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Sucedió en Madrid o casi

Todo empezó una mañana de invierno típicamente madrileña. El sol brillaba orgulloso en un cielo claro, iluminando el despacho de Javier. En la calle hacía mucho frío, pero el buen funcionamiento de la calefacción del edificio de oficinas donde trabajaba lograba que se sintiese muy a gusto con la chaqueta colgando en el perchero, lo que le permitía jugar indefinidamente con la corbata a rayas que le había regalado su mujer por Reyes. A pesar de que en los seis años que llevaba empleado en la empresa de reciclaje no había conseguido ni un mísero ascenso (tampoco le importaba mucho, no era ambicioso, aunque reconoció que un aumento de sueldo le vendría de perlas) creyó que la vida le sonreía. Tenía 39 años, una esposa comprensiva y dos hijos de 7 y 5 años. Ganaba 325.000 pesetas limpios al mes, que eran suficientes para cuidar su hogar y pagar religiosamente el abono de socio del Real Madrid. Nada hacía presagiar la hecatombe que se avecinaba, la pesadilla que iba a comenzar en el momento que Arturo, su superior, se personó en su guarida laboral a media mañana.Guardó el Marca en el primer cajón (la visita le había cojido a mitad de lectura de un reportaje sobre la previsible marcha de Butragueño a Japón, y quería reanudarla en cuanto le fuese posible) y saludó cortesmente a Arturo. No se puede decir que se llevasen bien, pero salvo en un par de ocasiones donde discrepancias conceptuales sobre el futuro del reciclaje habían provocado discusiones fuera de tono, su relación era correcta. Arturo no traía buena cara. "Habrá discutido con el gran jefe" concluyó Javier después de un análisis tan rápido como superficial.

"Mira Javi, ya sabes que la empresa no atraviesa una situación muy boyante. El año 94 fue el peor de la década y el 95, aunque digan lo contrario, no parece venir mejor. Me acaba de comunicar el director de personal que el consejo de administración ha aprobado un plan de ajuste que empieza con una reducción de personal. Lamentablemente se van a suprimir vanos cargos intermedios, y el tuyo es uno de ellos. Lo siento". De repente Javier sintió un calor axfisiante. La corbata le ahogaba y sintió el sudor en sus sobacos.

El despido fue sólo el comienzo de sus desgracias. seis meses después de aquella infausta mañana, su mujer le echó de casa (El paro ocasionó buena parte de los 7.000 divorcios registrados en Madrid en 1994, EL PAÍS, 21 de abril). Según ella, no soportaba más su constante presencia en el hogar, su mal humor, su incapacidad para encontrar otro empleo, las broncas que lanzaba a sus hijos por cualquier cosa, y verle tirado en el sofá día tras día tragandose infinitos partidos de fútbol televisado. Pero sobre todo, le irritaba hasta extremos insospechados la costumbre que había cogido de preferir las noticias de Carrascal a hacerle el amor como antes.

Su salud empezó a deteriorarse. "Tiene el colesterol alto. No fume, no beba, haga vida sana, deporte y coma saludablemente", le recomendó el doctor. No hizo mucho caso. No estaba para esas historias. Comenzó a vivir en un estado de constante crispación. En los dos meses siguientes tuvo 3 juicios ( en 1994 en Madrid se dictaron 16.424 sentencias por juicios de faltas por 9.943 en el 93. Hubo también 1.129 levantamientos de cadáveres, fallecidos de forma violenta). Uno por una bronca con un taxista, otra por una pelea con un tipo que se intentaba saltar la fila en la oficina de empleo del INEM y la tercera por colarse en el metro (la gran parte de las 16.424 juicios fueron por disputas entre ciudadanos). Ganó una, la del taxista, pero la perdida de las otras dos le costaron casi 100.000 pesetas, que tuvo que pedirselas con harto dolor de su corazón a su ya ex-mujer, lo que le supuso una enorme humillación al tenerlo que hacer delante de sus hijos.

Una mañana otoñal caminaba sin rumbo por Principe de Vergara. Notó un pinchazo agudo en el pecho y cayó en redondo sobre la acera. Rápidamente se formó un corrillo a su alrededor. La mayoría miraba curiosa su lívido aspecto hasta que el más decidido salió corriendo a avisar al personal de una clínica que se encontraba a unos 200 metros. "No se preocupe, ahora vendrán a recogerle" le dijo el buen samaritano antes de partir a pedir ayuda. Transcurrió una eternidad y allí seguía tumbado, cada vez en peor estado (Una persona falleció a poca distancia de una clínica sin que nadie saliese a prestarle asistencia. Madrid, invierno de 1995). Alguien le metió en un coche. Creyó oir Arturo Soria. Por tres veces el coche paró, bajaron el conductor y su acompañante y volvieron al cabo de unos minutos como habían salido. La tercera parada duró más que las anteriores. Finalmente le trasladaron a una ambulancia que salió a toda velocidad camino de no sabía donde. (El pasado 11 de Abril un niño de dos años se cayó en una piscina. Sus padres recorrieron 3 centros sanitarios de Arturo Soria sin encontrar a ningún médico que reanimase a su inconsciente hijo. La actuación de un policía y su cuñado que pasaban por ahí fue fundamental. En el momento de escribir esta historia, el estado del crío es muy grave).

Ya daba igual. Tirado en la camilla de la ambulancia, Javier recibió la visita de la muerte. Dejó la guadaña en el suelo y se sentó a su lado. Muy cortesmente le ofreció un cigarrillo, que Javier aceptó gustoso. Mientras su corazón, daba los últimos latidos, su ilustre acompañante le contó que como últimamente sus perspectivas de trabajo en la villa y corte habían mejorado ostensiblemente, por lo que por fin había decidido comprarse un piso en Madrid. Javier no tuvo más remedio que felicitarle por su sabia decisión.

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