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Del románico a la vanguardia

El convento de San Antonio y las esculturas de Berrutti conviven junto a la carretera de Burgos

Camino de Somosierra, entre Cabanillas y Lozoyuela, la carretera nacional se comba, cual arco asestado hacia Oriente, para evitar que los automóviles choquen frontalmente con la sierra de La Cabrera. Ello no sólo redunda en beneficio de los pilotos, de sus acompañantes y de las entidades aseguradoras, sino también en el de los asadores burgaleses, que son la atracción de los domingueros capitalinos. Y si de algo han de morir, que sea de arterioesclerosisAntaño, en lugar de cordero, los que gozaban de posibles (o sea, el rey y sus amigotes) salían por la misma carretera en demanda de caza mayor, mas, a diferencia de aquéllos, no pasaban de largo estos roquedales: "La Cabrera cabe Bustar Vieio es muy rreal monte de osso en yuierno. Et acaesçió nos vn día de matar tres osos ante de medio día" (Libro de la montería de Alfonso XI). Casi nada.

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Arte y asado

Don Antonio Ponz, viajero madrugador, comparó en 1781 estos picachos con los que rodean Montserrat. Pero, puestos a parangonar, al madrileño le hará más gracia la referencia de La Pedriza. A semejanza de ésta, La Cabrera es fragosa y granítica, abunda en jarales y peñas de traza extravagante, posee un cancho llamado Tolmo e incluso poseyó en tiempos un Yelmo, como durante siglos denominaron los cabreros al ahora pico de la Miel (1.392 metros).

Pueblos majos

Un viejo refrán aseguraba: "De La Cabrera p'abajo, todos los pueblos son majos". Hoy ocurre más bien lo contrario, que de La Cabrera p'abajo todo son sucursales inmobiliarias del Gran Madrid, colonias de chalés desprovistas de carácter y de ese aire primigenio que aún se respira en el valle del Lozoya y la sierra pobre.

La localidad homónima de La Cabrera, la de Valdemanco y la de Bustarviejo se hallan en ese azaroso territorio que linda entre el Guadarrama y el páramo, entre la sierra elemental y el chalecito en la sierra. De hecho, la que toma el nombre de estas breñas ha sucumbido al ímpetu arrollador de la autovía. De los árabes que funda" ron el lugar, y del castillo que edificaron, no queda ni rastro. Y la iglesia, por si había dudas, es de anteayer. De modo que sus tesoros hay que buscarlos extramuros, si es que. alguna vez los hubo. Uno es el pico de la Miel -gozo de senderistas y escaladores-, y otro, el convento de San Antonio, que merece párrafo aparte.

Del monte, en la ladera, por monjes cluniacenses plantado, se alzaba un monasterio. Como corría el siglo XI, era inevitablemente románico. Luego llegaron los franciscanos y las añadiduras góticas; el rango de Universidad Teológica, los privilegios y las prebendas, que lo transformaron en un cenobio de cinco estrellas. En él se hospedaron el cardenal Cisneros, varios reyes de Castilla -los cazaosos-,la familia de Goya y, el doctor Jiménez Díaz; en él estuvo exiliado, muy a su pesar, el duque de Ahumada.

La leyenda de El Manco

De La Cabrera a Valdemanco media una legua escasa, y otra más hasta Bustarviejo. La leyenda quiere que aquél surgiera alrededor de una venta de caminos levantada por un labriego llamado Juan Valdés -como el del café-, al que apodaban El Manco por serlo. Asolado por la modernidad, el pueblo no tiene otro arte que las esculturas de Berrutti, discípulo confeso de Giacometti, quien desde hace año y medio trabaja y expone en su casa-jardín de la Placetuela. Bueno..., y el asado de cabrito, que no es arte pero casi.

Bustarviejo pasa por ser un sitio sano, pues siempre salió vencedor de las tercianas, las cuartanas y los tabardillos. En el templo, medio románico, medio gótico, se conserva un murillo como oro en paño. Y en el término, quien las busque, encontrará tumbas, minas de arsénico abandonadas y aguas fresquísimas para la merendola, como las que manan de la fuente del Collado.

Antes o después de probarlas, habrá que aguzar el oído por si suena la gaita serrana. En otros días lo hizo, tocada por pastores, pero ahora son tan pocos los rebaños, y tanto el tráfico de la N-I.

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