos de hemorroides y forúnculos. No hay convalidación simétrica. La estrategia femenina, pasando desde objeto a sujeto y de sujeto a objeto, es inimitable, y la ambigüedad, que arruina el crédito sexual de un caballero, es acicate exquisito en una dama. La coquetería femenina, donde se une el sí pero el no, la verdad y el artificio, requiere un adiestramiento secular y neurológico que los hombres no conocen sino de vista. No hay nada que oponer a este sortilegio que ahora se representa en el apogeo de la nueva corsetería. O bien sólo cabe una cosa según la antigua óptica: mirar.

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