La calculadora, sí; el diccionario, no. ¿Por qué?
Los responsables del examen de ingreso en la Universidad no están muy seguros de que la prohibición esté justificada
Las calculadoras de bolsillo se han hecho habituales en las aulas de bachillerato, donde los alumnos las utilizan hoy con la mayor naturalidad como una herramienta más. Raro es el profesor que pone objeciones a su uso. Permiten obtener con rapidez el resultado de operaciones elementales de cálculo que forman parte de la resolución de problemas complejos. Naturalmente, en la escuela primaria, cuando el alumno aún está aprendiendo a calcular, están prohibidas. Pero en los cursos superiores, e incluso en exámenes como el de selectividad, las calculadoras son ya un instrumento tan normal como los folios. No sucede lo mismo con el diccionario, que, pese a ser tan elemental para la escritura como la calculadora para el cálculo, está terminantemente prohibido en el acto del examen ¿Es un signo más de que la cultura tecnológica se impone sobre la del libro?Algo perplejosLos profesores del curso de orientación universitaria (COU) y los que coordinan en las universidades la prueba de selectividad se muestran algo perplejos ante la sugerencia de que el diccionario pudiera ser utilizado por los alumnos en el momento del examen, dado que, además, la prohibición no es explícita. Simplemente se da por supuesta.
Dicen que hay normas sobre criterios de evaluación y sobre la regulación de la prueba en general (lo que se puede y no se puede hacer, tiempo máximo para cada ejercicio ... ), pero que en ningún lugar está explícita la prohibición del uso del diccionario del idioma español, mientras sí se permiten los de latín y de griego.
Parece, pues, más bien una prohibición tácita, una costumbre que tal vez derive de los usos y costumbres de las propias aulas del bachillerato y del COU, en las que también el diccionario está generalmente proscrito en los exámenes. Y como los alumnos se pasan la vida examinándose (un control rutinario aquí, un examen más oficial allá, otro de recuperación acullá ... ), el resultado final configura un panorama inquietante para la suerte de la cultura del diccionario.
Pero también el destino de los libros de consulta y de referencia para el trabajo cotidiano del estudiante está en juego. Juan Delval, catedrático de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, considera que la costumbre de examinar sin libros es seguramente "un efecto más de la masificación, sobre todo en la Universidad". "Debería ser habitual, como sucede en ciertas universidades extranjeras en las que el profesor propone el examen y el alumno puede realizarlo en su casa. Pero para eso sería necesario que cada profesor tuviera a su cargo un máximo de quince alumnos. Un sueño para ellos y para nosotros".
La mayoría de los estudiantes no usan el diccionario ni en el examen ni en cualquier otro momento, en opinión de Delval, porque no han sido entrenados en la escuela para manejarlo. "Desde pequeños se acostumbran a preguntar al profesor o a sus padres las dudas ortográficas o de significado, pero poco a recurrir al libro, salvo el manual de la asignatura". "Seguramente, si no se permiten en la selectividad será porque se crearían problemas de control insalvables", aventura este catedrático, que siempre ha evitado participar en sus tribunales.Lenguaje usual
Manuel Maceiras, decano de la Facultad de Filosofía de la Complutense y coordinador durante muchos años de alguno de sus ejercicios, no es en modo alguno partidario de que llegara a permitirse el diccionario de la lengua española en el acto del examen. "No, porque es una prueba de madurez, lo que supone pedir al alumno que demuestre su capacidad para comprender y manejar un lenguaje escrito correcto. Y hablo de un lenguaje usual, el que es propio de las materias de su currículo, el que ha debido aprender a manejar constantemente durante su formación preuniversitaria. Por eso creo que la ayuda del diccionario desvirtuaría el propio sentido del examen.
En cuanto a las dudas ortográficas, de las que nadie está libre, incluso los propios profesores, Maceiras advierte que cualquiera de los ejercicios escritos de la selectividad constituye, implícitamente, un examen de ortografía: "En la madurez que se indaga en la prueba está incluida la propia madurez ortográfica. La grafía de las palabras es indisociable de los conceptos, de los conocimientos que se le suponen al alumno que está a las puertas de la Universidad. Sinceramente, no me parece que deba permitirse el recurso al diccionario en esa circunstancia".
Juan Ramón Lodares, profesor de Filología Española de la Universidad Autónoma de Madrid y coordinador de la prueba de análisis de texto y de lengua, no es tan tajante. Sí lo es en cuanto a la necesidad de ser exigentes con la ortografía, "que está cada vez peor", lamenta, "seguramente porque se ha bajado la guardia en las escuelas de un tiempo a esta parte". Argumenta, en apoyo de ese grado de exigencia, que la ortografía del castellano es sumamente sencilla, y que debería dominarse desde los 14 años, la edad en que el alumno finaliza actualmente la enseñanza básica.
No obstante, piensa que no sería tan extravagante la idea de que se pudiera permitir utilizar el diccionario en el acto del examen, porque el estudiante puede tener dudas razonables tanto sobre la ortografía de una determinada palabra como sobre su significado. Considera que el alumno de COU llega al examen de selectividad con un bagaje léxico inferior, en ocasiones, al que se maneja en el examen. Podría haber una diferencia de unos 2.000 vocablos entre uno y otro. "La verdad es que, a título estrictamente personal, le digo que yo no pondría mayores objeciones al uso del diccionario. Al menos en el ejercicio de comentario de textos, pero no en el de lengua, porque en él se plantean preguntas sobre el significado de determinadas palabras". La mayor objeción que el profesor Lodares encuentra es de carácter técnico, por decirlo de alguna manera. "En principio explica, "porque aunque no hay por qué dudar a priori de la honradez de los estudiantes, sí de su angelicalidad". Se refiere a la tal vez insuperable tentación que representaría para el alumno la posibilidad que se le brindaría para ilustrar el diccionario con chuletas. Por otra parte, para este profesor, la calculadora no es comparable con el diccionario, porque aquélla facilita la rapidez, y éste contribuiría a todo lo contrario y seguramente añadiría nerviosismo.
Enrique Roca, director del Centro de Información y Documentación de la Enseñanza (CODE) y representante ministerial en la selectividad, reconoce que nunca se había planteado la posibilidad del uso del diccionario: "Siempre se ha dado por supuesto que no, pero no estoy seguro de que sea lo mejor".
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