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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Balseros vascos

"SI ELLOS ganasen, nosotros seríamos balseros", dijo Arzalluz el lunes pasado en la cadena SER, en referencia a la situación cubana. Con este símil, Arzalluz está admitiendo que no es cierto que el nacionalismo democrático y el que se mueve en torno a ETA compartan los mismos fines: no pueden coincidir los de los demócratas y los de quienes tratan de imponer por la fuerza sus propios (y excluyentes) proyectos. Ese mensaje, que fue central en la reorientación del PNV hacia un nacionalismo más abierto e integrador, había quedado difuminado últimamente. El giro dado a su política en relación al mundo de ETA y HB relativizó esa distinción, creando gran confusión entre los ciudadanos, y especialmente entre los propios nacionalistas.Que un partido sea centenario no garantiza necesariamente la madurez de sus miembros, como demuestra la acusación de haber intentado contactar con ETA lanzada a la buena de Dios por el portavoz nacionalista, Joseba Egibar, contra el popular Mayor Oreja. Por ser un viejo partido democrático, el PNV tiene derecho a ser tratado con respeto, pero también sin condescendencia. Con normalidad, y no con temor a que cualquier crítica pueda suscitar de su parte reacciones desaforadas.

Las divergencias con su política más reciente no provienen sólo de la caverna, como quisiera Arzalluz, sino de ámbitos democráticos, incluyendo sectores de su partido. El vibrante manifiesto aprobado esta semana porla Asamblea del PNV apenas ofrece argumentos frente a las críticas de esos sectores que, sin cuestionar las intenciones, consideran que ese giro ha fracasado.

No han sido sus críticos, sino él propio PNV, los que han mezclado imprudentemente legítimas aspiraciones políticas con la violencia"; fue ese partido el que ha dicho que había que encontrar un "modelo de diálogo intermedio entre el planteado por el mundo radical y el del Pacto de Ajuria Enea", y que la clave para ello era la autodeterminación.

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Es verdad que se afirmaba que era condición previa la existencia de una tregua de ETA, y de ahí que tanto el lehendakari, Ardanza, como el consejero Atutxa mostraran su desacuerdo con las declaraciones de otros dirigentes que no consideraron imprescindible un alto el fuego para iniciar procesos de diálogo como el de Elkarri. Sin embargo, no fue tanto la participación en ese foro como los mensajes en él lanzados lo que se reprochó al PNV: haber renunciado a defender su propio punto de vista, el de la validez de la vía autonómica, para aproximarse al del mundo radical, que considera imprescindible el reconocimiento del derecho a la autodeterminación para que cese "la opresión nacional que padece Euskal Herria".

Así, de la razonable idea de que para acabar con la violencia terrorista no basta la acción policial se pasó a la mucho más discutible de que había que encontrar un punto intermedio entre los violentos y los demócratas "cediendo por ambas partes". Tal planteamiento, en plena, ofensiva desestabilizadora de los alevines de ETA y a escasas fechas del asesinato de Ordóñez y de la confirmación de que también habían intentado matar a Atutxa, no podía dejar de ser interpretada por el mando de ETA como una prueba de que no hay como pegar duro, sobre todo si es contra los políticos, para que éstos cedan. El último comunicado de ETA ofrece pruebas evidentes de que ésa ha sido la lectura que la dirección terrorista ha hecho del giro del PNV.

Sobre las últimas polémicas públicas pesan en exceso las reivindicaciones de los radicales, pese a ser asuntos que no forman parte de sus preocupaciones actuales ni de la agenda política del momento. La dinámica desatada por ese maximalismo verbal ha puesto en peligro el pacto entre el Estado español y el nacionalismo vasco que hizo posible el Estatuto de Gernika. El efecto desestabilizador de tal ruptura es demasiado grave como para convertirlo en un pleito banal sobre quién empezó la bronca.

Pero la necesaria llamada a la prudencia hay que hacérsela no sólo al PNV, sino también al Partido Popular. Tras el atentado contra Aznar ha habido insinuaciones de sus dirigentes, incluidas algunas del propio afectado, que desentonaban en un tono general mesurado. La exigencia de rigor debe ser máxima a quien hoy aparece ante muchos españoles como el próximo partido que ocupará el Gobierno. El PP, o algunos de sus representantes, tiene una cierta propensión a aproximarse al tema vasco en términos de contabilidad de votos. Y nunca deberían olvidar que hallar fórmulas conjuntas con el PNV para acabar con la violencia etarra será muy difícil, pero se convertirá en misión imposible si de ellas se excluye al PNV.

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